—Esto es... —Islinda jadeó mientras miraba el patio.
—El jardín —explicó Isaac mientras ella bajaba emocionada las escaleras empedradas que conducían a los terrenos descuidados y casi abandonados.
El jardín estaba abundante de flores vibrantes, algunas de ellas emitían un suave resplandor que parecía emanar desde dentro. Las hojas eran aterciopeladas y flexibles, e Islinda podía sentir la energía mística que latía en el aire.
Los árboles eran los más significativos; majestuosos y antiguos que se estiraban hacia el cielo. La luz solar se filtraba a través del dosel en potentes rayos dorados y el rico aroma de la tierra y las fragancias llenaban sus sentidos. La experiencia era tan mágica que se sentía como si estuviera en un sueño.
Islinda no pudo contenerse más, mirando alrededor con fascinación infantil. Por mucho que le molestara decirlo, nunca se aburriría en un lugar como este. Había tanta belleza, ¿cómo no podía apreciarlo Aldric?
Isaac continuó diciendo:
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