Islinda e Isaac superaron ese incómodo momento y ella seguía explorando la biblioteca sin escoger ningún libro. Había tantos libros que era abrumador y quería saciar sus ojos antes que su cerebro. ¿Era raro decir eso?
Le preguntó a Isaac:
—¿Cómo encuentras el libro que necesitas aquí?
Isaac cruzó los brazos sobre su pecho de tal manera que sus músculos se abultaron, dándole a ella una mirada intensa:
—¿Estás intentando saber cómo alcanzar el estante con tu baja estatura?
Ay.
Los dioses sabían que si Islinda tuviera su carcaj con ella, habría disparado una flecha en su trasero, para enseñarle una lección. Él estaba empezando a sacarla de sus casillas.
Islinda le dio a Isaac una mirada inexpresiva. Se quedó sin palabras y no sabía cómo responder a eso.
—No mentí, ¿verdad? —Él continuó, el ligero levantamiento de la comisura de sus labios sugiriendo que se complacía al molestarla.
Islinda respiró ruidosamente por la nariz, mayormente por molestia:
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