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La espina maldita (español)

A veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir un futuro, se transforma en una hazaña por mantenerse existiendo junto a un grupo de chicos.

signfer_crow · Fantasía
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78 Chs

Cap. 71 Llamado en el tiempo

Antoniel saltó hacia un lado, luego se deslizó en zigzag presionando hacia adelante, golpeando con rápidos cortes de su espada. El escudo media luna de Leanir se acomodó a cada uno de ellos, rechazándolos al moverse a través del camino en medio de los bancos de madera

Los destellos de luz azulada abundaban con cada impacto, un sonido similar al de los graznidos de las aves.

El hombre de cabellera perfectamente peinada se detuvo. Incluso una eminencia de la guerra como él debía tomar pausas. Así que Liandrus se paró delante suyo, bloqueando ahora las embestidas de Frov. El impetuoso muchacho gritó y balanceó su espada en dos mandobles poderosos. Para el bastión calvo no significó un problema.

No estaban progresando en absoluto. Desde el comienzo de su batalla, el equipo libertador y el defensor eran presa de una monótona igualdad. Amatori pensó: ¿estaban siendo extremadamente conservadores?

«Puede que ambos tengan en mente impedir que el otro vaya a ayudar a sus aliados en la cámara prohibida. Me pregunto a quién beneficiaría más eso. Esto apesta. Quiero saber qué ha sido de Ainelen y el resto. Maldita sea, y este hijo de puta no se cansa», el joven cambió su enfoque al espadachín de cabello erizado y cuello ancho, todavía detenido, observando la otra pelea, aunque listo para rechazar a Amatori y a Aukan, como ya había ocurrido hace poco.

Sin embargo, quienes sí lograron progresar fueron Furwen y Palleh. El primero le había abierto dos tajos a la chica espadachín, uno en una pierna y el otro en su rostro. Por eso mismo ya no era posible diferenciar el maquillaje de sus labios, de su sangre. Por su parte, el segundo de ellos pateó al arquero enemigo y luego de mandarlo de bruces contra una ventana rota, lo apuñaló directo al cuello.

—¡Opart, resiste! —La mujer espadachín ignoró a Furwen y corrió en dirección hacia su camarada. Por supuesto que ninguno de los dos se permitiría aquello, así que ambos liberaron sus arcos y dispararon flechas de energía mágica.

El cuello de la chica brilló. Llevaba un collar de aspecto lujoso, el cual de pronto irradió una extraña luz violeta. Una onda de poder de esa misma coloración la cubrió, desintegrando las flechas.

—¿Qué es eso? —se preguntó Palleh, retrocediendo cuando una onda fue lanzada hacia él y su compañero. A ninguno lo alcanzó, lo que no les quitó las caras anonadadas.

La muchacha tomó a Opart y lo dejó descansar en su regazo. El cuerpo de este último convulsionó, de su boca fluía una cascada de sangre que rápidamente empapó a su compañera. Ya era muy tarde.

A excepción de ella, Antoniel, Liandrus y el espadachín tenaz no se mostraron particularmente afectados por la perdida.

La batalla continuó, derivando en que los arqueros aliados eliminaron sin mayores dificultades a la mujer. Tras eso, Furwen y Palleh ayudaron a Amatori y Aukan, porque en el otro frente era mejor no entrometerse.

—No, deberían ir con Ludier —pidió el muchacho con boca de gato—. Nosotros podemos arreglárnosla por nuestra cuenta, ¿no es así, Aukan?

—Estoy de acuerdo.

—Si ustedes lo dicen. ¡Vamos, Palleh!

El espadachín enemigo se dio la vuelta para evitar que fueran hacia el subsuelo, pero Aukan se cruzó en su camino. Amatori quiso aprovechar esa chance, ya que por un instante el pelinegro se olvidó de su presencia.

En ese momento sucedió: Antoniel detuvo su lucha con Leanir y Frov, entonces corrió hacia los dos arqueros, los cuales cruzaban el pasillo a toda prisa, casi llegando a las escaleras. El comandante de los libertadores lo persiguió, demasiado lento.

Furwen y Palleh se lograron girar cuando el letal espadachín ya estaba encima de ellos. Ningún grito de advertencia funcionó, todo pasó demasiado rápido. Antoniel los cortó por la mitad a ambos con un solo mandoble horizontal.

—No tengo problemas en que hagamos de esto una carnicería. Lo único que no permitiré, es que interfieran con Kuyenray —dijo con voz serena, pero firme, resonando a través de la gran capilla—. Una vez acaben conmigo, recién ahí podrán seguir.

«Mierda. Mierda. Mierda. Mierda», maldijo Amatori dentro de su cabeza. ¿Por qué sentía tanto afligimiento? No tenía idea.

******

Zei Jiulel se acercó a Ainelen. Ella retrocedió, tropezó y cayó duramente sobre su trasero.

—Esperé con ansias este momento. Pensaba que no llegaría, sin embargo, ahora que te tengo indefensa ante mí, se siente bastante decepcionante. ¿Cómo hiciste para matar a Pratgon?

Incapaz de responder, Ainelen yacía perdida viendo los ojos inertes de la que hasta hace poco había sido su camarada. Una vez más, le habían arrebatado a alguien preciado delante de sus narices. Se repetía una y otra vez. Qué cansada estaba de ello.

Un poco más lejos, Zei Kuyenray yacía parada delante de la puerta bloqueada. De pronto las líneas violetas se acentuaron. ¿Había hecho algo? Con un sonido rústico, la pared se deslizó hacia un lado. La capitana avanzó y se perdió en la oscuridad.

—Igual matar a una curandera es un tremendo desperdicio, con lo difíciles que son de encontrar —dijo Carmín, el espadachín de rizos.

—¿Lo dices por su utilidad o porque te gusta? —preguntó la mujer arquera, ladeando la cabeza mientras enarcaba una ceja.

—¡Claro que no, Alassin!, siempre hablas estupideces rebuscadas.

Un hombre cuarentón de cintillo se acercó a paso lento. En su mano empuñaba una varita de diamante azul. Debía ser un curandero.

—Tal vez podríamos reclutarla. Aun es muy joven. Hey, niña, ¿de verdad estás dispuesta a morir por una causa tan estúpida? Mejor ven con nosotros.

Ainelen ni siquiera les prestó atención. Por su mente solo se le pasaba una cosa: quería morir. Que acabaran rápido con su vida, nada más que eso.

—Es cierto que la capitana no nos dio orden de matarla, pero yo pongo mis manos al fuego por sí hacerlo. No saben lo peligrosa que puede llegar a ser. —Jiulel frunció el ceño, clavando ojos llenos de desprecio en Ainelen—. La vi yo mismo provocarle una muerte horrible a un amigo muy querido.

Los compañeros del hombre estudiaron a la chica con cierta misericordia en sus gesticulaciones, entonces se resignaron.

Desde el pasillo que daba a la sala de los golems se escucharon ruidos. Eran... ¿pasos? Ainelen abrió los ojos como platos, enfocando su atención hacia ese lugar. De la sombra emergieron varias figuras lideradas por un hombre que, al acercarse, reveló una excéntrica piel azul.

—¡Ainelen! —gritó Leilei, acompañado por Wunder, Gelly, Zarvoc, Linlei, Derua, Lowie y Mumet. ¡Lo habían logrado!, ¡después de Maki, nadie más había caído!

—¡Atrás! —ordenó Jiulel, tomando posición junto a su equipo cerca de la entrada a la cámara prohibida—. No los dejaremos avanzar más allá.

El primero en llegar junto a la joven fue Zarvoc, quien era la persona con la que más tiempo pudo compartir al tener un rol en común. Pasó de largo, sin notar el cuerpo de Ludier, entonces puso sus manos sobre los hombros de Ainelen, escudriñándola cual padre a su pequeña hija después de un porrazo.

—Estoy bien —tartamudeó la curandera—. Pero... Ludier.

—¡Qué feliz estoy de verte! —La voz de Zarvoc sonó enfática, sin embargo, en su cara no hubo una expresión de satisfacción. Sus párpados se apretaron, sus labios temblaban. En las comisuras de sus ojos asomaron un par de lágrimas—. Por lo menos a ti. Qué feliz... —Entonces rompió en un llanto silencioso.

Ainelen lo comprendió. Al ver a Mumet poner la capa de Zarvoc sobre el cadáver de la comandante, y al comprobar que cada uno de ellos tenía un brillo palpitante en los ojos, sintió el dolor de la pérdida. Era una sensación compartida. Todos ellos amaban a Ludier. Si ibas más allá, te darías cuenta, incluso, que la conocían desde mucho antes que los chicos llegaran a Lafko.

—Lo siento mucho. No pude protegerla.

—No tienes que pedir perdón, muchacha. Estás aquí para otra cosa.

Zarvoc se irguió, entonces Ainelen fue con él. El equipo alfa tenía definidas a las personas que continuaban la cadena de mando. Si no estaba Leanir, la jefa era Ludier, si no era ella, Leilei, después Zarvoc, sino Mumet, y así.

Los ojos llorosos fueron reemplazados por unos donde la ira nacía apasionada. Con solo ver un instante a los muchachos, se sabía que, si se les daba la oportunidad, podrían convertir en cenizas a los soldados de Kuyenray.

—Nuestro objetivo sigue siendo el mismo —afirmó Zarvoc—. Vamos a honrar el nombre de nuestra camarada.

—Tengan cuidado con el arquero pelilargo. Su anillo puede neutralizar las diamantinas —advirtió Ainelen.

Zarvoc asintió. Leilei dio un paso adelante, entonces cargó junto a los demás en lo que rápidamente se volvió un auténtico caos. Mumet disparó sucesivamente contra Jiulel, tratando de neutralizarlo a distancia con flechas ordinarias. Derua y Lowie peleaban contra otro bastión...

La mente de Ainelen no estaba ahí. Deslizó su atención hacia el pasillo donde las líneas violetas fluían en la espesa negrura. Se encontraba junto a Zarvoc en la retaguardia.

Kuyenray había ido a hacer algo terrible. Si nadie la detenía, no solo perderían a un par de camaradas. El dolor no podía ser un impedimento para tomar decisiones cruciales en momentos donde se jugaban todo.

La joven normalizó su respiración. Tuvo un instante en el que fue capaz de aclarar sus pensamientos.

Armándose de valor, echó a correr por el flanco derecho. Esperó el momento exacto en que la pelea se alejara de ahí, entonces avanzó. Una voz alertó sus pretensiones cuando se metió en el corredor.

Tenía que ignorarlo. Solo podía correr, correr, correr y seguir corriendo. Hacia el futuro; a eso vinieron. La Compañía de Liberación buscaba que Alcardia fuera próspera y no un páramo atrapado en el tiempo.

Por los ruidos a sus espaldas, supo que alguien había detenido a la persona que intentaba seguirla. Con la superioridad numérica y el espíritu que envolvía a sus camaradas, Ainelen intuía que no les permitirían a los enemigos ir mas allá.

Se dejó guiar por las luces, corriendo lo más rápido que pudo en un pasillo que se curvó a la derecha. Unas escaleras asomaron, las subió con pasitos ágiles.

La respiración de Ainelen era tan irregular que le dolían las vías respiratorias. El calor que infundía su cuerpo la hacía creer que era una hoguera en movimiento. Supremo Uolaris, su polera estaba toda sudada. Se limpió la frente y el cuello, luego se adentró en la habitación que se abría por delante.

Ubicó rápidamente a Zei Kuyenray, pero sus ojos la ignoraron por acto reflejo. Naturalmente, el lugar era mucho más interesante.

—¿Qué es todo esto? —murmuró Ainelen, caminando mientras giraba su cabeza de un lado a otro, hipnotizada por las placas de cristal puestas en la cámara circular. Era una al lado de otra, y también unas arriba de otras, bloques cuadriculares que ocupaban toda la superficie de las paredes. Y lo que había dentro de las placas eran personas. Estatuas, mejor dicho. El número de ellas superaba las treinta, con varias aún vacías en su interior.

La capitana estaba de pie, de cara hacia Ainelen, pero con la cabeza inclinada, estudiando algo luminoso. En el centro del lugar sobresalía un bulto, otra placa de color violáceo. Por su forma rectangular parecía una urna, de esas que se usaban en Minarius para enterrar a sus muertos. Era una idea bastante loca creer que dentro de ella pudiera estar una persona.

Cuando Ainelen se acercó tímidamente, sin embargo, sí que vio a alguien dentro. El cristal dejaba ver a una mujer durmiente de hermoso rostro, de facciones refinadas, unas pestañas largas y enroscadas, una nariz respingada y labios carnosos. Descansaba ataviada en un vestido plisado de color claro, dejando sus hombros al descubierto. Entraba en sintonía con su cabello lacio. Sus manos estaban cruzadas sobre su pecho mientras sostenían una rosa roja.

Todos los circuitos de luces conectaban con esa placa.

El tiempo se detuvo para Ainelen. Cuando Zei Kuyenray levantó sus pupilas para dirigirle la atención, parecía que ambas eran las únicas capaces de moverse. Hasta el mismo aire dejó de fluir.

—Las leyendas dicen que decidió ir al sueño eterno. Nuestros antepasados mantuvieron la esperanza de que ella volviera a levantarse y que su mano nos llevara a la gloria, como fue alguna vez. Y nosotros, actualmente, seguimos esperando a por ese milagro.