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Herencia del Dragón

En un giro inesperado del destino, Rhaena Targaryen descubre que está embarazada después de huir de la corte real de Desembarco del Rey. Descargo de responsabilidad: Este fanfic es una obra de ficción, basada en el universo de "Canción de Hielo y Fuego" creado por George R.R. Martin. Aunque se ha hecho un esfuerzo por mantener la coherencia con el canon establecido en los libros originales, esta historia es una interpretación personal y no pretende ser una continuación oficial o autorizada de la serie. Todos los personajes, lugares y eventos utilizados en esta historia son propiedad de George R.R. Martin y sus respectivos titulares de derechos. Este fanfic se compone de elementos originales añadidos por el autor/a y no está asociado de ninguna manera con el autor original, la editorial o la adaptación televisiva de la serie

UzuShiro · Derivados de obras
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8 Chs

Septon Luna I

Desperté bajo el abrasador sol del mediodía, una hora sagrada para comenzar mi devoción diaria. Acomodé mi vieja túnica y me arrodillé sobre la desgastada alfombra que me servía de santuario privado en la modesta tienda. Frente a mí, los íconos de los Siete, tallados en madera simple, capturaban los rayos solares, cada uno representando un aspecto divino de mi fe.

"Padre de arriba," susurré, "otorga tu justicia a este tu humilde servidor. Permíteme ser el instrumento de tu voluntad en esta tierra mancillada por la perversión y el pecado." Mi voz era apenas un murmullo, pero cada palabra resonaba con el peso de mi fervor.

Tras horas de meditación, me levanté, sintiendo que mi espíritu se fortalecía con cada paso que daba hacia el lugar del sermón. La gente ya comenzaba a reunirse, sus rostros ansiosos por escuchar las palabras que les brindaría guía y consuelo. Mis guardias me escoltaban, su presencia un recordatorio constante de la controversia que mis enseñanzas atraían.

Al llegar al improvisado púlpito, comencé mi sermón con las palabras que eran tanto confesión como acusación: "He pecado..." La multitud cayó en un silencio expectante mientras continuaba. "Pero ¿qué son mis pecados comparados con las abominaciones de los Targaryen, esas criaturas incestuosas que osan llamarse reyes y reinas?"

"El llamado Septon Supremo, prisionero de su propia cobardía y los muros dorados que Lord Hightower le ha dado, traiciona a cada uno de nosotros al no condenar estas vilezas. ¿Qué clase de pastor abandona a su rebaño en la hora más oscura?"

La gente murmuraba, entre asentimientos y miradas de desconcierto. "Recordemos al cruel Maegor, sin hijos y maldito por los Siete, cuya muerte no ha limpiado nuestra tierra. ¿Qué importa la muerte de un dragón cuando otro se alza para ocupar su puesto? Poniente no quedará limpio hasta que no expulsemos o exterminemos a cada Targaryen del suelo que mancillan."

A lo lejos, noté que la multitud se agitaba con una energía palpable, sus voces elevándose en un murmullo de anticipación y fervor. Entre ellos, divisé a uno de los señores que me apoyaban, su expresión intensa, casi transfigurada por la emoción mientras absorbía cada palabra que pronunciaba. Al concluir el sermón, este señor se abrió paso entre la multitud efervescente y se acercó con respeto.

"Septon Luna, vuestra valentía en predicar la verdad enciende nuestros corazones," dijo con una reverencia. "No cejéis en este sagrado trabajo, os lo suplico."

Le agradecí con una leve inclinación de cabeza, sintiendo la carga de mi misión aún más pesada pero también energizada por su apoyo ferviente. "Es mi deber, mi señor, y continuaré mientras los Siete me otorguen fuerza," respondí, motivado por su pasión.

Regresé a mi tienda con el corazón lleno de fervor, aún resonando con las voces de la multitud que había tocado. Antes de entrar, una joven se detuvo frente a mis guardias, sosteniendo una jarra de vino.

"¿Qué deseas, muchacha?" preguntó uno de mis acólitos, su tono de voz mezcla de curiosidad y cautela.

"Vengo a ofrecer este vino al Septon Luna, en agradecimiento por su valor y su ayuda," explicó ella, su voz suave pero clara.

Los guardias intercambiaron miradas, luego asintieron y le permitieron pasar. La joven entró en mi tienda con pasos tímidos, su presencia un suave murmullo en el espacio tranquilo.

"Septon," dijo con una sonrisa nerviosa, extendiendo la jarra hacia mí. "Espero que este vino sea de vuestro agrado, como muestra de mi gratitud."

Tomé la jarra con una sonrisa benevolente y le invité a sentarse junto a mí. "Gracias, hija. Tu gesto honra los valores que todos deberíamos aspirar a cultivar," le aseguré, llenando dos copas.

Brindamos, y por un momento, la tensión pareció disiparse. La joven miró a su alrededor con una expresión de admiración, casi como si absorbiera la serenidad de mi santuario. Hablamos brevemente sobre la fe y la providencia, palabras que flotaban suavemente entre nosotros.

Pero entonces, mientras reíamos sobre una anécdota ligera, la joven se inclinó hacia adelante como para contar un secreto. En ese instante, su otra mano, rápida y sorprendentemente fuerte, sacó de entre sus ropas un pequeño cuchillo y cortó mi garganta.

El shock de la traición me paralizó mientras intentaba agarrar la herida, la sangre brotando entre mis dedos. La jarra y las copas se estrellaron contra el suelo, el vino manchando la alfombra como un presagio oscuro.

Ella saltó de su asiento y huyó de la tienda, su figura desapareciendo en la oscuridad que crecía fuera.

Mis guardias acudieron al escuchar el ruido, pero ya era demasiado tarde. Me arrastré fuera de la tienda, dejando un rastro de sangre sobre la tierra polvorienta del campamento. A mi alrededor, los acólitos comenzaron a congregarse, sus rostros distorsionados por el horror y la pena.

"Los Siete... guíen mi alma..." fueron mis últimas palabras. Mi visión se nublaba, las voces se desvanecían y mi espíritu se preparaba para el encuentro final con los dioses a quienes había dedicado mi vida. En esos últimos momentos, mientras la oscuridad envolvía todo, mi fe en los Siete permanecía inquebrantable, un faro constante en la noche que se cerraba sobre mí.