—Nadie debe escapar de esa casa antes de que yo llegue. No deben escapar del castigo. Haré que sangren —afirmó Alfa Esteban y salió trotando de su mansión.
—Sí, Alfa. ¡Estamos vigilando! —le aseguró el guardia.
—¿Mateo y Selene se atreven a dar refugio a un pícaro en la casa? ¿En mi manada? ¿Bajo mi nariz? Entonces, ¿Dante tenía razón? —se preguntaba Alfa Esteban mientras se transformaba en su lobo y corría hacia la casa del beta.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Selene a su esposo. Se habían despertado por un ruido estruendoso que venía del salón.
—Déjame ir a revisar —dijo Mateo, y luego olió el aire.
—¿Qué demonios? Selene, hay problemas. Puedo percibir diferentes olores. Hay lobos en nuestra casa —le informó a su esposa.
—Yo también puedo percibirlos. Deja que te acompañe —dijo Selene.
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