Malphus, que había recibido la fruta del amable anciano, le dio un mordisco, su boca masticaba ruidosamente y crujía la deliciosa fruta que le habían dado antes. Con el guardia fuera de vista, se dirigió al otro extremo del callejón que era estrecho en el pasaje. Sus ojos grises recorrieron el pequeño espacio para ver telarañas y suciedad que se habían acumulado con el tiempo a medida que la gente de alrededor y de la aldea había dejado de usarlo.
El humano no sabía por qué su madrastra a menudo enviaba a alguien a seguirlo, no era como si fuera a difamar el nombre de la familia, pero entonces, pensó Malphus para sí mismo. O él no era parte de la familia o su madrastra no era parte de la familia. Era una de las dos posibilidades que sólo se reducía a que estaban lejos de estar emparentados. Ni por nombre ni por sangre.
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