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Capítulo 32: Intrusos

Las ojeras comenzaban a hacer lo suyo, no estaba acostumbrado a estar despierto hasta tan tarde. Pude advertirme en el espejo retrovisor. Mis ojos se miraban igual de cansado que mi cuerpo, me sentía extraño, como si aun tuviera energía, pero sin ser controlada por mí.

El reloj del vehículo marcaba las 6:29 A.M. Seguía algo oscuro, pero la luz ya se manifestaba. Era una buena hora para llegar, a la casa de mis abuelos y dormir lo máximo que pueda… O eso pretendía. Detuve el vehículo en seco. Mi mente incapaz de asemejar, observó el portón abierto.

¿Yo lo dejé abierto? No, alguien está dentro.

Quizá es mi imaginación. Con demora y el corazón en las manos, intenté encontrar la verdad. La posibilidad de que me haya equivocado al cerrar desapareció cuando vi que la cadena de repuesto estaba cortada.

Mis manos se aferraron al volante. ¿Qué debía hacer en esta situación? Quería dar media vuelta y huir, pero ya estaba ahí. Tampoco quería morir. ¿Qué debo hacer?

Busque de inmediato la navaja, una vez en mi mano, surgieron nuevas preguntas: ¿Qué voy a hacer con esto? ¿Y si llamo a la policía? ¿Qué sucede si alguien adentro tiene arma? ¡Basta! Decidido apenas me quité el cinturón y me despegué del vehículo, si no fuera por el sueño, probablemente no habría sido capaz.

Revisé la entrada con cuidado de que nadie me viera. ¿Eran ellos de nuevo? Mis manos temblaban y mi piel se erizó al acercarme al umbral. El corazón se me aceleraba con cada paso al traspasar la reja.

Debería huir.

Pero, ¿por qué sigo caminando?

Quiero huir.

Puede que no haya nadie.

Tengo que huir.

Apenas me acerqué a la habitación de mis abuelos que tenía la ventana abierta, se escucharon voces dentro.

Ese horror vivido.

¡¡Necesito huir!!

Mis manos comenzaron a temblar. Un extraño impulso me atraía.

¡¡¡No quiero morir!!!

Me volví incapaz de escuchar algo. Cerré los ojos rogando por ayuda, cuando escuché las voces cambiar de sitio.

Mierda, vienen hacia mí.

No me sentía preparado, era demasiado súbito. Me aferré a la navaja y a la pared que me separaba del espacio en el que estaban, la puerta estaba abierta así que apenas pasaran los atacaría.

Mi corazón dio un vuelco cuando escuché que los sujetos subieron al segundo piso. Intenté retener mi respiración y con pasos delicados continué avanzando. Terminé pasando las escaleras y me oculté en la habitación a un lado del baño, esta no tenía puerta. Sentí un pequeño remezón en mi cuerpo. Traté de aguantar la respiración para escuchar lo que discutían, los latidos no me dejaban entender nada.

¡Huye!

No quiero continuar huyendo. Aseguré la navaja ya abierta. Antes de que volvieran, me acerqué a la cocina y tomé lo primero que encontré para ayudar mi ataque, unos vasos de vidrio. Observando que no aparecieran por las escaleras, intente sujetar el vaso, pero mi mano no lo alcanzó y terminó golpeándolo. Esté se dio vuelta. Apenas intente alcanzarlo para que no caiga, lo golpeé sin intención, terminó cayendo al suelo rompiéndose. El piso quedo esparcido con pequeños trozos de vidrios. El ruido ante tanto silencio, me mandó a huir de inmediato. Me volví a la habitación e intentando recuperar mis sentidos, me maldecía apoyado contra la pared. Apenas escuché los pasos de los dos sujetos, intenté digerir lo que estaba pasando y me concentré lo máximo posible.

—¿¡Qué sucedió!? —preguntó uno de los sujetos. Tenía una voz reconocible, lo he escuchado antes, no estaba seguro, pero tampoco lo negaba. Esto solo me inquietó.

—Se cayó un vaso —contestó el otro. Tenía un acento extraño.

—¿Había un vaso cuando llegamos?

—No lo sé. Esto me está dando muy mala espina.

—¿Crees en los fantasmas?

—¿Tu no? Justo sucedió cuando abrimos esa habitación.

—¿Qué dices? No seas incoherente.

Mi puño se apretaba con cada palabra. Mi respiración lo acompañaba. La sala de la que hablaban era donde dejé las pertenencias de mi familia.

—Seguramente sus espíritus están enojados —dijo el del acento. Parecía que sus pulmones no le ayudaban a hablar.

—¡Que importa! Tenemos que terminar lo que vinimos a hacer.

Sus palabras me irritaban. Pensé que podían estar por curiosidad, esa posibilidad se acababa de descartar.

—Bien, entonces apresurémonos. Iré a ver arriba, avísame si algo sucede —se escapó el de acento.

Viendo que solo eran dos personas, decidí lanzarme apenas uno de ellos subió. Cuando el que se quedó estaba viendo los trozos de vidrio en el piso me aproximé por su espalda.

—Crees que…

Pensando que era su compañero al escuchar mis pasos, aproveché la oportunidad. Con el brazo diestro, lo sujeté del cuello, tirándolo hacia atrás. Antes de que pudiera hacer fuerza, la mano con el cuchillo, pasó bajo su brazo y se sobrepuso en su hombro. Dejando el cuchillo tocando su cuello con el filo. Mi pie chocó con un trozo de vidrio. Para que no pudiera escapar, con el brazo que lo agarraba del cuello, sujeté la muñeca de la mano que sostenía el cuchillo.

Estaba demasiado tranquilo para acabar de ser agarrado de esa forma.

—¿¡Quién eres!? —exigí respuesta.

Trató de moverse para revisar cuál era su estado. Al sentir la cuchilla fría en su garganta se quedó quieto.

—¿¡Qué mierda buscan!? —le acerqué el filo.

No respondía. Le sujeté con mayor fuerza. Considerando su situación y mi acción, creyó que lo mejor no era hablar. No era alguien normal. Esta no era su primera vez en una amenaza de muerte.

—¡¡¡Responde!!! —comencé a desesperar.

—¿¡Qué sucede!?

El sujeto que subió al segundo piso, no tardó en llegar frente nosotros y ver lo que sucedía. Cuando lo encontré con la mirada, lo reconocí, era el policía que mi madre llamó ese día. En contadas ocasiones tuve la oportunidad de verlo, principalmente durante juntas y reuniones, donde su distintiva cabellera rubia y ojos claros destacaban. Mi hermana solía referirse a él como un estereotipo estadounidense. Su nombre era John.

Era capaz de reconocerlo, pero, ¿qué hacía aquí?

—Por… —intente buscar respuesta.

Al ver que mi fuerza en el cuello se debilitó y la navaja se alejó gradualmente de su garganta, la victima me golpeó la costilla con el codo a gran potencia. Al alcanzar una de mis heridas, me retorcí con intensidad. Su mano agarró la cuchilla por el filo; no le importó cortarse, aprovechando la oportunidad, mandó a volar el cuchillo. Me sujetó del mismo brazo con el que lo amenazaba y sin darme tiempo para reaccionar, dio un paso cruzado al lado contrario para luego con fuerza darme vuelta en el aire. Caí al suelo y de inmediato arremetió contra mí, dejándome el brazo en la espalda. El golpe no fue suave. Estaba seguro que dejaría un moretón, un gran dolor surgió de mi cien que estaba pegada al piso. Justo en frente mío un trozo de vidrio apareció a centímetros de mis ojos. Antes de siquiera intentar salir, su mano me atropelló la cabeza.

—¡Espera! —atinó a exclamar el estadounidense.

Al escucharlo bajó un poco mi brazo. No lo suficiente, asegurando que no pueda moverme.

—¡Joder! ¡Suéltalo! Esta sangrando —enfureció el rubio.

—No le hice nada.

—¡Suéltalo! ¡Es el chico de la familia!

—¿Qué?

Al escuchar las palabras, la figura me liberó el brazo y con una posición temeraria se alejó para observarme bien. Con el dolor del golpe y el brazo con la herida abierta me volteé a medias. Apoyándome en la isla para no caer.

—Mierda. Eres tú —digirió.

Yo también lo reconocí. Era uno de los policías que se presentó la noche que asesiné a los ladrones que entraron a la casa, el más joven. Con ropa de calle se veía distinto. Llevaba una chaqueta que lo hacía ver más delgado y frágil de lo que era. Asegurando que, por lo sucedido, tiene una fuerza que no esperaba. Su mano también estaba sangrando. Al ver que dirigí mi mirada a esta, se percató de su existencia.

—No te preocupes por esto —se aseguró de inmediato. La presionó volviendo a observarme de pies a cabeza—. Pido disculpas por mi rudeza.

—No hay mucho problema —dije entre dientes.

Sí que lo era. Tenía muchas dudas, estaba ansioso. Esto no me gustaba, agregando que mi herida comenzó a sangrar. Nada estaba bien.

—Tenemos que tratar esa herida —comentó.

—Yo lo haré —dije evitando cualquier tacto de ese tipo.

—Déjame ayudarte. Es lo menos que puedo hacer —insistió.

—Tu igual deberías cuidar de tu herida —intenté echarle en cara.

—No te preocupes por esto. Estaba consciente de lo que hice, no es un gran corte.

Se notaba confianza en sus palabras, como si no hubiera sido su primera vez sujetando un cuchillo de esa manera, aterrador.