Chris tropezó al entrar en la casa de la manada, sus movimientos lentos, su mente nublada. Sus pasos resonaban suavemente contra el suelo de madera mientras pasaba una mano por su cabello desordenado. El sabor del whisky aún permanecía en su lengua—un amargo recordatorio del estúpido error que acababa de cometer. Damien estaba sentado en la larga mesa de su oficina, inclinado sobre un mapa del territorio.
Chris dudó por un momento en la entrada, pero la culpa que roía su interior lo empujó hacia adelante.
—Damien —musitó Chris, con voz ronca por el alcohol.
Damien levantó la vista, notando inmediatamente el balanceo irregular en la postura de Chris y la mirada vidriosa en sus ojos. Levantó una ceja, pero se mantuvo tranquilo. —¿Chris? ¿Qué pasa? Pareces un desastre.
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