Las tres mujeres, Helena, Sally y Leyla, llegaron a la entrada de un salón angosto y tenuemente iluminado. Una fila de personas serpenteaba por el interior del recinto, sus rostros expectantes bajo la luz del sol, con el aire vibrante por los murmullos y pasos apresurados, creaban una atmósfera de tensión y anticipación.
—Carajo Lena, ya me dieron nervios —habló Sally al ver a uniformados como estatuas móviles, observando cada movimiento con mirada impecable.
—Mami, dijiste una grosería, me debes diez monedas—soltó Leyla mirando a su madre.
—Solo fue una pequeñita, mi amor.
—¿Ya cuánto le debes a tu hija?—dijo Helena entre risas, mientras se quitaba el sombrero y lo acomodaba detrás de su espalda.
—Creo que menos de trescientas monedas, me parece.
—No, mami, son 880 con esta —respondió la niña jalando la blusa de su madre.
—Leyla, estás haciendo trampa, ¿desde cuándo te debo tanto?
—No, yo no hago trampa, es solo que sí llevo la cuenta.
—Muy bien, Leyla, eres una niña muy lista, sigue así que pronto te harás rica —La escritora no dejaba de acariciar los cachetes de la niña.
—Esta chamaca me dejará en la ruina. Ya me arrepiento de venir, Helena.
—Tranquila, no pasa nada… ¿De casualidad no ves a Matt?—dijo buscando entre la multitud de personas.
—No veo a ningún hombre a mi vista, llámalo pues, puede que ya haya entrado.
—Mi celular lo dejé en tu casa, acabo de revisar mi bolso y no lo traigo.
—De todas maneras, no podrías, aún no llega la señal —contestó Sally con el teléfono en la mano. —Ya es nuestro turno, Helena, vamos.
Dos hombres uniformados, con el emblema de un trébol verde esmeralda grabado en sus pechos, interceptaron a las jóvenes justo antes de traspasar el umbral de la gigantesca puerta metálica.
—Sus identificaciones por favor.
—Aquí están—dijo entregando los papeles.
—Bien, pasen por favor y sigan las indicaciones que se encontrarán adelante.—
Tres caminos en direcciones opuestas estaban ante sus ojos, marcados con los números 1, 2 y 3. En el extremo de cada camino, figuras imponentes se erguían con uniformes negros, como los que vieron hace unos momentos; la diferencia de estos era el aparato eléctrico que sostenían en sus manos.
—Y ahora, ¿como sabremos que camino elegir?
—Mira allá arriba.—El dedo índice de Helena señalo a un monitor que contenía las siguientes indicaciones:
+Las personas que no tengan la marca, favor de pasar al pasillo número 1.
+Las personas de sexo femenino con la marca, favor de pasar al pasillo número 2.
+Las personas de sexo masculino con la marca, favor de pasar al pasillo número 3.
—Creo que aquí nos vamos a separar, mis amores.—Dejo salir, mirando a las chicas.
—Eso veo, entonces te esperamos en la salida, para que vayas por tu teléfono.
—Si, o si yo salgo primero, yo las esperaré.
―Muy bien Helena.
―Mami, tu teléfono está sonando― señaló la pequeña, entregándole el celular a su mamá con el que había estado jugando.
―La señal ya volvió, Helena. Carajo, Samu me estuvo marcando—anunció con sorpresa.
―Mamá, volviste a decir una grosería.
―Basta Leyla, eso no fue nada. Veré si puedo llam...
―Señoras, no se queden ahí paradas y avancen por favor, que hay más personas esperando pasar― dijo un hombre alto detrás de ellas. Sin esperar más, se despidieron y tomaron caminos separados.
Helena tragó saliva con nerviosismo al toparse con un señor corpulento de larga barba grisácea. Su mirada penetrante y severa la intimidaba. Con voz gruesa le pidió que mostrara su mano en dónde tiene la marca. El aparato emitio una luz violeta pasando sobre su mano derecha.
—Bien, señorita, por favor tome estas gafas que las usará más adelante, siga el camino y fórmese detrás de la fila.—
Arqueo la ceja al no saber a qué se refería el señor con una fila, pero al entrar por unas cortinas de terciopelo negras entendió lo que escucho.
Una manada de mujeres se encontraba ante ella, apiladas una sobre otras, siguiendo instrucciones. Su atención fue capturada por las marcas brillantes de las mujeres, que resplandecían en un azul intenso como la noche, mientras que su marca brillaba de un color verde esmeralda, con una intensidad inusual, como si contuviera la energía de un universo entero, atrayendo su atención como un imán. El extraño resplandor la hipnotizó y ella no era la única con la mirada fija en su propia mano.
A su derecha, una cortina ocultaba la otra mitad del salón. Ante los susurros y risas masculinas que se filtraban por la tela, estaba segura de que había una larga fila de hombres esperando al igual que ellas. Algo que amplificaba su nerviosismo.
Se ubicó detrás de las mujeres y las miradas se cruzaron inevitablemente. Saludó tímidamente, pero las demás permanecieron en silencio. Solo una de ellas, una mujer de cabello rubio y mirada penetrante como la de un halcón, decidió responder:
—Vaya, pero qué sorpresa tenemos aquí, la escritora de 'Nunca Jamás'.—
Helena nunca había escrito un libro con ese título. ¿Se habría equivocado su vieja compañera o estaba siendo sarcástica?
—Wow, en serio—dijo otra vieja conocida caminando y poniéndose a su lado.
—Ana, Jennifer, ¿cómo están?—mencionó intencionadamente al reconocerlas.
—Después de lo que hiciste, nos preguntas cómo estamos. Vaya broma—respondió una de ellas.
—¿Dónde están tus guardaespaldas? No veo a Sally y a Melisa por ningún lado—habló la rubia.
—¿Cómo van a estar con ella si sigue siendo la misma que abandona a los que la necesitan?—agregó otra chica de manera burlona.
—Sí, chicas, también es un gusto volver a verlas—soltó ya algo molesta.
—En serio, ¿pasaste de ser futbolista a médico y luego escritora? ¿Qué sigue? ¿Una cualquiera?— dijo una de ellas, mientras las otras se reían y miraban a Helena de pies a cabeza.
Ese grupo de mujeres era lo último que quería encontrarse al llegar a su pueblo. Nada podía ser peor que enfrentarse a su antiguo y anticuado equipo de fútbol escolar.
—Solo estoy tratando de ser gentil con ustedes—respondió tratando de mantener la compostura.
—Seguro, ya nadie cree tus mentiras. No te hubieras molestado en venir—dijo la rubia con cara de disgusto.
—Ya chicas, superenlo. Helena, no le hagas caso a esas niñatas de aquí—intervino una mujer que llegó de repente, apartando a las que molestaban. Cuando llegó a su lado, la abrazó con fuerza y dijo:
—Pinche cabrona, en serio que eres bien wey a veces. Te mando mensajes y no contestas, Helena de mi corazón.
—Melisa, me alegra verte —respondió con una sonrisa en su rostro, abrazando a su mejor amiga de la infancia.
—Alegría me dará cuando les partamos la jeta a estas idiotas—señaló su defensora hacia las mujeres que reían al verlas.
—Tu guardaespaldas está de regreso, muy bien por ti, Helena.
—Ana, ya estás grandecita para armar estos líos. En serio, ¿no te cansas de fastidiar a las personas, sabiendo que nunca les vas a ganar? —La amiga de Helena volvió a alzar la voz.
—Tú... ¿qué demonios…?
—Señoritas, por favor, no se salgan de la fila, respeten sus lugares y guarden silencio que en un momento comenzaremos la alineación —un uniformado separó a las mujeres de su revuelo.
—Pero ¿qué está diciendo? Llevamos más de 20 minutos esperando aquí paradas.
—Sí, y ojalá esta reunión valga la pena, porque solo estoy perdiendo mi apreciado tiempo—alegó una de sus excompañeras.
—Vaya, eso es algo nuevo, escuchar que ahora valoras el tiempo, Ana —rió su amiga a carcajadas.
—Mira tú, cocinera, al menos no trabajo lavando platos para personas ajenas —las risas estallaron entre las demás chicas.
—¿Y tú, hija de papi? ¿Aún le sigues llorando para que te conceda tus deseos?
—Hija de ….con mi padre no te metas, perr..
—¡Ya, Melisa, detente!, alejémonos de ellas, que yo sí valoro mi tiempo—dijo tomándole la mano a su amiga y llevándola al final de la fila.
—Sí, como siempre huyendo, ¿verdad Helena?—gritó la líder de aquella banda de chicas después de perder de vista a la escritora y a su defensora.
…
—En serio, con esas estúpidas no se puede—murmuró su amiga con frustración.
—Sí, y ahora me doy cuenta que esas locas nunca se olvidaron de mí—añadió ella.
—No, ya sabes esa es la manera de demostrarte que aún te aman, Helena.
—Que risa me dan, enserio.¿Y tú cómo estás Meli?
—Bien, ahí la llevo, pero no tan bien como tú señorita misterio—respondió Melisa mirándola directamente— Que bien te ves amiga.
—Gracias Igualmente. Pero sabes, yo quisiera aprender a cocinar tan bien como tú lo haces.¿Sigues trabajando en la capital?
—No, hace meses que estoy acá, mi padre se enfermo, y pues no puedo dejarlo solo con mi madre.
—Te entiendo, ¿tú mamá cómo está?
—Mi madre sigue como siempre, celando a mi papá. Esa señora no tiene límites, vaya. Tengo que andar tras de ella para que no le jale los pelos a mi viejito.
—Así son las madres hoy en día, celando a cualquiera…—Soltó la escritora sin aliento.
—Oye cambiando de tema, ¿por qué tú marca brilla de ese color? ¿Eres una especie de elegida o que onda?
—Sí, ¿verdad? Pero creo que escogieron a una pésima candidata.
—¿De qué hablas? Si yo escogiera a una líder, esa serías tú Helena—dijo Melisa mientras toqueteaba su vestido.
—No, qué va. Una líder es alguien con una gran actitud, que influye en los demás, defiende a los suyos y tú eres eso y mucho más, Melisa—respondió, pasando su mano por el cabello de su amiga.
—Helena, ¿por qué sigues siendo tan linda?—Entre risas, su amiga la abrazó con fuerza, compartiendo una complicidad tan dulce que evocaba los años de escuela juntas. Pero la armonía se vio abruptamente interrumpida por una voz que resonaba desde arriba.
—Por favor, mantengan la compostura. La ceremonia de unión de los lazos cósmicos está a punto de comenzar.