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Después de unas cuantas rondas, los dos se recostaron ociosamente en la cama. No hablaron durante un rato y simplemente disfrutaron de la presencia y el calor del otro.
La cabeza de Naia reposaba en su pecho, escuchando su corazón, que siempre había sido frenético, especialmente después del sexo. Sin embargo, esta vez sintió algo un poco diferente, aunque no podía señalar exactamente qué era.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando las ásperas manos de León acariciaban sus caderas y luego su espalda. Ella levantó la vista para ver a León mirándola con ojos profundos.
—Naia… —comenzó él—, ¿sabes lo que es una pareja casada, verdad? —preguntó.
León pensó que si ella aceptaba su propuesta, entonces quería estar seguro de que ella sabía lo que significaba.
Ella asintió, recordando las lecciones del decano. —Mm… amantes, compañeros de por vida —respondió ella.
Él respiró hondo. —Hablando retóricamente, ¿cómo sería el esposo ideal para ti? —preguntó él.
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