Más tarde esa noche, la pareja yacía junta en la cama después de unas cuantas rondas apasionadas de hacer el amor.
Naia apoyaba su cabeza cómodamente en su amplio pecho, con sus delicadas manos sobre su corazón.
—Estás incómodo —le dijo ella, mirándolo a los ojos—. ¿Qué te pasa?
Leon suspiró. Siempre parecía sentir los cambios en él, especialmente cuando hablaban de su nuevo trabajo.
Sería mentir decir que estaba cómodo con este desarrollo.
Había visto cómo esos muchachos sacaban inmediatamente sus teléfonos cuando la veían.
Tenía miedo. Miedo de que esos hombres pudieran encontrarla, y él no pudiera recuperarla.
Tomó un profundo suspiro y se sentó, colocando a Naia en su regazo. Le acarició un poco los muslos y besó la parte superior de su cabeza antes de hablar.
—Tengo miedo de perderte —dijo él, con mucha honestidad.
Leon no tenía un cerebro muy complejo. No tenía la mente para ser ambiguo. Como Naia, era muy honesto.
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