—¡No! ¡Tengo plena confianza en que nunca me dejarías sola! —Rafael se quedó quieto por un segundo y un oscuro rayo de luz pasó fugaz por sus ojos.
Sus manos que estaban en el cigarro se tensaron y una sonrisa de suficiencia se formó en su rostro mientras se giraba en su dirección.
—¡No me digas que te has enamorado de mí, mi querida esposa! —Las palabras salieron pausadamente y ella podía sentir que no había sinceridad detrás de ellas, sin embargo, su corazón se aceleró cuando sintió que su mirada se demoraba sobre su rostro.
Sabía que si ella dudaba o su rostro se sonrojaba, él lo tomaría como una aceptación. Y aunque ahora fuera una broma, las cosas cambiarían drásticamente entre ellos.
En este momento no estaban ni cerca ni distantes. Ambos no tenían amor ni pasión el uno por el otro, pero se preocupaban lo suficiente como para no dejar que otros les hicieran daño.
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