Harold podía ver que ella ahora estaba haciendo su jugada con Hellion. Lástima que estuviera yendo por el camino equivocado.
—Si quieres acostumbrarte a vivir aquí, entonces no necesitas un caballo. Las mujeres de la familia real no poseen caballos —señaló Harold dulcemente.
—Sabías eso, y aún así prometiste darme a Hellion si podía manejarlo. No puedes faltar a tu palabra —replicó ella.
De acuerdo, eso tenía sentido. —No esperarás que te ayude a manejar el caballo que te prometí con la condición de que tú lo manejaras .
—No te estoy pidiendo que me ayudes a manejarlo. Te estoy pidiendo que me ayudes a hacer que le caiga bien —dijo Alicia impacientemente.
—¿Y cómo se supone que debo hacer que le caigas bien? —preguntó él, con las manos detrás de él.
Ella le dio una sonrisa dulce, viendo que no le estaba dando su habitual "¡NO!" y además estaba contenta de que pareciera creerle. ¿Por qué Dios había decidido bendecirla con un cerebro tan genial? Se alabó a sí misma.
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