El niño sonrió y asintió con la cabeza. Sostenía los brazos abiertos de su madre pero antes de que ella pudiera levantarlo, sus ojos se agigantaron y tambaleó.
Se giró y miró fijamente a la bruja que había lanzado la daga en su espalda.
—¡Señora! —el hombre gritó mientras corría a sostenerla pero era tarde. Ella había caído al suelo.
—¡Sostén a Rafael! —susurró cuando el vampiro sacó la daga de su espalda.
Era improbable matar a un vampiro con una daga pero el brillo azul de esta le dijo al vampiro que estaba cubierta con Berilio.
—Ella no vivirá más y tú tampoco, vampiro —la bruja que volaba frente a la ventana lanzó otra daga pero antes de que pudiera alcanzar al vampiro, ella se levantó y recibió otro golpe en su pecho, dejando estupefacto al hombre y a Rafael, que ahora lloraba.
—Madre... —gritó mientras se levantaba y corría hacia ella.
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