—¿Quién era? —preguntó Kenzo, observando a Fil apagar su teléfono después de llegar al ático de su hermano.
Fil lo miró, dejando sus cosas a un lado con un encogimiento de hombros. —¿Quién más?
—¿Vincente?
—Ha estado molestándome —dijo ella, mirándolo sentado en el gran sofá con sus muletas a un lado—. ¿Tienes hambre? ¿Agua? ¿Algo?
—¿Has estado en la casa de mi hermano? —preguntó Kenzo movido por pura curiosidad—. ¿Cómo puedes preguntarme eso cuando ni siquiera es tu lugar?
—Estoy saliendo con tu hermano.
—¿Qué?
—Es broma —Fil soltó una carcajada—. Tu hermano me dio instrucciones cuando le dije que iba a llevarte a casa.
Kenzo observó a Fil dirigirse a la cocina mientras le contaba su versión de la historia. Él negó con la cabeza y suspiró.
—No es de extrañar que no viniera —murmuró, recostándose en el sofá y observando el lujoso ático.
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