Islinda estaba tan mortificada que pasó casi la mitad del día encerrada en su habitación. Quizás, debería estar agradecida de que Aldric no la haya seguido, ni tampoco la haya llamado. Por lo tanto, asumió que la dejó ir lo cual sonaba demasiado fácil. Islinda tenía el presentimiento de que pagaría por ello de una forma u otra.
Sin embargo, un golpe en la puerta hizo añicos su paz y su rostro se levantó hacia ella con cautela.
—¿Quién es? —preguntó ella.
Su corazón latía aceleradamente.
¿Y si a Aldric se le acababa la paciencia y cambiaba de opinión, decidiendo llevar la diversión a su habitación? ¿Podría la puerta detenerlo? Lo dudaba.
—Es Isaac.
—Por los dioses —Islinda soltó un profundo suspiro de alivio, presionando su mano contra su pecho—. Eso estuvo muy cerca.
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