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Capítulo 18 - Bonelake - Parte 2

Editor: Nyoi-Bo Studio

Heidi miró por la ventana desde el carruaje cuando el cochero detuvo los caballos frente a una enorme mansión con forma de castillo. Tuvo que estirar el cuello hacia atrás para ver la longitud del mismo cuando bajó sobre el suelo empedrado gris y rectangular.

La mansión fue construida en un terreno grande, con jardines que se extendían hasta encontrarse con las paredes. No podía evitar que sus ojos vagaran alrededor de la mansión frente a ella, que estaba construida con una belleza magnífica. Sin embargo, en su propia belleza, parecía inquietante debido a las opacas paredes grises y negras. El cielo se estaba oscureciendo, borrando las líneas naranja y amarillas del cielo.

El cochero la llevó adentro y le pidieron que esperara, dejándola con una doncella que le preguntó si tendría que cambiarse de ropa antes de encontrarse con el Señor. No queriendo agobiar a la criada, ella se negó cortésmente con una pequeña sonrisa antes de derrumbarse en cuanto se quedó sola.

—Milady —escuchó la voz del cochero de nuevo, pero esta vez, parecía confundida al verlo caminar con la ropa del mayordomo.—Soy Stan, el mayordomo de esta mansión. Si me sigue, me gustaría acompañarla al salón...

Sosteniendo su vestido y el sobre en su mano, ella lo siguió en silencio, sus pasos golpeando el suelo de mármol. Había retratos de hombres y mujeres, viejos y jóvenes, que estaban colgados en las paredes, que parecían viejos incluso con un ambiente limpio. Algunas pinturas eran de paisajes y ella los miraba hasta que aparecía la siguiente pintura.

La clase más alta de la sociedad vivía sus vidas generosamente: comiendo los alimentos que les gustaban, vistiendo ropas que los hicieran sobresalir y viviendo en un edificio tan enorme al que los pobres no tenían acceso. Y ahora, debido a la alianza, Heidi estaría viviendo una vida como una mujer de élite. Todavía no estaba segura de si era afortunada o no. Sus ojos volvieron al mayordomo que caminaba delante de ella, su largo cabello rubio se movía ligeramente con sus pasos precisos en el suelo.

Incapaz de mantener su curiosidad para sí misma, habló:

—¿Podría preguntarle algo?

—Por supuesto, milady.

—¿No hay cocheros en la mansión? —preguntó ella, para verlo sonreír con un brillo en sus ojos.—Perdóneme. Es solo que maneja dos trabajos, eso debe ser bastante tedioso.

—De eso trata ser un mayordomo. Un mayordomo debería ser capaz de hacer malabares con las tareas y hacerse tiempo cuando se le asigna un trabajo en particular. Respondiendo a su pregunta, no es que no tengamos cochero, pero es que el Señor me había confiado personalmente en traerla a la mansión.

El hombre había estado callado todo este tiempo sabiendo que las alianzas y la compañía de su Señor preferían no hablar con un simple mayordomo. Un vampiro mestizo, que no era ni un humano ni un vampiro.

Echando un rápido vistazo hacia atrás, vio que la mujer se había aferrado con fuerza a su vestido debido a que sus manos se estaban volviendo blancas. Había oído de su Señor que el Señor Warren Lawson, su primo, iba a casarse con una novia elegida de una familia de élite, pero por lo visto, algo no coincidía con la mujer detrás de él.

—No tiene de qué preocuparse, señorita Curtis —dijo el mayordomo y le dirigió una sonrisa alentadora que incluso él sabía que parecía falsa. La familia del Señor era un poco retorcida y, durante muchos años, bajo el mandato del actual Señor, él también formaba parte de la familia.

Heidi se sintió sonreír ante las palabras alentadoras del mayordomo. «Tal vez esta mansión no iba a ser tan mala», pensó para sí misma, tratando de mostrar una actitud valiente y positiva.

Cuando finalmente llegaron frente a una puerta doble, sintió que sus manos se enfriaban y se aflojaban, demasiado rígidas para moverse. Al ver que el mayordomo le ofrecía una sonrisa alentadora, vio que la puerta se abría.

—La Srta. Curtis ha llegado —anunció el mayordomo lo suficientemente alto para que la gente que estaba en el salón la escuchara.

—Por favor, entre, señorita Curtis —oyó que alguien la invitaba a entrar, dio unos pasos vacilantes, avanzó y la puerta se cerró detrás de ella.

Heidi se percató de que había cuatro personas en la habitación, de los cuales tres eran hombres. Uno era un anciano con una túnica verde oscuro, su cabello se había vuelto gris con la edad. Luego estaba la mujer, su pelo negro y corto. Llevaba un vestido negro que abrazaba su figura delgada y sus uñas perfectamente cuidadas sujetaban el cigarro entre dos de sus dedos.

Un hombre estaba de espaldas a ella que oía el tintineo de las copas a su lado y, finalmente, vio sentado otro hombre junto a la mujer, con las piernas cruzadas mientras miraba atentamente a Heidi con sus ojos rojos.

—Soy Reuben, el jefe del Consejo de los cuatro Imperios —dijo el hombre y le estrechó la mano.—Espero que no haya enfrentado ninguna dificultad en su viaje de camino aquí—preguntó el anciano y continuó:—Por favor, tome asiento.

—No, el viaje fue bastante bien. Fue mejor que bien —agregó la última frase.

—Me alegra oír eso. Nos preocupaba que le hubiese pasado algo, ya que esperábamos que llegara por la mañana —dijo el hombre con una expresión sombría y antes de que pudiera continuar, el hombre que había estado mirándola de frente, habló:

—¿Ha traído el sobre con usted, señorita Curtis?

Su tono era educado con una suave sonrisa en sus labios. Ella asintió y le pasó el sobre, que él mismo se levantó para tomarlo. Había estado tan ocupada todo este tiempo mientras viajaba que no se había molestado en abrir el sobre para ver qué contenía la carta. Mientras el hombre leía la carta, Heidi habló:

—Tenía algunas cosas de las que ocuparme antes de irme. Perdóneme por la tardanza —y oyó hablar a la mujer de pelo negro.

—No apreciamos las llegadas tardías, Srta. Curtis. Esperamos que en el futuro, si surge algo como esto, se asegure de escribirnos una carta a nosotros o a alguien para que nadie pierda el tiempo.

—Sí—respondió Heidi. No sabía quién era la mujer pero, sin embargo, ella asintió.

—Está bien, madre. Parece que fue culpa del Duque —dijo el hombre agitando la carta, colocándola sobre la mesa.

¿Madre? No debería haberse sorprendido al ver completamente bien el color del Iris en sus ojos.

—Pido disculpas por no haberme presentado antes. Soy Warren Lawson y esta es mi madre Venetia Lawson —se presentó el hombre llamado Warren y su madre.

Heidi vio que el hombre mayor miraba hacia el otro hombre y ella hizo lo mismo antes de volver a mirar al viejo.

—¿Creo que ya sabes para qué has venido? —preguntó el anciano. Al verla asentir, él continuó:—Bien. Eso ahorrará mucho tiempo. Srta. Curtis, el hombre con el que se casará es Warren Lawson y espero que en un lapso de un mes intenten conocerse mejor, para que el Consejo pueda decidir si la tregua se prolongará a largo plazo. Hablo por los dos —Reuben hizo una pausa antes de volver a hablar.—La paz entre los dos Imperios depende únicamente de ustedes y esperamos ver esta decisión ejecutada exitosamente con su cooperación.

—Estoy seguro de que ambos conocen y entienden la severidad de la tregua, Reuben —el hombre que todavía estaba haciendo su bebida habló con voz suave:—La chica debe estar cansada. Deje que descanse mientras el resto se puede discutir en la mañana.

—Tiene razón, Señor Nicholas —dijo Reuben, que estuvo de acuerdo antes de decir algo más que Heidi no entendió.No podía creérselo, y cuando sus ojos se encontraron con los de ella, no hizo nada más que dedicarle una sonrisa plácida.

Cuando él Señor Nicholas se volvió hacia ellos, los ojos de Heidi se abrieron en una mezcla de shock y sorpresa. ¿El Consejero Principal lo llamó con el título de Señor? ¡Él era el Señor de Bonelake!

—¿Srta. Curtis?

—¡Sí! —respondió Heidi, y se encogió el volumen con el que había respondido. El Señor le había hablado y ella ni siquiera había oído lo que él le había dicho.

—Una doncella le mostrará dónde está su habitación, que es donde se alojará en el tiempo que se quede aquí. Puede irse por hoy —dijo, sus ojos rojo oscuro midiendo su expresión.

—Bueno...

—Nos veremos mañana en el desayuno, señorita Curtis. Que tenga buenas noches —le deseó Warren, esta vez con un tono más amistoso y ella inclinó la cabeza antes de salir de la habitación llena de vampiros.