En la Tierra, el cielo se oscureció repentinamente, como si una sombra gigante hubiera cubierto el sol. Las primeras sombras comenzaron a aparecer en las calles desiertas, sus figuras amorfas y oscuras avanzando con una amenaza silenciosa. Los ciudadanos, ahora refugiados en la base de la Legión, sentían el miedo calar hasta sus huesos.
Un portal de más de 100 metros de altura se abrió en medio de la ciudad devastada. De él emergió Jotean, transformado en un horrible gigante de 60 metros. Su presencia era una visión de pura pesadilla, con ojos rojos brillando con malevolencia y una sonrisa que prometía destrucción. Detrás de él, una horda de sombras se derramaba como un río negro, dispuestos a sembrar el caos.
En el cuartel general de los no-muertos, Frizt observaba un reloj de arena, sus granos cayendo lentamente. Manuel, a su lado, miraba con satisfacción. "Tal vez solo necesitemos este asalto para ganar," dijo con una sonrisa torcida.
De vuelta en la Tierra, la alarma resonó a través de la base de la Legión. Soldados y comandantes se movilizaban rápidamente, preparándose para enfrentar la invasión. Axel, Sara, Kellah, Frank, Junior, Moreno y Rayber se unieron a las tropas, listos para la batalla que definiría el destino de su mundo.
Rayber se dirigió a su habitación y abrió un pequeño cofre. Dentro, dos collares descansaban: uno que su amigo Rohwder le había dado desde niño y otro de su amada Aurora. Tomó ambos collares, colocándoselos alrededor del cuello. Sentía el peso de sus recuerdos y promesas, la fuerza de sus seres queridos guiando sus acciones.
En el patio principal, los soldados formaban filas, los comandantes daban órdenes y la tensión era palpable. Ravanok, con su imponente presencia, caminaba entre las filas, ofreciendo palabras de aliento. Aunque no tenía poderes, su fuerza y determinación eran inigualables.
Rayber, con el rostro decidido y una calma ominosa, se dirigió a sus compañeros. "Esta es nuestra tierra," dijo en voz alta, su voz resonando sobre el murmullo de la multitud. "No permitiremos que las sombras la reclamen. Lucharemos con cada fibra de nuestro ser, con cada aliento. ¡Hoy, defendemos lo que es nuestro!"
Los soldados vitorearon, levantando sus armas en señal de unidad y valentía. Con una última mirada hacia el cielo oscurecido, Rayber sintió una ola de determinación recorrer su cuerpo. Con los collares de Rohwder y Aurora cerca de su corazón, sabía que, sin importar el resultado, lucharía hasta el último aliento.
Mientras la Legión y las tropas se alistaban para la inminente batalla, una sensación de determinación y sacrificio llenaba el aire. La Tierra estaba a punto de enfrentar su prueba más dura, y cada uno de ellos estaba listo para dar todo lo que tenían para proteger su hogar.
La tensión en el campo de batalla era palpable cuando Ravanok se encontró cara a cara con Orlin, también conocido como Carlos. La sonrisa de Carlos era siniestra, una muestra de su confianza y poder. Ravanok lo miró con una mezcla de desafío y emoción.
"Esto es lo que he querido desde que te vi," dijo Ravanok, su voz llena de anticipación.
Carlos respondió con una sonrisa que apenas ocultaba su malicia. "¿Qué dices, aquí y ahora?"
Sin más palabras, los dos se lanzaron el uno contra el otro. La batalla que siguió fue legendaria, una danza de fuerza y habilidades que hizo temblar la tierra a su alrededor. Los golpes de Ravanok eran precisos y devastadores, mientras que Carlos respondía con una agilidad y ferocidad inhumanas. Chispas volaban con cada choque, y la tierra temblaba bajo sus pies.
Mientras tanto, en otro rincón del campo de batalla, Rayber planeaba su movimiento junto a Junior. "Necesitamos llegar a Manuel," dijo Rayber, su mirada fija en el horizonte lleno de portales oscuros. "Voy a subirme sobre ti, Junior. Tú me llevarás al inicio de esos portales."
Junior asintió, su armadura reluciendo bajo la tenue luz del campo de batalla. "Entendido. Pero ten cuidado, Rayber. Hay más como ellos, y todos querrán matarnos."
Rayber se volvió hacia los demás. "Axel, te dejo a cargo de la Legión," dijo, su voz firme y autoritaria. "Elara, te encargarás del ejército. No mueran."
Axel y Elara asintieron, sus expresiones serias pero llenas de determinación. "Haremos lo necesario," respondió Axel, su mirada llena de fuego.
Con una última mirada a su equipo, Rayber subió a la armadura de Junior. "Vamos," dijo, y Junior comenzó a moverse, abriéndose camino entre las sombras.
El paseo era cualquier cosa menos lindo. Las sombras se lanzaban contra ellos, pero Junior avanzaba con una fuerza imparable, derribando a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino. Rayber, montado sobre él, dirigía la estrategia, sus ojos atentos a cualquier amenaza.
"¡Cuidado a la derecha!" gritó Rayber, señalando una horda de sombras que se acercaba rápidamente.
Junior giró bruscamente, aplastando a las sombras bajo su peso. "¡Mantente firme, Rayber!" rugió Junior mientras seguía avanzando.
El campo de batalla era un caos, pero Rayber y Junior se movían con una precisión y coordinación impecables. Sabían que llegar a Manuel era crucial, y estaban decididos a no fallar.
Mientras tanto, en el centro del campo, la batalla entre Ravanok y Carlos continuaba. Cada golpe resonaba como un trueno, y ambos combatientes mostraban una determinación feroz. Ravanok, con su fuerza sobrehumana, y Carlos, con su agilidad y astucia, parecían igualados en poder.
Rayber y Junior se acercaban cada vez más a su objetivo. "Estamos casi allí," dijo Rayber, sus ojos brillando con determinación.
"Solo un poco más," respondió Junior, apretando el paso.
La batalla por la Tierra y el destino de ambos mundos estaba en pleno apogeo, y cada uno de los héroes sabía que no había margen para el error. Con cada paso, con cada golpe, avanzaban hacia el enfrentamiento final que decidiría el destino de todos.
Axel avanzaba con determinación, sus pasos resonando sobre el terreno desigual del campo de batalla. Su mirada se posó en Autumn, quien se destacaba entre las sombras con su armadura oscura y ornamentada. Axel esbozó una sonrisa desafiante.
"¿Qué se supone que eres con esa armadura? ¿Un caballero?" le espetó Axel, sus ojos llenos de burla.
Autumn respondió con una sonrisa carismática y una inclinación teatral de su cabeza. "Yo soy el Conde de las Sombras," dijo con voz melódica, "y tú, pues, vas a morir."
Con esas palabras, comenzó la gran batalla entre Axel y Autumn. Los dos se lanzaron el uno contra el otro, sus golpes chocando con un sonido ensordecedor. Axel era rápido y preciso, sus movimientos fluidos y letales. Autumn, por otro lado, combatía con una gracia oscura y una precisión implacable, su armadura brillando cada vez que bloqueaba un golpe.
No muy lejos de allí, Kellah y Sara se abrían paso entre las sombras más fuertes. Kellah, impulsada por su furia, cortaba a través de los enemigos con una ferocidad salvaje, mientras que Sara, con su agilidad y conocimiento táctico, anticipaba cada movimiento del enemigo y los superaba con destreza.
"¡A la izquierda, Kellah!" gritó Sara, señalando un grupo de sombras que se acercaba.
Kellah giró rápidamente, su espada destellando mientras barría a los enemigos. "¡Gracias, Sara! Vamos, podemos con esto."
Mientras tanto, en otra parte del campo de batalla, Frank se transformaba en su forma de coloso. Su cuerpo se alzaba a 60 metros de altura, su piel gruesa y musculosa brillaba bajo la luz, y una cadena de oro colgaba alrededor de su cuello, símbolo de su fuerza y estatus.
Frank se dirigió hacia Jotean, quien también se había transformado en un horrible gigante. Con una voz que retumbaba como un trueno, Frank dijo: "Yo mismo te asesinaré, Jotean."
Jotean, con su rostro desfigurado y su mirada llena de odio, soltó una carcajada. "Inténtalo, coloso. Veremos quién es el más fuerte."
La batalla entre los dos gigantes comenzó, sacudiendo el suelo con cada paso y golpe. Frank, con su fuerza imparable, lanzaba puñetazos que hacían temblar a Jotean, mientras que este respondía con una furia desenfrenada, atacando con una brutalidad que solo un ser de las sombras podía mostrar.
El campo de batalla era un caos de combate, con cada héroe enfrentándose a su enemigo en una lucha desesperada por la supervivencia. La determinación y el coraje de la Legión eran evidentes en cada movimiento, cada golpe, cada decisión. Sabían que el destino de la Tierra dependía de ellos, y estaban dispuestos a darlo todo para protegerla.
En el cuartel general, Manuel observaba los portales y el reloj de arena, su sonrisa malevolente nunca desapareciendo. "Tal vez solo necesitemos este asalto para ganar," murmuró, confiado en su estrategia.
Las fuerzas de la Legión y sus aliados estaban al límite, pero su espíritu indomable brillaba a través de la oscuridad. La guerra entre los dos mundos había comenzado en serio, y cada combate, cada sacrificio, era un paso más hacia el destino final que esperaba a ambos lados del conflicto.