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Era ruidoso en la noche de la Mansión Blanca no por los susurros o voces de las personas sino por la melodía de la naturaleza. Cerca de la puerta de hierro de la Mansión Blanca, un largo camino donde dos jardines divididos permanecían con hermosas flores para adornar y abundantes árboles alrededor. Pero nadie esperaría jamás lo que el mayordomo de la casa usa para fertilizar las plantas en el jardín. Como cualquier otra noche después de que Elisa, la dulce niña trabajara en la Mansión Blanca, el mayordomo tenía que pasar noches en vela para recibir a los nuevos y crudos invitados que solían llegar al filo de la medianoche.
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