El asfalto del aeropuerto privado Husla brillaba bajo el implacable sol de la mañana. Al bajar del jet privado, Mia sintió una oleada de náuseas atravesar su estómago.
No era solo el calor. Era la multitud de reporteros acampados en el exterior, sus cámaras destellando como una desquiciada luz estroboscópica.
La noticia de su llegada se había esparcido como un incendio forestal, y una multitud de reporteros, con caras mezcla de preocupación y sensacionalismo, se presionaban contra las barreras de seguridad.
—¡Vanessa! ¡Señora Rosewood! ¡Por aquí! —Un cúmulo de voces clamaba por su atención.
Mia se encogió instintivamente, sus ojos yendo de los deslumbrantes destellos a las caras ansiosas sosteniendo micrófonos. Sabía sin lugar a dudas que Henry había dejado que se supiera de su llegada, por eso ellos estaban allí.
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