El viento se llevó la lluvia con su agresivo aliento azotando la ciudad de Yuor con una fuerte intensidad que sumergió las calles en causes extensos de agua. Coloridas sombrillas adornaron el festival obstruyendo la vista de Caín con el paso de la gente, apenas podía ver más allá de la escolta que protegía a Eilith del agua y se movilizo con precaución.
Estaba cumpliendo su deber de vigilar a la preciosa nieta del duque, pero se perdió entre las personas aturdido por el frío que lo abrazó, entonces, escuchó una voz susurrante entonando su nombre.
—Realmente eres tú, Caín.
Los remarcados labios rojos que emitían una atractiva voz pertenecían a una figura femenina que se atrevía a cortarle el paso, interponiéndose en su camino. La mujer solitaria detenida justo frente a él invocó el más oscuro de sus recuerdos volviendo insípido el ruidoso ambiente en un instante.
Eilith tan solo se había distanciado un poco, pero aún a esa longitud pudo ver en el comúnmente rostro sereno de ese hombre, una sombría expresión que nunca antes conoció.
El silenció se prolongó por un rato, Caín se había perdido en la belleza de aquella joven de largos cabellos pelirrojos. La dueña de los cristalinos ojos que brillaban por si solos, no era una ilusión, desafortunadamente pertenecía al entorno festivo al igual que cualquier otra de las personas que transitaban alrededor del hijo del conde.
—Tan popular con las mujeres como siempre, ¿esa chica tan hermosa es tu novia?
La voz de Caín se quedó atascada en su garganta y sus intentos por responder se consumieron en recuerdos que creía haber enterrado para siempre. Reconocía esa sedosa voz, por eso la realidad no tenía sentido.
—Te ves muy bien, incluso más atractivo que hace 10 años.
—Layla...
El cuerpo de Caín salió de la parálisis cuando pudo pronunciar el nombre de la dama.
—No quise interrumpirte, simplemente... nunca creí encontrarte en este lugar.
Aunque se reusó a adaptarse a las circunstancias no pudo ignorar los agradables comentarios tan genuinamente cínicos que salían de los labios perfectos, si fingía inconciencia merecía ser felicitada.
—Eres un poco descarada.
Él, contuvo el deseo de hacerla callar, porque su voz era venenosa y tenía el mortífero efecto de desordenar sus emociones. Layla lo sabía, esos ojos oscuros eran un cristal al interior de ese hombre. Su inestabilidad se reflejaba, estaba atrapado en un mar de sentimientos tormentosos que eran todo culpa suya. Ella era la mujer que lo despreció cuando era su todo, la razón de creer que no encontraría sentido a seguir vivo cuando desapareció.
Layla sonrió por un momento, porque aún si el la miraba tan despiadadamente, no tenía dudas sobre la fuerza con que permanecía en sus pensamientos, aún si era odiándola. Pues ella tampoco había dejado de pensar en él en todos aquellos años, ni siquiera un solo día. Cuando lo reconoció, contuvo los deseos de correr hacia él, tan solo porque la joven Eilith apareció repentinamente, se vio obligada a retroceder.
—Por favor no me mires así, nunca quise causarte tanto dolor.
Caín creyó que ella debía estar burlándose de él, su cuerpo entero dolía y retuvo en sus puños cerrados toda la frustración que experimentó.
—¿Te encuentras bien? Caín...
Eilith entró a la caótica escena cubriéndolo con la sombrilla negra que tomó de las manos de una de sus damas. Habría querido no intervenir, pero cuando miraba el rostro ensombrecido por la agonía, no podía simplemente quedarse quieta y mirar.
Durante muchos años se corrió el rumor de que el ex heredero del condado Salieri, rechazaba egoístamente a todas las mujeres que se habían acercado a él, desarrolló un gran rencor dejándolo caer sobre las personas que tenían la mala suerte de ser encantadas por su atractivo físico. Layla sabía de sobra lo que sucedía, por eso ahora no podía fingir tranquilidad cuando una chica como Eilith la arrojaba a un segundo plano, colgándose del brazo de su ex prometido presumiendo de su cercanía.
Desde luego, Layla y Eilith eran bastante diferentes. Aunque siempre se describió la belleza de la pelirroja como mística, Eilith lucia como una princesa, como alguien que es la protagonista de historias hermosas llenas de felicidad.
—Caín.
Layla se dirigió a él, habiendo cambiado su tono de voz compasivo.
—Lui y yo nos separamos hace 5 años, también perdí mi herencia, y abandoné la casa de mis padres.
Sin importar cuanto quiso cerrar la atmosfera entre ella y el hijo del conde, la mirada defensiva de Eilith le advirtió que sería alejado de ella irremediablemente, además, sus palabras no parecieron tener efecto en aquel joven, aunque en realidad estaba verdaderamente sorprendido, pero se esforzó en no pensar y simplemente se dejó guiar por la belleza rubia.
—La lluvia cae con más fuerza, tenemos que irnos.
Una sonriente Eilith se despidió de Layla, ella no sabía nada, pero intuyó que debía evitarla y la dejó atrás dentro de ese ambiente húmedo. Tan temeraria y descuidada como siempre permaneció en su lugar tan solo mirando la espalda de Caín.
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