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Amistad y cambio de look

El pequeño gimnasio "Los Pibes del Box" se encontraba prácticamente vacío a esa hora de la tarde. Sólo se escuchaban los golpes secos de los puños de Axel Méndez impactando contra el añejo saco de boxeo. Gota a gota, el sudor bañaba su cuerpo delgado pero musculoso.

A sus 16 años, Axel ya había conseguido 5 victorias por nocaut en las peleas de boxeo amateur. Cada vez que subía al ring, lo hacía con la determinación de su ídolo, el gran campeón argentino Carlos Monzón.

Desde niño había devorado artículos y visto innumerables peleas del mítico boxeador, soñando con emular su estilo agresivo y contundente.

El boxeo era su válvula de escape, su pasión que lo mantenía centrado en algo positivo. Con sus padres trabajando largas horas en la capital, Axel pasaba grandes temporadas solo en casa. Pero dentro del cuadrilátero encontraba un refugio, un lugar donde canalizar su energía y demostrarse a sí mismo que podía labrarse un futuro mejor.

Aquel sueño comenzó a concretarse a los 14 años, cuando finalmente obtuvo el permiso de sus padres para iniciarse en el boxeo. Su entrenador, Walter Sosa, reconoció de inmediato el valor y la dedicación del joven Axel. Bajo su tutela estricta, lo sometió a interminables sesiones que pusieron a prueba su resistencia física y mental. Pero Axel nunca se rindió, absorbiendo como una esponja cada consejo técnico de su mentor.

Y así arribó al día de su primera pelea amateur, con 15 años. Mientras se vendaba las manos, podía sentir los latidos desbocados de su corazón. Pero en cuanto cruzó las cuerdas del ring, una calma extraña lo invadió. Era su elemento natural. Tres asaltos después, su puño derecho certeramente colocado decretó el nocaut del rival. ¡El nacimiento de una nueva estrella del boxeo!

Ahora, poco más de un año después y con un historial perfecto, Axel se preparaba para su próximo desafío. Cada día pensaba en ese chico flacucho llamado Mateo, al que había rescatado de un intento de suicidio. Llevaba 2 semanas observándolo fijamente durante las prácticas. Le había contado su historia, su amor por el boxeo y su intenso entrenamiento diario. Y aunque Mateo continuaba siendo una persona cerrada y de pocas palabras, Axel percibía su creciente interés por ese deporte que había salvado su propia vida.

//Presente//

Axel se secó el sudor de la frente con una toalla mientras observaba a Mateo, quien lo miraba fijamente practicar con el saco de boxeo.

—¿Che Mateo, por qué no te cortás ese pelo? Demasiado largo, ¿no te molesta? —comentó Axel

señalando la abundante cabellera del chico.

Mateo se puso rojo como un tomate y bajó la mirada, avergonzado. En un hilo de voz respondió:

—Sí, supongo que me lo tendría que cortar.

Axel le dio una palmada amistosa en la espalda.

—No te hagas problema, yo conozco una buena barbería donde los chicos son buena onda. ¿Qué te parece si hoy le metemos duro al entrenamiento y después vamos para allá?

Mateo asintió tímidamente con la cabeza, sin poder ocultar una leve sonrisa de emoción ante la perspectiva de compartir ese momento con su nueva figura de admiración.

—¡Así me gusta! —lo alentó Axel—. Ahora pongámonos serios y practicamos unos ganchos al cuerpo. Después de la barbería capaz que hasta te animás a subir al ring y me enseñás tus golpes.

Soltó una carcajada y volvió a ajustarse los vendajes de las manos. El boxeo los estaba uniendo en algo más que un deporte, se estaba convirtiendo en un vínculo que reparaba las almas rotas de dos chicos solos en el mundo.

Después de finalizar el entrenamiento, abandonaron el gimnasio con rumbo hacia la barbería. Axel y Mateo llegaron a la pequeña barbería del barrio.

Al cruzar la puerta, los recibió una alegre voz:

—¡Pero si es mi campeón Axel! —saludó sonriente Cristian, el barbero de 21 años—. ¿Cómo andás amigo?

—Todo bien, todo bien —respondió Axel guiñando un ojo—. Hoy vine a que le hagas un cambio de look a mi amigo acá.

Cristian posó su mirada en Mateo y sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver la descomunal y desordenada cabellera que caía sobre sus hombros.

—¡Uf amigo! —exclamó entre risas—. ¡Esto te va a salir caro la puta madre!

Se acercó a Mateo y con tono bromista preguntó:

—¿Y cómo te llamás loco? ¿De dónde saliste con semejante pelambrera?

Mateo se removió incómodo y con la vista clavada en el piso, apenas balbuceó:

—Mateo... tengo 16 años... practico boxeo.

—Ahh ya veo, por eso andás con el campeón Axel —comentó Cristian comprendiendo el vínculo—.

Bueno Mateo, quedáte tranquilo que en mis manos vas a quedar 10 puntos.

Hábilmente comenzó a preparar las cosas mientras seguía indagando:

—¿Y de dónde sos? ¿Vivís por esta zona?

Pero Mateo simplemente negó con la cabeza, sin responder. Cristian miró a Axel encogiéndose de hombros, a lo que el boxeador le hizo un gesto de que no se preocupara. Era obvio que a Mateo le costaba trabajo abrirse con los demás. Pero Axel tenía plena confianza en que el boxeo, esa hermandad de puños y sudor, terminaría por sacar a flote la verdadera persona que había debajo de esa coraza.

Cristian comenzó a cortar el abundante cabello de Mateo con manos expertas. Su estilo extrovertido contrastaba con el mutismo del joven.

—Quedáte tranquilo amigo, que te voy a dejar espectacular —aseguró Cristian mientras deslizaba las tijeras.

Más de 40 minutos después, la melena de Mateo había desaparecido casi por completo.

—¡Uff, casi terminado! —exclamó satisfecho el barbero— ¡Amigo!... estás quedando facherisimo. Sos otra persona.

Mateo se observó tímidamente en el espejo, casi sin poder reconocerse a sí mismo. Con un hilo de voz, preguntó: —¿Este... soy yo?

Axel soltó una carcajada y le gritó dándole un amistoso codazo:

—¡Amigo, sos hermoso!.. Si fuera una mina te arranco esa boca.

Se echó hacia atrás simulando ser una chica y con voz aguda, añadió:

—Tenés skin legendaria, hijo de puta —dijo Axel con voz aguda, simulando ser una chica.

Tanto Axel como Cristian estallaron en risas ante la broma. Mateo finalmente esbozó una leve sonrisa, todavía abrumado por su nuevo look.

—Listo campeón, así te queremos ver —lo aprobó Cristian dándole los últimos retoques—. Con esa cara de galán vas a romper corazones por la calle.

Era un pequeño paso, pero significaba mucho para Mateo. Lentamente Axel y el mundo del boxeo lo estaban sacando de su capullo para renacer como un joven nuevo y mejorado.

En la barbería, al ritmo de la música después del cambio de look de Mateo, Axel soltó un gesto de cansancio:

—Que fiaca, bueno Mateo es todo por hoy, mañana seguimos desde temprano. Si total te suspendieron en el instituto, ¿no?

—Sí, una semana —respondió Mateo.

—¿Ah sí? ¿Y qué pasó? —indagó Axel.

Mateo contestó con timidez:

—Había un grupito que me molestaba y no me quedó otra que defenderme en una pelea, entonces me suspendieron una semana.

—Mmm cuéntame más —pidió Axel.

—Un chico llamado Brian que también entrena boxeo, pero tiene muy mala personalidad. Siempre me estaba acosando, entonces me acorraló para pelear y no tuve otra opción.

Axel se rio entre dientes.

—Seguro perdiste, ¿no?

Mateo, avergonzado, respondió:

—Lo noquee de un solo golpe con la mano izquierda.

Axel lo miró sorprendido.

—¿En serio? ¡Mañana me lo tenés que enseñar a ver qué tal ese puño que tenés! Igual Mateo, te quiero contar que ese Brian no es un verdadero boxeador, es un hijo de puta. En nuestro gimnasio está prohibido usar los puños en la vía pública, solo se usaría como última instancia defensiva. A ese man le falta valor, humildad y disciplina.

Cristian intervino con un tono más alto y bromista:

—¡Eh, eh! Más respeto con las instalaciones por favor.

Axel se rio y dijo:

—Tranquilo Cris, ya nos vamos. Mañana seguimos con las lecciones de boxeo de verdad.

Axel revolvió en un gesto cariñoso el recién cortado cabello de Mateo.

—Bueno loco, ya es hora de irnos. Mañana tempranito te quiero ver en el gimnasio con todas las pilas puestas, ¿estamos?

Mateo asintió con una leve sonrisa, más animado después de las bromas y el respaldo de Axel.

—¡Así me gusta! —lo aprobó Axel—. Vamos a seguir puliendo esos puños tuyos y que aprendás todo lo que hay que saber sobre el boxeo de verdad.

Se despidieron de Cristian con un gesto de la mano y salieron a la cálida tarde. Caminaron unas cuadras en un cómodo silencio, hasta que Axel rodeó con su brazo los hombros de Mateo.

—Me alegra que por fin te hayas animado a defenderte de ese idiota —dijo Axel con sinceridad—. Pero de ahora en más, lo hacemos a la manera del boxeo, ¿estamos? Con honor, disciplina y técnica. Nada de peleas callejeras, somos mejores que eso.

Mateo asintió, consciente de que había encontrado en Axel mucho más que un mentor deportivo. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien lo comprendía y apoyaba de verdad. El boxeo estaba cambiando su vida.

—Nos vemos mañana entonces —se despidió Axel con un revés amistoso en el hombro.

Se separaron en la esquina siguiente, cada uno tomando un rumbo diferente pero con un mismo sentido renovado. Unidos por esos puños que los sacaban adelante y les enseñaban a superar los golpes de la vida.