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Capítulo 5: Malos entendidos.

Un vasto jardín de flores blancas desprende un hermoso aroma, dulce y suave. Entre lívidos lirios, niños danzan alrededor de una mujer que está sentada. ¡Qué triste!, Soichi avista la escena, corre, grita, pero nadie lo escucha.

Con un tono juguetón, las criaturas cantan una pegajosa canción.

"El bebé no para de llorar,

mamá se comerá sus piececitos.

Ñam ñam ñam

El bebé sigue llorando,

mamá se comerá sus bracitos.

Ñam ñam ñam

El bebé sigue llorando,

mamá se enfadará.

Ñam ñam ñam

Mamá se devora al lloróncito.

Ñam ñam ñam

El bebé ya no llora más".

El olor ahumado atraviesa sus pulmones, las risillas rebotan en el cerebro y la retina quiere brotar hacia afuera.

El recorrido que hace el joven se vuelve confuso. Con cada paso que da, la tierra lodosa lo jala hacia abajo, imponiendo el deseo de poseerlo.

La sangre desbordante brota de la floración, ahogando los sentidos con la fragancia metálica. Los cánticos se vuelven constantes y fuertes, aturdiendo su conciencia.

"Ñam ñam ñam, mamá se enfadará".

La mujer se acerca mientras los niños abren paso en procesión.

"Ñam ñam ñam, mamá se devora al lloroncito".

Las lágrimas y gritos son como un maná para ella, se saborea los dientes mientras observa al joven que no puede abrir los ojos.

Soichi está arrodillado, grita que paren:

—¡Basta! ¡Aléjense! ¡Déjenme en paz!

El repulsivo aliento de la mujer ya está sobre su cuello. No hay nada más que hacer.

¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!

La alarma salvadora cumple la misión, logra rescatar a su joven amo que tiembla de terror. Le da lástima ver cómo perdió la capacidad de distinguir entre fantasía y realidad.

Soichi continúa ofuscado por un tiempo, empieza a sentir las consecuencias de sus elecciones.

No avanzó mucho, así que debe apresurar las acciones. Anoche, mientras bebía un poco para acelerar el sueño, meditó. Sin embargo, una respuesta quedó en el tintero.

Se levanta y se cambia, tiene un compromiso pendiente. En menos de media hora, ya está un piso arriba de su departamento, frente a la puerta del quinto C.

En el otro lado, el zorro se esconde avergonzado en su guarida. Lían no pudo conciliar el sueño. Desde hace tiempo ha renunciado a sus ilusiones en cuanto al joven. La simple promesa de "mañana iré y te daré una respuesta" aviva esas vanas esperanzas que se entierran en su frágil corazón.

Siempre las delata con pequeños gestos; miradas sutiles, la forma traviesa y dulce de hablar, intentos que suceden sin éxito. El recuerdo del fresco sabor a almíbar que probó hace unos meses tortura la parte baja de su cuerpo, mientras que la otra mitad mancilla en su mente la imagen del joven que se desarma entre sus brazos.

Un soñador.

Lían y Soichi se sientan en el sillón, mientras el aroma del café y las medialunas recién horneadas invade el ambiente.

Son las nueve de la mañana, pero el hombre lleva horas despierto, limpiando y preparando todo para recibir esta visita. Se siente avergonzado por lo que pasó, cuando perdió el control por un momento.

Esa parte de sí mismo es la que más odia.

—Lo siento por anoche, no me di cuenta de lo que hacía, creo que bebí demasiado. 

El joven, por extraño que parezca, está más relajado que ayer. Tal vez la falta de descanso hizo que se olvidara de su personaje.

La expresión es seria, pero no tensa.

—Está bien, no hay problema.

Toma una de las medialunas de la pequeña mesa. Al probarla, el sabor dulce y cálido de la manteca se mezcla con el café en su boca, creando una sensación familiar y a la vez especial.

Durante un periodo vivió en esa rutina. Un recuerdo se filtra como una luciérnaga en búsqueda de la oscuridad, hallando cobijo en su pecho, llenándolo de melancolía.

Sin embargo, una sonrisa se dibuja en su rostro. Aquellos tiempos le habían brindado felicidad y quería mostrar agradecimiento a aquellas manos que le devolvieron ese momento, aunque fuera difícil de explicar. Unos segundos después de pensarlo, él comprendió que solo había que dejarlo ir.

—No hiciste nada para que te odie, no te odio, pido disculpas si parecía eso.

Si los pensamientos internos pudieran oírse, el cuarto resonaría por el profundo suspiro. El hombre sonríe con felicidad; no había cometido errores.

—¡Qué bueno!, me quedó tranquilo, es bueno saber esto.

Soichi disfruta el banquete, sumerge las medialunas doradas como submarinos. Parece ajeno al ambiente, inmerso en su propio mundo.

A los ojos de Lían, es como observar a un niño jugando con el desayuno, una imagen irrepetible.

—Sabes, te lo pregunté por qué... no lo sé, no me pareció haber hecho algo para ofenderte o molestarte. —Apoya la mano en la barbilla y sonríe para continuar—. Por un momento, me recordaste a mi mamá.

¡Cof! ¡Cof!

La medialuna desvía la trayectoria habitual. El joven no puede creer lo que escucha. «¡¿Qué dijo este tipo?!», su expresión cambia de golpe.

Lían mira la taza nervioso, se da cuenta de que se ha excedido y trata de explicarse:

—Perdón, a lo que me refiero es que mi mamá solía decir que cuando ella conocía a alguien, si a primera vista no le agradaba, no le iba a agradar nunca. — Levanta el dedo mientras pone la otra mano en la cintura imitando a una mujer indignada—. ¡Ni que fuese un pan de Dios! ¡Nunca me equivoco, seguro que por algo me cae mal!

Esta actuación parece haber sido buena, Soichi no puede contenerse.

—Tu mamá tiene razón —responde con una sonrisa.

Luego de un momento, el joven no puede creer que algo absurdo como esto le resultara gracioso. Se pone serio y decide seguir con el desayuno.

—Ahora que está todo claro, quería pedirte un favor.

Cuando alguien menciona la palabra "favor" seguida de "pedirte", para Lían hay una sola respuesta: dinero.

En silencio, dedica unos minutos a hacer cálculos sin problema alguno en ayudar al joven. Dependiendo de la suma, podría bastar con unos pares de dólares que guarda bajo el colchón; si eso no es suficiente, podría considerar algún préstamo bancario.

Pero, ¿por qué Soichi estaría pidiendo dinero?, ¿tendrá problemas con alguien?

Determinado a ayudarlo, el hombre endereza la espalda y trata de sonar lo más confiable posible:

—No tengo mucho, pero si lo que tengo te sirve, te lo doy. Quiero decir... te lo presto y cuando puedas... bueno, quiero decir que no tengo apuro.

Soichi pone los ojos en blanco.

—No te estoy acá para pedirte un préstamo, es otra cosa.

El hombre se queda tranquilo, deseaba ayudarlo, pero era consciente de que no estaba en su mejor momento.

—¿Qué es lo que necesitas? Pedime lo que sea, no tengo problema.

—Bueno. Te explico, hace unos días jugué con un amigo, perdí y ahora tengo que hacer un par de cosas. Es como un tipo de reto —dice con voz seria, intentando que el hombre frente suyo crea en esta mentira.

Cuando Lían escucha la palabra "amigo", se pierde a mitad de la oración. No es que sea estúpido; sabía por buena fuente que Soichi no participaba en ningún tipo de juego, mucho menos tenía una relación de amistad al punto de apostar algo.

Al menos, así le habían asegurado. Pero todo cambia, el joven que conocía no habría sonreído por un mal chiste, ni siquiera le habría aceptado un café. Quizás este sea el momento que tanto estaba esperando.

—¿Qué tipo de reto tenés que hacer?

—Por el momento, lo que me urge hacer es sencillo, tengo que ir al cine.

El hombre se queda en silencio.

—Acompañado —aclara.

—Pero que tiene de reto eso, yo hubiera pedido otra cosa —dice con una sonrisa burlona.

—Lo mismo pensé. 

—¿Eh?

—Sí, cuando me lo dijo me pareció una idiotez, pero tengo que cumplir. Por eso quería pedirte si me acompañas —explica con una mezcla de resignación y fastidio.

—¡Si claro!, no tengo problema, ¿cuándo querés ir? 

—Hoy. 

—Bueno bien, cuando me digas, vamos, tengo todo el día libre, ¿Viste algo que te gustó? 

Soichi no le da importancia a eso, ni le atrae, pero antes de que pueda abrir la boca para responder, Lían continúa:

—Si te parece, podemos comprar las entradas antes, agregamos algún combo con pochoclos o nachos. ¿Te gustan los nachos? Si no, podemos solo comprar algo para tomar y luego decidimos dónde comer.

El hombre no se detiene ni por un minuto. Desde el género de películas que le gusta, el tipo de sala que prefiere, hasta el lugar para ir después. Su alegría es tal, que no se da cuenta de que el joven hace tiempo que muestra una expresión sombría. 

Nunca pisó una sala de cine en su vida. Los lugares concurridos le provocan rechazo, pero no tiene alternativa. Vuelve a una actitud fría y distante.

—Solo vayamos y veamos en el momento. Me retiro —dice mientras se levanta del sillón.

Así, sin más, corta la conversación y se retira.

A la inversa, Lían está fascinado. De la noche a la mañana avanzaron por mil. Ahora solo le queda empezar a cancelar todos los compromisos que tiene. 

El pecho del hombre se llena de alegría, «hoy va a ser un buen día».

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Nota de la autora:

Mini Teatro.

Las críticas han llegado.

 

Directora: Tenemos un problema.

(Entra con unas hojas en la mano mientras se acomoda los lentes)

Escritora: ¿Que sucede?

(Pregunta temblando)

Directora: Recibimos las primeras reseñas de los espectadores ¡Estamos jodidos! ¡Escucha!

(Comienza a enumerar)

*Estrellita veraniega: ¡Lían es patético! ¡Denle algo de dignidad!

*Lobito tornasol: Soichi es una papa ¡Por favor alguien dele una patada en el culo a ese tipo!

*Furiosa berenjena: Soichi ¡Písame y llámame Marta!

*Matecito caliente: ¿En algún momento esto se pone hard?

*Nube de tierra: ¡Escritor sus personajes apestan!

Escritora: Entiendo, pero hay que darles un poco más de tiempo.

(Agita las manos para calmar a la directora)

Esa noche la directora se puso a llorar.

¿Cuánto puede aguantar esta obra así?

¡Aaaaah!

Azotó a la escritora.

Volvió a ser feliz.

(~ ̄³ ̄)~