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Suprimiendo su risa, Shiro aterrizó de nuevo en el tejado de la casa de subastas y observó cómo el dueño se disculpaba profusamente con los miembros de la facción.
—¿Ves lo justa que soy? No dejo a nadie fuera —dijo Shiro con una sonrisa mientras Nimue suspiraba.
—Sí, muy justa. ¿Por qué no robas a los príncipes también, ahora que ya has robado a las facciones? —Nimue rodó los ojos.
—De hecho...
—Ni lo digas —lo cortó Nimue.
—¿Por qué no? Es bastante viable, ¿sabes? —Shiro sonrió.
—Bueno sí, estoy de acuerdo, pero como, no deberías empujarlos demasiado, ¿sabes? ¿Quién sabe qué podrían hacer?
—Nos estamos acercando a la fase en la que podemos pelear ahora. Empujarlos al límite de hecho ayudaría —respondió Shiro mientras miraba a los miembros de la facción frenéticos. Se estaban dividiendo y buscaban todo en un radio de 500 metros de la casa de subastas en un intento por encontrar al culpable.
Meneando la cabeza, miró el objeto que había robado del Panteón de los Dioses.
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