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Memorias perdidas

Antes del amanecer, me desperté con dolor en las costillas. Jin seguía dormida en mi regazo, y su cabeza pesaba sobre mi tórax, presionándome.

Disfruté el sentir su respiración tranquila y regular, mientras permanecía aferrada a mí. Yo, sin embargo, no podía volver a encontrar el sueño.

Los recuerdos comenzaron a invadir mi mente, llevándome de vuelta a un tiempo que ahora parecía infinitamente lejano, los días de normalidad antes que el mundo se desmoronara.

Cerré los ojos y me encontré transportada a mis días en el Medio Oriente. El sol abrasador del desierto estaba en su punto más alto cuando nuestra unidad recibió la alerta de un ataque inminente.

Las instalaciones científicas que estábamos protegiendo eran un hervidero de actividad. La tensión era palpable.

—¡A sus puestos! —grité, organizando rápidamente a mis hombres mientras el sonido de explosiones y disparos se acercaba.

John, uno de mis subalternos más confiables, estaba a mi lado. Su mirada era firme y decidida, pero había un destello de preocupación en sus ojos.

—Sargento Taylor, los tenemos rodeados en el perímetro norte —informó John, mientras ajustaba su rifle.

—Mantén la posición y no dejes que nadie pase —ordené, enfocándome en nuestro plan de defensa.

El primer choque fue brutal. Los terroristas, más numerosos y mejor armados de lo que habíamos anticipado, arremetieron contra nuestras defensas. Los disparos cargaban el aire, llenando el ambiente de polvo y humo.

—¡Cúbreme, voy a lanzar una granada! —gritó John, avanzando hacia una posición más defensiva.

—¡Entendido! —respondí, disparando para mantener a raya a los atacantes mientras John lanzaba la granada.

La explosión que siguió sacudió el suelo, enviando escombros y enemigos volando. Pero no hubo tiempo para celebrar. Más terroristas aparecieron de entre las sombras, disparando sin piedad.

En un descuido, uno de los atacantes se lanzó sobre mí desde un ángulo ciego. Me derribó al suelo, y sentí su cuchillo rasgar mi uniforme.

Luché por liberarme, pero la fuerza del atacante era abrumadora. Justo cuando pensé que todo estaba perdido, un disparo resonó y el terrorista cayó muerto a mi lado.

—¡Levántate, Sargento! —gritó John, extendiendo su mano hacia mí.

Me incorporé rápidamente, con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza. John me había salvado la vida.

—Gracias, John —dije, mirándolo con gratitud.

—No hay de qué, Sargento. No voy a dejar que nos derroten tan fácilmente —respondió con una sonrisa fugaz, antes de volver al combate.

La batalla continuó con ferocidad. Las balas volaban por todas partes, y los gritos de combate llenaban el aire. Vi cómo algunos de mis hombres caían, pero no podíamos darnos el lujo de detenernos. Cada segundo contaba.

—¡Necesitamos refuerzos en el flanco izquierdo! —grité a través de la radio, tratando de mantener la situación bajo control.

—¡Recibido, Sargento! —respondió una voz, y pronto vi a más de nuestros hombres moviéndose para reforzar nuestra posición.

Estábamos rodeados, nuestras municiones casi agotadas, y la desesperación era palpable en el aire.

—Sargento, lo que sea que pase, ha sido un honor luchar a su lado —John hablaba de una forma que me hacía sentir orgullo y temor a la vez.

—Lo mismo digo, John. Pero aguanta un poco más, hay una promesa que tienes que cumplir... Dijiste que no te rendirías —respondí, aunque en mi corazón sabía que era una promesa vacía.

Nos miramos, sabiendo que podíamos no sobrevivir a la siguiente oleada. En ese instante, un explosivo estalló cerca, sacudiendo el suelo bajo nuestros pies.

—¡Cúbrete! —grité, empujándolo detrás de un muro derrumbado.

El estruendo de los disparos y las explosiones llenaba el aire. Podía escuchar a mis compañeros gritando órdenes, cada uno luchando por su vida.

—¡Sargento, necesitamos refuerzos! —la voz de un soldado resonó en mi radio.

—¡Mantengan la posición! ¡No podemos permitir que tomen las instalaciones! —respondí, con la esperanza de que refuerzos llegaran a tiempo.

De repente, un grupo de terroristas apareció en nuestra retaguardia. Estaban bien armados y avanzaban rápidamente.

—¡John, detrás de ti! —grité.

John se giró justo a tiempo para recibir el impacto de un terrorista que lo arrojó al suelo. Lucharon cuerpo a cuerpo, y vi cómo el atacante sacaba un cuchillo.

—¡No! —me lancé hacia ellos, disparando a quemarropa. El terrorista cayó, pero no antes de que el cuchillo rozara el brazo de John.

—¡Maldita sea, Chloe! —John se levantó, el impacto lo había aturdido, pero el chaleco le había guardado de ser perforado. — Gracias. Ahora tú me salvaste la vida. —Dijo al tiempo que revisaba su brazo.

—Estamos en esto juntos —le respondí, ayudándolo a ponerse de pie—. No te voy a dejar atrás.

Justo en ese momento una explosión sacudió el edificio cercano. Los terroristas habían logrado colocar una carga explosiva en uno de los muros exteriores, creando una brecha en nuestra defensa.

—¡John, necesitamos cubrir esa brecha! —grité, señalando la nueva amenaza.

—¡Voy en camino! —respondió John, avanzando rápidamente hacia la brecha con un pequeño equipo.

Corrí con los demás, detrás de él, cubriendo su avance. Los escombros llenaban el suelo, dificultando la visibilidad. Cuando llegamos a la brecha, nos enfrentamos a una oleada de terroristas que intentaban infiltrarse.

—¡No pasarán! —gritó John, disparando con precisión y derribando a varios enemigos.

Yo me uní a la defensa, disparando sin tregua. Sentí la adrenalina correr por mis venas, impulsándome a luchar con todo lo que tenía. Los terroristas estaban decididos, pero nosotros también.

La batalla continuó durante horas, pero finalmente logramos repelerlos. Las palabras de John zumbaban en mi mente:

—"No voy a dejar que nos derroten tan fácilmente" —Había cumplido entonces, y estaba segura que esta vez también cumpliría.

Abrí los ojos, de vuelta en el presente. Sentí una punzada de dolor al recordar esos momentos. La misión en el Medio Oriente nos había unido de una manera que solo aquellos que han enfrentado la muerte juntos pueden entender.

El caos del virus se desató poco después. En medio del pandemonio, nos separamos. Durante meses, no supe si estaba vivo o muerto.

Quise saber de él, y pregunté más de una vez, pero nadie parecía saber nada acerca de John. Lo di por muerto, añadiendo una capa más al dolor que ya llevaba dentro.

Al verlo nuevamente, sentí un alivio tan intenso que casi me derrumba. Ambos habíamos cambiado, estábamos endurecidos por las experiencias vividas, pero todos los recuerdos, las batallas y las pérdidas que habíamos compartido, seguían estando allí.

—¿Estás bien, Chloe? —preguntó Jin, su voz suave rompía el silencio.

—Sí... solo estaba pensando en todo lo que hemos pasado —respondí, tratando de ahogar el nudo en mi garganta.

Cada día era una lucha para no ser consumida por los recuerdos. La guerra no solo dejó marcas visibles en mi cuerpo; también dejó cicatrices en mi alma que dolían con cada paso hacia el futuro.

—Te veo distraída últimamente —comentó Jin —¿Qué te pasa?

—Es difícil recordar lo que vivimos —admití, mirando a lo lejos— Las vidas que perdimos, las decisiones que tomé... todo sigue aquí, en mi mente.

—Sabes que no estás sola en esto, ¿verdad? —Jin colocó una mano en mi hombro —Estamos aquí para apoyarnos.

—Gracias, Jin. A veces es difícil ver más allá del dolor —dije, sintiendo un leve alivio por sus palabras.

—El dolor es un recordatorio constante de las vidas que perdimos, —Reflexionó Jin — Es el reflejo constante de las decisiones que tomamos y que nos persiguen en la oscuridad.

—Es cierto —respondí — es el precio de la supervivencia. Cada punzada de dolor es una lección de lo que nos ha costado llegar hasta aquí.

Hizo silencio, y se quedó dormida. Mientras su pecho se movía pausadamente con la respiración del sueño, recordé una conversación que tuve con John después de encontrarlo de nuevo en el refugio.

—John, ¿cómo lo haces? —le pregunté —¿Cómo sigues adelante después de todo lo que hemos visto?

—No sé si tengo una respuesta para eso —respondió él, mirando al infinito—. Creo que simplemente no quiero que nuestros sacrificios sean en vano... Y tengo una promesa que cumplir.

—¿Qué promesa? —pregunté, intrigada.

—Prometí que haríamos de este mundo un lugar seguro, por todos los que perdimos, y por todos los que estamos vivos —dijo John con su voz firme.

Sus palabras me recordaron que aún teníamos una misión. Quizá el dolor nunca desaparecería por completo, pero al igual que John, yo sabía que encontraría dentro de mí la fuerza para seguir adelante, por ellos y por nosotros.

El sueño me alcanzó casi al amanecer. Cerré los ojos con pesadez, y me quedé dormida.