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ARTOS

La caravana del rey se acerca y el junto a su familia y los sirvientes del castillo esperaban formados. Luego de su práctica con Jon y Robb habían ido a limpiarse, arreglarse y vestirse con su mejor ropa. Ropa que Ros había elegido para el.

Frente a la puerta este, que daba al camino real, el esperaba formado con su familia. El el extremo izquierdo estaba su madre y en el extremo derecho su hermano Bran. El estaba entre su hermana Sansa y su hermano Robb, pero no se sentía presente ahí; no deseaba estar ahí.

Había evitado a su madre desde su discusión en la mañana, deseando despejar su mente en su práctica con sus hermanos. Pero no podía concentrarse. - Me mostré débil frente a ella, estúpido. Se reprendio mentalmente. Se supone que el era el hijo más duro, maduro y confiable. El futuro señor de Invernalia no debía mostrarse débil, para eso lo habían preparado toda su vida.

De pronto siente un ligero golpe en su brazo izquierdo.

- ¿Te sientes bien, hermano? - pregunto Robb en un susurro.

Robb tomo mucho de las expresiones y comportamiento de su padre. Normalmente era serio y reservado, pero ahora lo observaba preocupado.

- Te ves raro desde hace rato. - agrego tambien Sansa.

¿Su malestar era tan evidente? No quería a sus hermanos pegados a él preguntando como se sentía.

- ¡El rey ya llego! - exclamo Arya corriendo hacia ellos.

Artos no pudo evitar reír al ver a su hermana pequeña correr con su yelmo: una cabeza de lobo de acero pulido, con una capa gris de piel de lobo. Le quedaba muy grande y estaba arrastrando la piel de lobo por el barro.

- ¿De donde sacaste eso? - la reprendio su padre, quitándole el casco-. Ve a tu lugar.

De repente vio pasar por la puerta este un estandarte del ciervo coronado, el estandarte del rey, y seguido de el una docena de estandartes dorados iguales al primero. La élite los vasallos del rey, más de trecientos caballeros, entraban como un río de oro y plata. Baratheon y Lannister, debía haber muchos hombres famosos ahí: Ser Jaime Lannister, el perro y otros más podrian estar entre los jinetes. Pero a primeras solo reconoció a uno, uno pequeño. Tyrion Lannister ingresaba detrás de hombres más grandes y compuestos. - Bueno, el es un enano. Pensó con obviedad. Y una enorme carreta dorada no pudo pasar por la puerta, eso ya era mucha soberbia.

Pero hubo un hombre corpulento que encabezaba la marcha, ese llamo su atención, pues era casi tan alto como Hodor, pero era incluso más gordo.

El gordo se bajo del caballo de guerra y se dirigió rápidamente a su padre, abrazándolo tan fuerte que le hizo crujir los huesos.

- ¡Ned! !Como me alegro de verte! - exclamo el gordo, rebosante de alegría -¡Sigues igual, no has cambiado en nada, no sonríes ni aunque te maten!

- Que confianza... claro, este es el rey. Pensó Artos, sintiéndose un tonto por un momento. Solo el rey puede tener esa autoridad de adelantar a la caravana, y sobre todo de tratar así a un lord supremo como su padre.

- Alteza- fue el saludo de su padre-. Invernalia es suya.

El resto del grupo también había desmontado, y los sirvientes del establo acudieron a llevarse los caballos. La reina consorte de Robert, Cersei Lannister,

entró a pie junto con sus hijos menores. La casa sobre ruedas en que habían viajado, un enorme carruaje de dos pisos hecho de roble y metales dorados, que remolcaban cuarenta caballos de carga, era tan ancha que no podía pasar por las puertas del castillo. Ned hincó una rodilla en la nieve para besar el anillo de la reina, mientras Robert abrazaba a su madre, Catelyn, como si fuera una hermana que no veia de hace años. A continuación los presentaron con sus respectivos hijos, con los comentarios típicos por parte de los adultos.

Artos no hablo en ningún momento, no le dio importancia a la situación; más importante le parecía analizar la situación. El rey gordo no era como contó una vez su padre: un guerrero con casi dos varas y media de altura, que se erguía por encima de todos los demás, y que cuando se ponía la armadura y el gran yelmo astado de su casa, se convertía en un verdadero gigante. - Que decepción. Esperaba una imagen más digna de un rey.

No le dio importancia a la reina, pero si observo analiticamente a sus hijos. La princesa Myrcella era apenas una chiquilla; no llegaba a los ocho años, con una cascada de rizos dorados recogidos en una redecilla enjoyada. A simple vista no merecia atencion.

El príncipe Joffrey Baratheon, por lo que sabía tenía doce años, y no parecía alguien agradable. El hermoso niño tenía el cabello de su hermana y los ojos verde oscuro de su madre. Los espesos rizos dorados le caían sobre la gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo, pero tenía una mirada de desagrado. Observaba a invernalia con desagrado, y Artos sentía que debía saltar sobre el y golpearlo hasta hacerlo llorar. - Ha de ser un niño mimado. Pensó con desdén.

Luego poso su vista en Tommen, que parecía verlo con miedo. El niño parecía un pequeño barril de cerveza, el niño regordete llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que el de Arya.

- Artos - le susurro su hermana Sansa, parecía tensa y algo avergonzada-. Los estas asustando.

Tommen y Myrcella se veían intimidados frente a él. El rey y la reina también se habían dado cuenta, y lo veían con extrañes.

Ah, si, lo llamaban Artos cara de lobo; uno de muchos apodos. Tenía la mala costumbre observar fijamente a la personas que no conocía. Un perro desconfiado.

También vio a Ser Jaime Lannister, al fin lo reconoció, cuando se acercó a los príncipes.

- Ah, si - pronunció, queriendo no llamar más la atención -. Es una mala costumbre, me disculpo.

El rey gordo río, rugio mejor dicho, y revolvió la cabellera de Artos con su mano gigante.

- Muy bien, te pareces a tu tío- le dijo -. Pero no te comportas como el. ¡Ned, llévame a tus criptas! - ordenó-. Quiero presentar mis respetos.

Su padre pareció algo conmovido, e inmediatamente pido una lámpara de aceite. La reina había iniciado una protesta: llevaban viajando desde el amanecer, todos estaban cansados y tenían frío; lo primero era descansar un rato. Que los muertos

esperasen. No dijo más. Robert le había dirigido una mirada, y su hermano mellizo, Jaime, la agarró por un brazo y la apartó de allí en silencio.

Su padre y el rey se dirigieron a las criptas, no sin antes, su padre, darle una mirada de disculpa a la reina. - Que bella familia han de ser. Pensó sarcástico.

Cuando cada quien se retiro para hacer lo suyo, Artos hizo lo mismo, se dirigió a su hermano más bello.

- La princesa es una cosa preciosa - dijo Artos -. Tienes competencia, hermano.

Jon solo le puso mala cara, no le gustaba qur le dijeran qué era más bello que la mayoría de las mujeres del castillo.

- ¿Viste al príncipe? - pregunto Jon, con un rostro molesto.

- Si, pronto lo invitaré al patio de la armería.

- Quiero ver eso. - Le respondió Jon, riendo.

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