Nubarrones amenazantes se acumulaban en el cielo, presagiando una tormenta inminente. Un sentimiento de rebeldía la invadía, negándose a regresar con sus padres. En su lugar, decidió dirigirse hacia su casa en construcción, un sendero familiar que le ofrecía un refugio de la realidad.
Al cruzar por el campo de fútbol, el lugar que guardaba tantos recuerdos de su infancia, se detuvo. Su lazo cósmico brillaba de manera descomunal, y una sensación de bienestar apareció de repente. Se bajó de la bicicleta y comenzó a gritar:
—¡Jensen, sé que estás ahí!….¡Vamos, no te escondas, sal de una vez!—Insistió, mirando a su alrededor.
El portón de metal, que crujía con el viento, estaba abierto, así que ingresó hasta llegar a la cancha.
Sus ojos se perdían en el vacío y la desolación, ni un alma a la vista y el silencio solo era roto por el susurro del viento y el lejano rumor de la tormenta que se aproximaba. Sin embargo, sentía una presencia, como si alguien la observara desde algún rincón del enorme estadio. Una inquietud creciente se apoderaba de ella, intensificando cada uno de sus sentidos mientras trataba de discernir si su sensación era real o solo fruto de su imaginación. Aunque la incertidumbre la acompañaba, con su lazo cósmico manteniendo el brillo que suele ser fugaz.
La presencia de la lluvia caer sobre sus hombros, la empujó hacia las gradas
buscando un lugar donde refugiarse. Escaló hasta la cima de estas y cerca por donde había tomado descanso, se encontró con un viejo balón de fútbol.
Llevada por un impulso irrefrenable, tomó la pelota y comenzó a patearla con fervor. La levantó y le dio una patada que la mandó justo al centro del campo. No recordaba la última vez que había tocado una pelota como esa. Una sensación de felicidad surgió dentro de ella. Golpear esa simple pelota la llenó de energía, una energía que no sabía de dónde provenía. Era evidente que extrañaba jugar ese deporte; y le emocionaba volver a hacerlo.
Helena, no se percató en que momento su lazo cósmico volvió a la normalidad. Ya no le tomo importancia y se recostó sobre el material poroso, hundiendo su cuerpo en su mullida suavidad como si se acurrucara en un nido de algodón.
Cerró los ojos e inhaló profundamente, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones y despertara sus sentidos. El aroma terroso de la tierra mojada se mezclaba con la fragancia dulce de las flores silvestres, creando una sinfonía olfativa que la embriagaba. A su alrededor, el campo, antes árido y silencioso, cobraba vida bajo la suave caricia de la lluvia. Cada brizna de hierba brillaba con un verde esmeralda, y el canto de los pájaros llenaba el aire de alegría. En el susurro de la lluvia y el aroma fresco de la tierra mojada, encontró una paz profunda que ya había olvidado antes.
Esa plenitud, jamás lo hubiera experimentado si estuviera viviendo en el caos y en el ruido de la ciudad. Agradeció a la vida por ese regalo de armonía, consciente de lo efímero y precioso que era ese instante.
….
Llegó a su casa, encontrándola en un silencio sepulcral. Las paredes desnudas y los cables sueltos que asomaban por aquí y allá daban testimonio de una obra inacabada. "¿Para qué seguir construyendo?", se preguntó en voz baja, sabiendo que en cuatro años se iría de ese planeta. Esa casa, que alguna vez fue un sueño lejano, ahora le provocaba una mezcla de emociones.
Alegría por haber logrado su cometido. De pequeña, había deseado con todas sus fuerzas tener una casa propia, un lugar donde nadie le dijera qué hacer o qué no hacer. Ahora, estando tan cerca de conseguir todo aquello, una tristeza la consumió. ¿Tanto esfuerzo para nada?, se decía mientras recorría las habitaciones vacías, pensando en el futuro de esa construcción.
Se detuvo en el umbral de lo que sería su sala y dejó escapar un suspiro. ¿Qué sería de esa casa? Algún día, podría ser sepultada por la naturaleza. O, quién sabe, tal vez alguien podría adueñarse de ese lugar y convertirla en lo que ella jamás pudo: un hogar. "Ojalá eso pase", murmuró, con una llama de esperanza que ardía con fuerza en su corazón. Cerró los ojos y permitió que una lágrima solitaria rodara por su mejilla.
Decidida, salió de la casa y se quedó de pie en el umbral, contemplando el horizonte. Tal vez, ese lugar tendría un futuro más brillante del que ella jamás pudo imaginar. Con un último vistazo, se dio la vuelta y se marchó, dándose cuenta de que, aunque su sueño no se completara del todo, aún había una pequeña posibilidad de que alguien más lo hiciera realidad.
…..
Despertó sobresaltada en su cuarto, sollozos y gritos desesperados provenían de la planta baja de la casa de sus padres. Salto de su cama, y rápidamente bajó las escaleras en dirección hacia el gran escándalo que ya la tenía alterada.
Encontró a su madre sumida en el llanto, observando a un grupo de uniformados apostados fuera de la casa.
Su padre con una pistola en la mano cerca de la ventana, parecía desorientado.
Helena se acercó a él para intentar tranquilizarlo y entender lo que estaba pasando.
—¡No, Helena, aléjate!. Nadie entrará a mi casa—gritó su papá apuntando hacia fuera.
—Papá, no lo hagas, por favor cálmate…—suplicó, tratando desesperadamente de que bajara el arma.
—¿Mamá dónde está Matt?—preguntó, buscando respuestas en medio del caos.
—Fue por ayuda—respondió su madre, con la voz temblorosa.
—Pero ¿por quiénes?
—¡Lárguense de mi casa, están en propiedad ajena!—el padre de Helena volvió a gritar a través de la ventana, en modo desafiante.
—Señor, tenemos una orden para ingresar a su casa. Solo buscamos conversar con ustedes. Y si nos ve en la necesidad de disparar, lamentablemente nos veremos obligados a hacer lo mismo, por lo que le pedimos amablemente que baje su arma—habló uno de los uniformados, quien ya se estaba preparando para desenfundar el arma de fuego.
—No lo haré.
—Papá, ¿qué estás haciendo? Baja eso. —suplicó Helena, con los ojos cristalinos.
—Helena, no me detengas. Ellos no tienen derecho a estar aquí. Aparta, no dejaré que entren estos maleantes.
—¿Qué maleantes, papá? Son policías. Baja esa arma, por favor…Mamá, ayúdame, te lo suplicó—rogó Helena con desesperación en su rostro.
—¡Leonardo, querido, no hagas esto más difícil! ¡Detente, por favor, detente!—suplicaba la madre de Helena por décima vez, ahora, abrazándolo junto a su hija por la espalda. Las lágrimas de ambas quedaban atrapadas en la camisa de un señor obstinado lleno de miedo y a la vez coraje.
El padre de Helena, sostuvo la pistola en la mano por unos segundos más, luego la bajó y la dejó caer al suelo con un estruendo sordo. Dirigió su mirada hacia las dos mujeres, quienes estaban visiblemente asustadas por lo ocurrido. Con paso lento y pesado, se acercó a ellas y las envolvió en un abrazo reconfortante, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Los gritos que habían llenado la casa minutos antes, ahora habían cesado, dejando solo lamentos evaporándose por el tiempo.
—Nota final del capítulo:
Matt llegó acompañado de dos muchachos que parecían tener su misma edad. Cada uno sosteniendo palos y machetes en las manos.
—¿Y los policías?—preguntó con urgencia.
—Ya se fueron, hijo—respondió su madre, haciéndole señas que bajara lo que traía en sus manos
—Hola, señora…—comenzaron los chicos, visiblemente agitados y un tanto nerviosos.
—Señor—interrumpió el otro.
—David, Héctor, ya pueden irse—volvió hablar la señora haciendo gestos con su rostro para que se marcharán.
—Matt, pero que … ¿qué pensabas hacer?—cuestionó Helena tratando de buscar una respuesta coherente por lo que veían sus ojos.
—¡Cómo que qué pensaba hacer! Es obvio que iba a protegerlos, pero veo que ya no hay peligro ¿verdad?—respondió Matt, mirando a su alrededor mientras tragaba saliva, aún lleno de adrenalina.
—Ya olvídalo, baja eso y ven a abrazar a papá—instó Helena, sintiéndose un poco avergonzada, al igual que sus padres, por la incomodidad del momento.