—¿Y? —Aries estaba acostada boca abajo, usando sus brazos doblados como almohada. Sus ojos fijos en Abel acostado de lado, apoyando su sien en sus nudillos. Su otra mano acariciaba casualmente su espalda.
—¿Es mi situación tan desesperada como para dejarte en silencio? —preguntó cuando pasó un minuto de silencio después de informarle de su dilema.
—No —Abel parpadeó muy tiernamente y negó con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué estás tan callado? No puedo evitar pensar demasiado.
—Estaba... divertido, querida —se encogió de hombros—. No puedo evitar preguntarme si me sedujiste anoche porque me necesitas para este asunto.
—Por supuesto que no. Dios mío, mi amado querido. Te amo —ella frunció el ceño, pestañeando coquetamente, pero ay, su dulce respuesta solo despertó más sospechas.
—¿Me estás usando?
—No... no lo estoy... ¿cómo me atrevería...?
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