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Las Malvadas Intenciones de Samuel Altamirano

Si Verónica pensaba que sería blanco fácil ser la esposa del millonario Miguel Altamirano estaba muy equivocada. Nunca imaginó encontrarse con el alacrán.

GerardoSalazar · Ciudad
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14 Chs

Capítulo 2 karina

No había cosa alguna que le produjera más simpatía que ver a Karina sonreírle. Samuel no era cristiano, sin embargo, por pura espontaneidad, ese día agradeció al cielo la oportunidad de verla una vez más.

A Karina se le veía tan bien esa falda rosada de vuelo asimétrico que le llegaba por debajo de la rodilla y que combinaba con una blusa blanca sin mangas y un botón grande a la altura de su pecho. 

La tenía enfrente, mirándole los ojos y habitando en ellos a través de su reflejo. Ella vivía en su corazón, lo sabía. Estaba tan enamorado de esa chica que daba la vida por estar a su lado.

¿Pero cómo puede un adolescente tan soberbio y engreído estar enamorado de una linda niña que además vivía en aquel barrio tan pobre?

-Amor- le dijo la chica. -si supieras lo que tuve que inventarle a mi mamá para que me dejara volver. Estaba ansiosa por verte. 

-Te quiero muñeca. Eres mi adoración. 

Karina lo miró sin abrir la boca. 

Samuel pareció captar su pensamiento porque dijo:

-¿Todavía dudas de mi amor? 

Karina asintió en silencio. Recibió seguidamente la explicación de siempre:

-Es que tú, mi querida Karina, tú eres la chica que yo necesito. Sé que eres pobre pero tienes clase. Eso me gusta de ti. No eres como las demás. Eres la única persona que sé que me ama y que yo amo.

-Pero a ti te importa el dinero. Desprecias a la gente pobre como yo.

-Yo no te desprecio porque en tu corazón habita el amor, no la ambición.

-Pero puedes conocer a la mujer que quieras en el mundo que vives.

-Nadie se acerca a mi si no es por mi dinero, excepto tú, que puedo ver en tus ojos que de verdad me quieres. A ti no te importa el dinero. Solo te importa mi amor.

-Pero no soy rica. 

-Un día lo serás, cuando estés conmigo para siempre.

-Me da miedo que pienses así… 

-¿Miedo? Quiero lo mejor para ti.

-Lo mejor no es el dinero.

-Escucha Karina, mis intenciones contigo son buenas. Y sé que tú aspiras solo a que yo corresponda a ese amor. ¡Y lo hago! Que no te quede duda.

Karina no le quitó la mirada de encima. Había en los ojos profundos y enigmáticos de Samuel una verdad. Amaba realmente a ese chico. Desde el día en que lo conoció había experimentado cosas que habrían resultado inimaginables. El corazón se le ensanchaba cada vez que lo veía. Era su amor. Lo amaba tanto, y tenía la oportunidad ahí de poderlo besar toda la tarde en lugar de estar acomplejada por sus dudas absurdas. 

-Prométeme que siempre serás sincero conmigo. El día que ya no me quieras…

-Ese día no va a llegar nunca- él la besó.     

 Ella se estremeció.  

Después se vieron en silencio un par de segundos. Samuel alzó una de sus manos para acariciarle la mejilla. Su mirada vagó lentamente desde su pelo hasta caer de nuevo en sus ojos. Iba a seguir admirándole lo que había en ellos pero de pronto algo desvió su atención… A poca distancia, en el flamboyán de la esquina, un par de vagos mal encarados los veían con recelo.

-¿Y esos quiénes son?- Preguntó Samuel frunciendo las cejas.

-Vagos… Al más alto le dicen "El Poison" y al que tiene cara de tonto le llaman "El Calandrio". Por desgracia acaban de ser inscritos en la prepa. 

-¿En la prepa? ¡Rayos! 

-Sí. Aún no sé en qué grupo irán. Quiera Dios que no sea en el nuestro. 

-Ya sería el colmo, ¿no crees? ¿Hasta cuándo papá me seguirá castigando enviándome a esa prepa sucia y olorosa?

-Gracias al castigo de tu papá es que nos conocemos.

-Sí, pero ya fue suficiente estar soportando a esa bola de pobretones.

-Samuel, hemos hablado mucho de eso. Respétalos, por favor. Solo eso. 

-Tú sabes lo que pienso de ellos.

-Evitemos por ésta vez el tema, ¿quieres? mejor cuéntame, ¿de qué tanto hablaban Leonardo y tú cuando llegaba?

-Le platicaba algo- titubeó pero después recuperó el hilo de la voz y fingió emoción: -anoche mi papá me presentó a su prometida...

-¿Su prometida? ¿Quieres decir que tu papá se va a casar?

-Sí.

-¡Me da mucho gusto! Ya es hora de que don Miguel haga su vida y sea feliz.

Samuel sonreía con esfuerzos mientras Karina estaba encantada.

-Yo también estoy contento, Karina- le dijo Samuel. 

De pronto:

-¡Karina!- Alguien con furia, desde la esquina.

Era doña Carmen, la madre de Karina, la vieron acercarse convertida en un grotesco energúmeno. 

La mujer llegó hasta ellos emitiendo un gruñido y mirando con odio a Samuel. 

Karina tembló y abrió enormes ojos de espanto. Pero ni siquiera pudo emitir un balbuceo pues la mano de su madre voló y le cayó encima del rostro.  

Ese golpe le dolió a Samuel en lo más profundo de su alma. Arrebujó a Karina en su pecho y enseguida retó a la brava mujer:

-¡Basta! ¡No voy a permitir que le haga daño! ¡Vieja bruja!

La brava mujer alojó unos ojos desorbitados en los del jovenzuelo. 

-¡Karina es mi hija y le puedo arrimar cuanta zoquetiza se me plazca! ¡Y ni tú ni nadie me lo va a impedir!

-¡Por favor, mamá! ¡Perdóname!- suplicó Karina avergonzada. 

Samuel la protegió con su cuerpo.

-¡Apártate infeliz!- le ordenó la mujer.

-¡No! 

-¡Mamá, por favor!- Volvió a suplicar Karina.

-¡¿Acaso no se da cuenta de que estamos haciendo el ridículo, señora?!

-¡Pues lárgate al demonio y no vuelvas por aquí jamás! 

-¡Nunca! 

-¡No te quiero cerca de mi hija! Y escucha bien lo que te voy a decir maldito imbécil… Yo no me trago ese cuento con el que me la mandas a dormir todas las noches, eso de que la amas, de que te mueres por ella y tantas babosadas más, ¡no son cosas ciertas! ¡Lo que tú quieres es llevártela a la cama engatusada por tus mentiras!

-¡Eso no es cierto, señora!

-¡Y tu Karina, no seas tan ingenua porque acabarás con tremenda barriga! ¡Y ese día te juro que te corro de mi casa!

Karina bajó el rostro. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Después miró a Samuel.

-Es mejor que te vayas. Te lo suplico.

Samuel la vio a los ojos y comprendió su decisión, pues sabía que con su insistencia causaba una tormenta que solo a Karina tocaba enfrentar. Giró el rostro hacia doña Carmen. Ella se alisó el cabello y mostró la dentadura en un gesto amenazador.  Samuel dio la media vuelta y subió al auto. Todavía desde ahí volvió a mirar a doña Carmen. Era notable su enojo. En un instante el auto desapareció a toda prisa dejando una estela de polvo, y en medio de ella, a Karina bajo los ojos amenazantes de su madre.