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Sin Límites

Jessica Romanov era sinónimo de desastre. Su hermosa y delicada apariencia  no revela  ni la mitad de los demonios que lleva dentro. La lucha constante en su interior por expresar quien realmente es y quien los demás quieren que sea conlleva a muchas situaciones que ella no esperaba. Sobre todo no esperaba conocerlo a él ... Stephen, el socio millonario de su padre. Una noche de alcohol en Las Vegas  bastó para que sus personalidades se vean totalmente expuestas y con ello se llevarán más de una sorpresa. Ella es impulsiva, descontrolada, desconfiada, vive su vida sin importarle lo que dirán y hace lo que le nace en el momento. Toda situación que involucre a Jessica, siempre será una aventura. El, al contrario, es obsesivamente controlador, poderoso, reservado y precavido. Sabe muy bien lo que vale y no dejará que ninguna mujer lo atrape, porque ninguna tiene lo que él necesita. O eso es lo que cree hasta que la conoce. Cada vez que sus mundos se crucen, se verá el estallido de fuegos artificiales... O la detonación de una bomba nuclear. Se prohíbe expresamente la distribución, copia o plagio de esta obra sin previo consentimiento del autor, ya sea fuera de esta plataforma o en la misma. Respeta el trabajo ajeno.

NaiiRomanova · Ciudad
Sin suficientes valoraciones
31 Chs

| El virus del Corazón Roto |

• Jessica •

Sobresalte de la cama a causa de una maldita pesadilla. Me encontraba temblando y sudorosa, con la respiración agitada y completamente desorientada.

Mi teléfono sonaba descontrolado, pero no me sentía en condiciones de atenderle a nadie. Detestaba el momento posterior a los malos sueños porque me recordaban lo miserable que me sentía a veces sin Scott.

Lo extrañaba tanto que dolía, era de esos dolores internos que ninguna píldora podía aliviar.

Me levanté dispuesta a prepararme el desayuno, pero no tenía ninguna intención de cambiarme el pijama. Si tenía que empezar a trabajar de algo que no me gustaba pretendía pasar todo mi domingo en la cama mirando series en Netflix.

Preparaba huevos benedictinos con tostadas cuando escuche el sonido de mi elevador abriendo sus puertas, y unos pasos caminando hacia la sala.

Pase la mano por mi rostro, seguramente sería Vittorio cuestionando mi salida de su gala, ya que Mackenzie no podia ser, anoche la había dejado en su casa prácticamente desmayada a causa del alcohol.

Caminé hacia mi sala con la bandeja de desayuno, pero al notar que la persona que se encontraba de espaldas no era mi padre sino su socio; de la impresión mi bandeja termino en el suelo y el hombre se sobresaltó dando la vuelta para observarme.

Con una camiseta negra tan ceñida que marcaba toda su musculatura, unos pantalones de jean rasgados y zapatillas blancas, no era el prototipo de lo que uno esperaría que fuese un hombre de un calibre tan importante como lo era Stephen James.

Su cabello estaba pulcramente peinado y tenía una mirada seductora que no pasaba desapercibida.

Lo miré detenidamente, sin dejar de estar paralizada.

—¿Siempre que nos encontremos vas a hacer eso? —Preguntó caminando hacia mí e intentando ayudar con mi desayuno que se encontraba desparramado en el porcelanato.

—No entiendo a qué te refieres.

—Escanearme de cuerpo entero.

Le lance la mirada más fulminante que podía crear y su sonrisa se desvaneció.

—Eres un imbecil. ¿Qué haces aquí? —pregunté.

—Necesito hablar contigo.

—Y yo necesito que te largues —agregue —¿Por qué te han permitido subir?.

—Deberías saber que tengo cierta habilidad para lograr que las personas hagan lo que yo quiera —emitió una sonrisa burlona que me pareció de lo más sensual que podría haber visto esta mañana.

Me quedé observándolo, buscando en él un rastro al menos de humildad. Esa humildad que me había parecido ver en su mirada pero que no existía.

Era otro millonario más, con sus lamborguinis, sus fiestas y sus cientos de mujeres.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije, rompiendo el silencio.

—Claro, ¿qué quieres saber?

—¿No te pesa?

Su expresión se volvió confusa, su rostro duvitativo. Apostaba todo mi dinero a qué su cabeza debería estar imaginando miles de cosas que seguramente no sería la respuesta correcta.

Se quedó con la boca abierta, pensando por unos minutos, para luego emitir otra sonrisa encantadora.

—¿Que es lo que me tiene que pesar, Jessica?

—Tu ego y tu narcisismo. Es enorme, debe pesarte un montón.

—No he venido a aguantar tus sarcasmos.

—Pues allí tienes la puerta. Vete —dije, volviéndome a la cocina con intenciones de preparar otro desayuno.

El hombre tatuado frente a mi observa mis movimientos y mira la hora de su reloj.

—¿A esta hora vas a desayunar? —repuso sorprendido —¡Es casi medio día!.

—No te importa. ¿Que es lo que quieres?.

—He venido a que me firmaras un documento —dijo, observándome detalladamente.

Mi blusa corta con tirantes y el short de seda en color azul marino no dejaban mucho a la imaginación, y pude notar en su mirada que mi ropa de dormir había llamado mucho su atención.

—¡Oye, mis ojos están aquí! —dije señalando mi rostro.

—Lo siento, no es mi culpa que la ropa de dormir te quede tan bien.

—¿Es tu manera de ligar? —pregunté con diversión —Debería darte clases, eres muy malo para eso.

Su rostro se volvió serio, como si mi comentario lo hubiese enfadado. Era muy atractivo cuando sonreía, pero se volvía una tentación cuando esa expresión de empresario poderoso aparecía.

—Firma los documentos, Jessica.

—¿Que documentos?.

Me explico con lujo de detalles lo que sucedía y decidí buscar una pluma para firmar el maldito papel de anulación. Lo que me faltaba era que me acusara de fraude y terminar en primera plana de los medios amarillistas que exageraban la información.

Mientras leía con detenimiento el papel, Stephen recorría la sala de mi casa. Mi corazón se estrujó cuando tomó el único portarretrato que había en el aparador.

—¿Es tu novio? —preguntó.

—Era mi mejor amigo.

Dios, como me dolía.

Decir esas palabras era igual a qué un hierro al rojo vivo me atravesara las entrañas.

—¿Era? —expresó su duda ladeando la cabeza —¿Ya no lo es?.

—Es como si ya no lo fuera...—exprese mientras le quitaba mi fotografía de las manos y le tendía su papel —Ya está firmado, te puedes ir cuando quieras.

—Hermosa forma de correrme de tu casa. Iba a invitarte a comer por lo que sucedió con esa especie extraña de desayuno que has preparado y ha terminado en el suelo.

Me crucé de brazos.

—¿Que te hace pensar que iría contigo?.

—Porque debes tener hambre —repuso con seguridad.

—Buen punto.

—Y considerando el horario en el que desayunas, apuesto a que no tienes muchos ánimos de prepararte nada —añadió, enarcando una ceja.

—Tu lógica es innegable, campeón —le di una palmada en el hombro mientras subía la escalera —En cinco estoy.

No me alegraba mucho tener que ir a comer con el, pero mi estómago me lo exigía. Podría pedir comida y terminar con mi tortura, pero sería divertido torturarlo un rato más después de las que me había hecho pasar.

Stephen

En el transcurso desde que bajamos por el elevador hasta la entrada de su edificio, Jessica se mantuvo en silencio. Solamente abrió la boca cuando pasó por al lado del hombre que custodiaba el edificio y lo saludó enérgicamente para luego salir.

La forma en que inspiró hondo al sentir el viento cálido de Manhattan me hizo emitir una media sonrisa. La actitud grosera, sarcástica y altanera había desaparecido, y mientras caminábamos en busca de un lugar para alimentarnos, me dediqué a observarla.

Llevaba un pantalón ajustado en color azul, una chaqueta de cuero negra y un top blanco. Me sorprendí al darme cuenta que no llevaba sujetador y se notaba bastante.

¿Acaso quería matarme?.

—Hay un restaurante francés en la otra calle —expliqué señalando —Su Boeuf Bourguignon es uno de mis platos preferidos.

—Prefiero no alejarme mucho. Podríamos comer aquí.

Señaló un lugar donde vendían sándwiches y fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza.

Al sentarnos en una de las mesas se quitó la chaqueta, ganándose la atención de dos hombres que se encontraban almorzando en la mesa de junto.

Los depravados la miraban como si se la fueran a devorar.

—Deberías dejarte la chaqueta puesta —señale —Hay muchos idiotas.

Giro la cabeza para observar a los vecinos de mesa y mostrarles su dedo medio con una mueca de disgusto. Uno de ellos agachó la mirada sonrojándose, mientras que el otro solo sonrió.

—Estoy acostumbrada a ese tipo de idiotas —torció su boca con disgusto.

—Vaya, a quien le pesaba más el ego —sonreí.

—No lo dije porque crea que soy una modelo y que los hombres babean cuando paso... —puso los ojos en blanco —Los hombres siempre creen que pueden mirar a las mujeres con lascivia por la calle y decirles cosas obsenas por el simple hecho de que nos enseñaron a no contestar por miedo a la réplica.

—Oh...

—A mi no me interesa quedar como una princesita inglesa, si me tratan como un objeto sexual, los trato como lo que son, cerdos machistas y misóginos.

Me quedé pensativo analizando las palabras de Jessica. Era muy difícil abandonar ciertas actitudes machistas, pero al crecer con una madre cien por ciento independiente y feminista, había logrado comprender que ciertos comentarios y acciones no estaban bien.

No quería decir que no lo hiciera de vez en cuando, pero intentaba cambiar un poco la manera cuadrada y estructurada de pensar que planteaba la sociedad con respecto a las mujeres.

—Mi madre siempre decía que tu cuerpo y la forma en que lo compartes con el mundo debe ser una elección propia, nunca en base a lo que opinen los demás.

—Pues es una mujer muy inteligente.

Me sonrió de una forma tan amable que mi cuerpo se relajó. No quería hablar de mamá, así que decidí cambiar de tema.

—¿Sientes emoción de comenzar a hacerte cargo de la empresa de tu familia? —pregunte.

—La verdad, no.

Me sorprendió tanto su contestación que me la quedé mirando, esperando que fuese una broma.

La camarera nos sirvió nuestro pedido. Jessica había optado por una ciabatta de jamón serrano y queso Brie, yo por mi parte había elegido uno de atún y roquefort.

Ni bien la camarera se retiro, entorne los ojos divertidos en su dirección.

—¿Papá recortará tu tarjeta si no trabajas con el?.

—No, Papá ha amenazado con que si primero no le doy una oportunidad a su maldito legado, no permitirá que nadie en los cincos continentes me contrate para trabajar de lo que me gusta.

—Oh, lo siento. Crei que era por el dinero —dije.

—Claro que no. El padre de Lara me dejó parte de su fortuna al morir, así que se podría decir que ni siquiera necesitaría de Vittorio.

—¿Y por que lo haces?.

Me quedé paralizado. No imaginaba que una mujer de la estirpe a la que pertenecía Jessica fuese tan independiente. La había juzgado mal y eso me hacía sentir un imbécil, pero esbocé una sonrisa cuando veía con la naturalidad que tomaba las cosas.

—Quiero hacer prácticas y especializarme. Si mi padre me pone trabas no podré hacerlo —suspiro largo y hondo —¡Lamentablemente no me queda de otra!.

La resignación en sus palabras me provocaron ganas de querer abrazarla pero intenté reprimirlas lo más que pude.

—Eres muy joven aún, si necesitas ayuda puedes contar conmigo— asegure dándole apoyo.

—Prefiero no provocar la ira del Romanov principal.

—Asistes a Columbia, ¿Verdad?.

—Asistía. Presente mi tesis hace unas semanas y me recibí.

—¿Puedo saber en qué? — pregunte con curiosidad. Ella asintió con la cabeza mientras le daba un sorbo a su refresco.

—Licenciatura en Criminologia con un master en conducta criminal —exclamó.

Abrí los ojos sorprendido.

—Te aseguro que no me esperaba esa carrera. Imaginé algo como administración, negocios o derecho —aclare mi garganta.

—Eso le hubiese encantado a mi padre, pero digamos que mis gustos son un tanto peculiares.

—Tu padre no hace más que hablar maravillas de ti —exclamé en mi intención por reconfortarla —Piensas que te tiene en baja estima pero es totalmente lo contrario.

—Stephen James, te hacía más inteligente. ¡Justamente mi padre le dirá al futuro socio que su única heredera es un desastre monumental!

—Eso es una firma de contratos asegurada —exclamé y ambos nos unimos en una carcajada.

Me gustaba la forma tan singular en la que expresaba las cosas. Su vida estaba dando un cambio drástico pero optaba por mirar el lado positivo de aquello. Era muy hermosa, demasiado hermosa, pero llamaba la atención por parecer una maldita diosa aún sin nada de maquillaje.

Con su cabello en una coleta desarreglada, su sonrisa sensual y esos ojos verdes que cuando los observabas no podías apartar la vista de ellos.

—Tengo una capacidad extraña por arruinar las cosas —dice apretando los labios —A propósito... ¿Quien te ha dicho donde vivía?.

—Theo. No se porque pero supuse que el la tendría.

—Me ayudó a traer a Mackenzie el día de la fiesta. Ha sido muy amable a pesar de cómo lo he tratado —respondió ella.

—¿El te interesa?.

Aquellas palabras se escaparon de mi boca sin pensar. Negó con la cabeza, con su vista clavada en mi. Me estremecí solo al darme cuenta que quizá había sido descortés haberlo preguntado.

—No, Theo parece ser el tipo de hombre que busca una relación seria y yo no estoy para eso —repuso.

—¡Suena a que una persona te ha roto el corazón! —dije para mi sorpresa.

¡Cállate, Stephen!

Si no me golpea antes de que termine su sándwich, será un milagro.

—Siempre detrás de una persona que no quiere involucrarse en una relación amorosa; hay un corazón roto. Es como una rueda —advirtió con seriedad.

—¿A qué te refieres?

—Una mujer conoce al típico bad boy, piensa que puede salvarlo y el que ella es su ángel salvador. La realidad es que no resulta, terminan rompiéndose ambos en pedazos y la mujer, quien creía en el amor, deja de hacerlo —explica —Termina contagiando de eso a la próxima relación que tuviese en un futuro, y así se va esparciendo como un virus.

Me eche hacia atrás para observar el panorama mientras esa hermosa mujer frente a mi me explicaba sus teorías de cómo creía que era la vida.

—No siempre tiene que ser así —dije entornando los ojos —¡Un hombre normal y corriente puede tener una relación con una mujer sin ningún tipo de problemas!.

—No funciona así. Estamos programados para tener retos —explicó con total formalidad, como si realmente supiera de lo que está hablando —Si todo es color de rosa, en algún momento aburre.

—Y una mujer problemática con un hombre problemático... ¿En que termina eso, licenciada?.

—¡En la tercera guerra mundial!.

Apoye mis codos en la mesa, y me acerqué mas. Su perfume invadió mis fosas nasales, era dulce y elegante. Igual que ella.

—Tienes unas ideas muy interesantes sobre la manera en que se vinculan las personas, Jessica. Si escribieras un libro, seguramente lo leería.

Sonrió.

—Debería irme ya, tengo algo que hacer. Además seguramente nos crucemos por los pasillos de la empresa —dice, levantándose de la silla —Gracias por el sándwich.

—Te acompaño.

—Estoy a unos metros de mi casa, James —dijo emitiendo una sonrisa —¡Que tengas buena tarde!

Mientras se alejaba hacia la salida la examiné. La palabra atracción se quedaba corta para expresar lo que sentía al verla.

¿Por qué me sucedía eso?.

La mujer tenía alarmas de peligro en todo su ser y aún así me daba cuenta que Lucka tenía razón, no podía evitar querer tenerla cerca.

Estaba en problemas.

Serios problemas.

❤︎❤︎❤︎