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Segunda parte: El Mulo » El final de la búsqueda

—No lo sé. ¿Tiene usted pruebas de su actividad?

—No. Hay muchos factores que desconozco por completo. La Segunda Fundación no pudo establecerse en pleno desarrollo, como tampoco nosotros. Evolucionamos lentamente y fuimos adquiriendo fuerza; ellos deben haber hecho lo mismo. Sólo las estrellas saben en qué etapa de su fuerza se encuentran ahora. ¿Son lo bastante fuertes como para luchar contra el Mulo? ¿Son siquiera conscientes del peligro? ¿Tienen dirigentes capacitados?

—Pero si siguen el plan de Seldon, el Mulo ha de ser vencido por la Segunda Fundación…

—¡Ah! —Y la delgada cara de Ebling Mis se arrugó pensativamente—. Ya volvemos a estar en lo mismo. Pero la Segunda Fundación fue una tarea más difícil que la Primera. Su complejidad es enormemente mayor; y en consecuencia, también lo es la posibilidad de error. Y si la Segunda Fundación no vence al Mulo, las cosas irán mal… definitivamente mal. Tal vez signifique el fin de la raza humana, tal como la conocemos.

—¡No!

—Sí. Si los descendientes del Mulo heredan sus dotes mentales… ¿Lo comprendes? El Homo sapiens no podría competir. Habría una nueva raza dominante, una nueva aristocracia, y el Homo sapiens sería degradado a trabajar en calidad de esclavo, como una raza inferior. ¿No es así?

—Sí, así es.

—E incluso, aunque por alguna casualidad el Mulo no estableciera una dinastía, establecería un distorsionado nuevo Imperio dirigido solamente por su poder personal. Moriría con él; la Galaxia estaría donde estaba antes de su llegada; excepto que ya no habría Fundaciones que pudieran fundirse en un real y sano Segundo Imperio.

Significaría miles de años de barbarie. No habría un final a la vista.

—¿Qué podemos hacer? ¿Podemos advertir a la Segunda Fundación?

—Debemos hacerlo, o pueden desaparecer debido a la ignorancia, a lo cual no podemos arriesgamos. Pero no hay modo de transmitirles el aviso.

—¿No podríamos encontrar un medio?

—Ignoro su paradero. Están en «el otro extremo de la Galaxia», pero eso es todo, y hay millones de mundos para escoger.

—Pero, Ebling, ¿no dice nada aquí? —Y Bayta señaló vagamente los rollos de película que cubrían la mesa.

—No, nada. No dicen dónde puedo encontrarla… todavía. El secreto debe significar algo. Ha de haber una razón… —En sus ojos había una expresión perpleja—. Ahora me gustaría que te fueras. Ya he perdido bastante tiempo, y ya queda poco… ya queda poco.

Se apartó de ella, petulante y con el ceño fruncido.

Los pasos suaves de Magnífico se aproximaron.

—Su marido está en casa, mi señora.

Ebling Mis no saludó al bufón. Una vez más se inclinaba sobre el proyector.

Aquella noche, después de haber escuchado, Toran habló:

—¿Y tú crees que tiene razón, Bay? ¿No piensas que está un poco…? —Vaciló.

—Tiene razón, Torie. Está enfermo, lo sé. El cambio que se ha operado en él, su pérdida de peso, el modo en que habla… Está enfermo. Pero escúchale en cuanto sale el tema del Mulo, de la Segunda Fundación o de algo en lo que esté trabajando. Está lúcido como el cielo del espacio exterior. Sabe de lo que está hablando. Yo le creo.

—Entonces, aún hay esperanzas. —Era casi una pregunta.

—Yo… yo no lo puedo asegurar. ¡Tal vez sí, tal vez no! Llevaré un desintegrador en lo sucesivo. —Tenia en la mano una diminuta arma de reluciente cañón—. Por si acaso, Torie, por si acaso.

—¿De qué caso hablas?

Bayta se rio con un pequeño tono de histerismo.

—No importa. Quizá yo también estoy un poco loca… como Ebling Mis.

En aquel momento, a Ebling Mis sólo le quedaban siete días de vida, y los siete días transcurrieron tranquilamente, uno tras otro.

Toran sentía que había una especie de estupor en ellos. El calor y el sordo silencio le invadían y aletargaban. Todo lo que estaba vivo parecía haber perdido su poder de acción, convirtiéndose en un mar infinito de hibernación.

Mis era una entidad oculta cuyo laborioso trabajo no producía nada y no se daba a conocer. Era como si viviese tras una barricada. Ni Toran ni Bayta podían verlo. Sólo la misión de intermediario de Magnífico evidenciaba su existencia. Magnífico, silencioso y pensativo como nunca, iba y venia con bandejas de comida, andando de puntillas, como convenía al único testigo del reino de las penumbras.

Bayta estaba cada vez más encerrada en si misma. Su vivacidad se desvaneció, su segura eficiencia se tambaleaba. Ella también parecía preocupada y absorta, y en cierta ocasión Toran la sorprendió acariciando su pistola. Bayta la dejó enseguida, con una sonrisa forzada.

—¿Qué estabas haciendo con ella, Bay?

—La sostenía. ¿Acaso es un crimen?

—Te vas a saltar tus necios sesos.

—Si lo hago, no representará una gran pérdida.

La vida conyugal había enseñado a Toran la futilidad de discutir con una mujer en un mal momento. Se encogió de hombros y se fue.

El último día, Magnífico irrumpió sin aliento ante ellos. Les agarró, asustado.

—El eximio doctor les llama. No se encuentra bien.

Y no estaba bien. Se hallaba en el lecho, con los ojos extrañamente grandes y brillantes.

—¡Ebling! —gritó Bayta.

—Déjame hablar —masculló el psicólogo, incorporándose con esfuerzo y apoyándose sobre un codo—. Dejadme hablar. Estoy acabado; os lego mi trabajo. No he tomado notas, he destruido los números. Ninguna otra persona ha de saberlo. Todo debe grabarse en vuestras mentes.

—Magnifico —dijo Bayta con brusca franqueza—, ¡vete arriba!

De mala gana, el bufón se levantó y retrocedió un paso. Sus tristes ojos estaban fijos en Mis.

Mis hizo un gesto débil.

—Él no importa; dejadle permanecer aquí. Quédate, Magnífico.

El bufón volvió a sentarse con rapidez. Bayta miró al suelo. Lentamente, muy lentamente, se mordió el labio inferior.

Mis dijo en un ronco susurro:

—Estoy convencido de que la Segunda Fundación puede ganar, si no es atacada prematuramente por el Mulo. Se ha mantenido en secreto; este secreto debe guardarse; tiene un propósito. Debéis ir allí; vuestra información es vital… puede cambiarlo todo. ¿Me escucháis?

Toran gritó, casi con desesperación:

—¡Sí, si! Díganos cómo podremos llegar. ¡Ebling! ¿Dónde está?

—Puedo decíroslo —murmuró la débil voz. Pero no consiguió hacerlo.

Bayta, con el rostro lívido e inexpresivo, levantó la pistola y disparó. La detonación resonó con fuerza en la habitación. Mis había desaparecido de cintura para arriba, y en la pared del fondo había un agujero dentado. El desintegrador se escurrió entre los dedos entumecidos de Bayta y cayó al suelo.

26 El final de la búsqueda

No había palabras que pronunciar. Los ecos del estampido se difundieron por las salas exteriores y se extinguieron en un murmullo ronco y moribundo. Antes de hacerlo definitivamente ahogaron el ruido que hizo la pistola de Bayta al golpear el suelo; ahogaron también el grito estridente de Magnífico y el rugido inarticulado de Toran.

Reinó un silencio espantoso.

La cabeza de Bayta, inclinada, se hallaba en la oscuridad. Una gota tembló en el rayo de luz al caer. Bayta no había llorado jamás en ninguna otra ocasión.

Los músculos de Toran casi estallaron en un espasmo, pero no se distendieron; Toran tuvo la sensación de que ya no volvería a separar los dientes.

El rostro de Magnífico era una máscara ajada y sin vida.

Finalmente, entre los dientes apretados aún, Toran exclamó con voz irreconocible:

—Así que eres una agente del Mulo. ¡Te ha captado!

Bayta alzó la mirada, y su boca se torció en mueca dolorosa.

—¿Yo, agente del Mulo? Eso sí que es irónico.

Sonrió con esfuerzo tenso y se echó atrás los cabellos con una sacudida. Paulatinamente, su voz recobró el tono normal:

—Se acabó, Toran; ahora puedo hablar. Ignoro cuánto podré sobrevivir. Pero puedo empezar a hablar…

La tensión de Toran había cedido bajo su propia intensidad, convirtiéndose en una fláccida indiferencia.

—¿Hablar de qué, Bay? ¿Qué queda por decir?

—Hablar de la calamidad que nos ha estado persiguiendo. La hemos observado antes, Torie. ¿No lo recuerdas? La derrota siempre nos ha pisado los talones y nunca ha logrado atrapamos. Estuvimos en la Fundación, y ésta se derrumbó mientras los comerciantes independientes aún luchaban… pero nosotros llegamos a tiempo a Haven. Estuvimos en Haven, y Haven se derrumbó mientras los otros aún luchaban… y de nuevo escapamos a tiempo. Fuimos a NeoTrantor, que ahora sin duda habrá caído ya en manos del Mulo.

Toran sacudió la cabeza mientras escuchaba.

—No te comprendo.

—Torie, estas cosas no suceden en la vida real. Tú y yo somos personas insignificantes; jamás vagaríamos de un vórtice político a otro, sin descanso, por espacio de un año… a menos que lleváramos el vórtice con nosotros. ¡A menos que lleváramos con nosotros la fuente de la infección! ¿Lo comprendes ahora?

Toran apretó los labios. Su mirada se fijó en los terribles y sangrientos restos de lo que un día fuera un ser humano, y sus ojos expresaron horror.

—Salgamos de aquí, Bay. Salgamos al aire libre.

Fuera estaba nublado. El viento salió a su encuentro a latigazos, desordenando los cabellos de Bay. Magnífico había trepado tras ellos, y ahora escuchaba, inadvertido, su conversación. Toran preguntó con voz tensa:

—¿Has matado a Ebling Mis porque creías que él era el foco de infección? —Algo en los ojos de ella le detuvo. Murmuró—: ¿Que era el Mulo? —No comprendió, no podía comprender las implicaciones de sus propias palabras.

Bayta se rio bruscamente.

—¿El pobre Ebling, el Mulo? ¡Por la Galaxia, no! No hubiera podido matarlo de haber sido el Mulo. Habría detectado la emoción del acto y la habría transformado en amor, devoción, adoración, terror o lo que se le antojara. No, he matado a Ebling porque no era el Mulo. Lo he matado porque él sabía dónde está la Segunda Fundación, y en dos segundos habría revelado el secreto al Mulo.

—Habría revelado el secreto al Mulo —repitió estúpidamente Toran—, le habría dicho al Mulo…

Profirió entonces un gritito atiplado y se giró para mirar con horror al bufón, que parecía estar inconsciente a sus pies, ajeno por completo a lo que se decía junto a él.

—¿No será Magnífico? —susurró Toran.

—¡Escucha! —dijo Bayta—. ¿Recuerdas lo que ocurrió en NeoTrantor? ¡Venga!, piensa un poco, Toran… —Pero él meneó la cabeza y murmuró algo.

—Un hombre murió en NeoTrantor —prosiguió Bayta, con voz fatigada—. Sucumbió sin que nadie le pusiera la mano encima. ¿No es cierto? Magnífico tocó su visi-sonor, y cuando acabó, el príncipe heredero había muerto. Dime, ¿no es extraño? ¿No es algo singular que una criatura que se asusta de todo, que en apariencia está idiotizado por el terror, posea la facultad de matar a capricho?

—La música y los efectos de luz —replicó Toran— causan un profundo impacto emocional…

—Sí, un impacto emocional, y bastante intenso, por cierto. Y da la casualidad que los efectos emocionales son la especialidad del Mulo. Supongo que esto se podría achacar a la casualidad. Y un ser que puede matar por sugestión está lleno de terror. Bueno, el Mulo ha interferido en su mente, o sea que eso se puede explicar. Pero, Toran, yo capté un poco de la selección del visi-sonor que mató al príncipe heredero. Sólo un poco… pero bastó para transmitirme la misma sensación de desespero que me atenazó en la Bóveda del Tiempo y en Haven. Toran, no puedo confundir esa sensación tan especial.

El rostro de Toran se iba oscureciendo.

—Yo… yo también lo sentí. Lo había olvidado. Jamás pensé…

—Fue entonces cuando se me ocurrió por primera vez. Fue sólo una sensación vaga, una intuición si quieres. No tenia pruebas. Cuando Pritcher nos habló del Mulo y de su mutación, lo comprendí en un momento. Fue el Mulo quien creó la desesperación en la Bóveda del Tiempo; fue Magnífico quien había creado la desesperación en NeoTrantor. Era la misma emoción. Por consiguiente, ¡el Mulo y Magnífico eran la misma persona! ¿No encaja todo a la perfección, Torie? ¿No es igual que un axioma de geometría, que dos objetos iguales a un tercero son iguales entre sí?

Se hallaba al borde del histerismo, pero se esforzó por conservar la ecuanimidad. Continuó:

—El descubrimiento me dio un susto de muerte. Si Magnífico era el Mulo, podía conocer mis emociones, y transformarlas para sus propios fines. No me atreví a decírselo. Me dediqué a eludirlo. Por suerte, él también me eludía; estaba demasiado interesado en Ebling Mis. Planeé matar a Mis antes de que pudiera hablar. Lo planeé en secreto… tan en secreto como pude… tan secretamente que ni me atrevía a pensarlo. Si hubiera podido matar al propio Mulo… Pero no podía arriesgarme. Lo hubiera advertido, y lo habría perdido todo.

Bayta parecía estar al límite de sus emociones. Toran dijo duramente y con determinación:

—Es imposible. Contempla a esta miserable criatura. ¿Él, el Mulo? Ni siquiera oye lo que estamos diciendo.

Pero cuando su mirada siguió al dedo que señalaba a Magnífico, éste estaba en pie, erguido y atento, con los ojos vivos y brillantes. Su voz no tenía ni rastro de acento.

—Lo he oído todo, amigo mío. Lo que ocurre es que he estado reflexionando sobre el hecho de que, a pesar de toda mi inteligencia y capacidad de previsión, haya podido cometer un error y perder tanto.

Toran se echó hacia atrás como si temiera el contacto del bufón o que su aliento pudiese contaminarlo.

Magnífico asintió y contestó a la pregunta no formulada:

—Yo soy el Mulo.

Ya no parecía grotesco; sus delgados miembros y su enorme nariz perdieron su comicidad. Su temor había desaparecido; su actitud era firme. Dominaba la situación con una facilidad que era fruto de la costumbre. Dijo en tono condescendiente:

—Siéntense. Vamos, será mejor que se pongan cómodos. El juego ha terminado, y me gustaría contarles una historia. Es una debilidad mía: quiero que la gente me comprenda.

Y sus ojos, al mirar a Bayta, seguían siendo los mismos ojos marrones, suaves y tristes, de Magnífico, el bufón.

—Mi infancia no tuvo nada de extraordinaria —empezó, zambulléndose en un rápido e impaciente discurso—, y no merece recordarse. Tal vez ustedes lo comprendan. Mi delgadez es glandular; nací con esta nariz. Me fue imposible llevar una infancia normal. Mi madre murió antes de que pudiera verme. No conozco a mi padre. Crecí al azar, herido y torturado en mi mente, lleno de autocompasión y odio hacia los demás. Entonces se me conocía como un niño extraño. Todos me evitaban; la mayoría, por repugnancia, algunos, por miedo. Ocurrieron extraños incidentes… Bueno, eso ahora no tiene importancia. Bastó para que el capitán Pritcher, al investigar sobre mi infancia, comprendiera que soy un mutante, algo de lo que yo mismo no me enteré hasta haber cumplido los veinte años.

Toran y Bayta lo escuchaban con indiferencia. El sonido de su voz les llegaba desde arriba, pues estaban sentados en el suelo, mientras que el bufón —o el Mulo— se paseaba frente a ellos, con la barbilla en el pecho, cruzado de brazos.

—La noción de mi insólito poder parece haber irrumpido en mi con lentitud, a pequeños pasos. Incluso al final me costaba creerlo. Para mi, las mentes de los hombres eran esferas, con indicadores que señalaban la emoción del momento. No es un símil adecuado, ¿pero cómo puedo explicarlo? Aprendí paulatinamente que podía acceder a esas mentes y colocar el indicador en el lugar deseado, y hacer que permaneciera allí para siempre. Tardé aún más tiempo en darme cuenta de que los demás no podían hacerlo. Adquirí consciencia de mi poder, y con ella vino el deseo de desquitarme de la miserable posición de mi existencia anterior. Tal vez puedan comprenderlo. Tal vez intenten comprenderlo. No es fácil ser un monstruo; poseer una mente y una comprensión y ser un monstruo. ¡Las risas y la crueldad! ¡Ser diferente! ¡Ser un intruso! ¡Ustedes nunca han pasado por eso!

Magnífico miró hacia el cielo, se meció sobre los pies y continuó, impasible:

—Pero acabé por comprender, y decidí que la Galaxia y yo podíamos intercambiar nuestros puestos. Al fin y al cabo, ellos se habían divertido, y yo había esperado pacientemente, durante veintidós años. ¡Había llegado mi turno! ¡Ahora les tocaba a ustedes soportarme! Y la lucha sería muy favorable a la Galaxia: ¡yo solo contra billones de seres!

Hizo una pausa para dirigir una rápida mirada a Bayta.

—Pero adolecía de una debilidad: por mi mismo no era nada. Necesitaba a los demás para obtener el poder; el éxito sólo podía llegarme a través de intermediarios. ¡Siempre! Fue como dijo Pritcher. Por medio de un pirata obtuve mi primera base de operaciones en los asteroides. Por medio de un industrial conseguí mi primera conquista de un planeta. Mediante una serie de personas, incluyendo al caudillo de Kalgan, conquisté Kalgan y gané una flota de naves. Después de eso, le tocó el turno a la Fundación, y fue entonces cuando ustedes dos entraron en la historia.

»La Fundación —continuó, bajando la voz— era el reto más difícil al que me hubiera enfrentado jamás. Para derrotarla tenía que convencer, derrumbar o inutilizar a una extraordinaria proporción de su clase dirigente. Podría haber partido de cero, pero existía un atajo, y lo busqué. Después de todo, el hecho de que un forzudo pueda levantar doscientos kilos no significa que le entusiasme hacerlo continuamente. Mi control emocional no es un trabajo fácil, y prefiero no usarlo cuando no es absolutamente necesario. Por eso acepté aliados en mi primer ataque a la Fundación.

»Haciéndome pasar por mi bufón, busqué al agente o agentes de la Fundación que serían inevitablemente enviados a Kalgan para investigar mi humilde persona. Ahora sé que era a Han Pritcher a quien buscaba. Por un golpe de suerte, en lugar de él los encontré a ustedes. Soy telépata, pero no completo y, mi señora, usted era de la Fundación. Eso me despistó. No fue fatal, ya que Pritcher terminaría uniéndose a nosotros más adelante, pero sembró el germen de un error que sí fue fatal.

Toran se movió por primera vez.

—Espere un momento —dijo, en tono ofendido—. ¿Quiere decir que cuando yo me enfrenté a aquel teniente de Kalgan con sólo una pistola paralizante, y lo salvé a usted, ya controlaba mis emociones? —Tartamudeaba de furia—. ¿Quiere decir que ha estado todo este tiempo influenciándome?

En los labios de Magnífico se dibujó una leve sonrisa.

—¿Y por qué no? ¿No lo considera probable? Pregúnteselo usted mismo… ¿Se hubiera arriesgado a morir por un extraño y grotesco bufón que no había visto antes, de haber estado en sus cabales? Supongo que después se sorprendió, cuando repasó los acontecimientos a sangre fría.

—Es cierto —dijo Bayta con voz distante—, se sorprendió. Es muy normal.

—En realidad —continuó el Mulo—, Toran no corría ningún peligro. El teniente tenía instrucciones estrictas de dejarnos marchar. Así fue cómo nosotros tres y Pritcher llegamos a la Fundación, y ya saben que mi campaña se organizó de inmediato. Cuando se celebró el consejo de guerra de Pritcher, con nosotros presentes, yo estaba haciendo mi trabajo. Los jueces militares de aquel tribunal dirigieron más tarde sus propias escuadras en la guerra. Se rindieron con bastante facilidad, y mi flota ganó la batalla de Horleggor y otras menores.

»A través de Pritcher conocí al doctor Mis, quien me trajo un visi-sonor, por su voluntad, simplificando así mi tarea de forma considerable. Sólo que no fue enteramente por su voluntad.

Bayta interrumpió:

—¡Esos conciertos! He estado tratando de comprender su significado. Ahora ya lo veo.

—Sí —dijo Magnífico—, el visi-sonor actúa como amplificador. En cierto modo es un primitivo artilugio para el control emocional. Con él puedo tratar a grupos de gente, y a personas aisladas, con más intensidad. Los conciertos que di en Terminus antes de su caída, y en Haven antes de su rendición, contribuyeron al derrotismo general. Podría haber hecho enfermar gravemente al príncipe heredero de NeoTrantor sin el visi-sonor, pero no podría haberlo matado. ¿Lo comprenden?

»Mi descubrimiento más importante, sin embargo, fue Ebling Mis. Podría haber sido… —dijo Magnífico con amargura, y en seguida continuó—: Hay una faceta en el control emocional que ustedes desconocen. La intuición, la perspicacia, la tendencia a las corazonadas o como quieran llamarlo, se puede tratar como una emoción. Por lo menos, yo puedo tratarla así. No lo comprenden, ¿verdad?

No esperó a oír la negativa.

—La mente humana trabaja muy por debajo de su total rendimiento. El veinte por ciento es la cota normal. Cuando se produce momentáneamente una chispa de energía más potente, lo llamamos corazonada, perspicacia o intuición. Pronto descubrí que era capaz de inducir una utilización continuada de alta eficiencia cerebral. Es un proceso letal para la persona afectada, pero útil. El depresor de campo atómico que usé en la guerra contra la Fundación fue el resultado de poner bajo presión a un técnico de Kalgan. En esto también trabajo por medio de los demás.

»Ebling Mis me brindaba una ocasión excepcional. Sus potencialidades eran altas, y le necesitaba. Incluso antes de iniciar mi guerra contra la Fundación, yo ya había mandado delegados para negociar con el Imperio. Fue entonces cuando empecé la búsqueda de la Segunda Fundación. Naturalmente, no la encontré. Pero sabía que debía encontrarla… y Ebling Mis era la respuesta. Con su mente a la máxima potencia podría haber emulado el trabajo de Hari Seldon.

»En parte, lo hizo. Lo empujé hasta el límite. El proceso era despiadado, pero había que terminarlo. Al final estaba moribundo, pero vivió… —Se interrumpió de nuevo, con amargura—. Hubiera vivido lo suficiente. Juntos, nosotros tres hubiéramos ido a la Segunda Fundación. Habría sido la última batalla… pero mi error lo impidió.

Toran habló con voz dura:

—¿Por qué se extiende tanto? Díganos cuál fue su error y ponga fin a su discurso.

—Pues bien, su esposa ha sido el error. Su esposa es una persona excepcional. Yo nunca había conocido a nadie como ella en toda mi vida. Yo… Yo… —De improviso, la voz de Magnífico se quebró. Se recuperó con dificultad; había algo sombrío en él cuando prosiguió—: Sintió simpatía por mí sin que yo tuviera que manipular sus emociones. No le repugné ni la divertí. Sintió afecto. ¡Le caí simpático! ¿No lo comprenden? ¿No ven lo que esto significó para mí? Antes nadie, jamás… En fin, yo… lo aprecié enormemente. Mis propias emociones me traicionaron, aunque era dueño de las de los demás. Permanecí alejado de su mente; no la manipulé. Apreciaba demasiado sus sentimientos naturales. Fue mi error… el primero.

»Usted, Toran, se hallaba bajo control. Nunca sospechó de mí, nunca se hizo preguntas respecto a mí; nunca vio en mí nada peculiar o extraño. Por ejemplo, cuando nos dio el alto la nave «filiana». Por cierto, que conocían nuestra situación porque yo estaba en comunicación con ellos, del mismo modo que siempre he estado en comunicación con mis generales. Cuando nos detuvieron, yo fui llevado a bordo para condicionar a Han Pritcher, que se encontraba prisionero en la nave. Cuando me marché, era coronel, un hombre del Mulo y ejercía el mando. El proceso entero fue demasiado claro incluso para usted, Toran. Sin embargo, aceptó mi explicación del asunto, que estaba llena de lagunas. ¿Comprende lo que quiero decir?

Toran hizo una mueca y preguntó:

—¿Cómo mantenía comunicación con sus generales?

—No había ninguna dificultad para ello. Las emisoras de ultraondas son fáciles de manejar y, además, portátiles. Y, por otra parte, ¡yo no podía ser detectado en un sentido real! Cualquiera que me sorprendiese en el acto se hubiera marchado sin recordar en absoluto su descubrimiento. Ocurrió en alguna ocasión.

»En NeoTrantor, mis estúpidas emociones volvieron a traicionarme. Bayta no estaba bajo mi control, pero incluso así es posible que nunca hubiera sospechado si yo no hubiese perdido la cabeza al tratar con el príncipe heredero. Sus intenciones respecto a Bayta… me molestaron. Lo maté. Fue un acto imprudente. Una huida sin consecuencias hubiera bastado. Y todavía sus sospechas no se habrían convertido en certidumbre si yo hubiera detenido a Pritcher en su bienintencionada misión, o prestado menos atención a Mis y más a usted…

Se encogió de hombros.

—¿Éste es el fin? —preguntó Bayta.

—Éste es el fin.

—Y ahora, ¿qué?

—Continuaré con mi programa. Dudo que pueda encontrar a otro hombre de cerebro tan adecuado y entrenado como Ebling Mis, sobre todo en estos días de degeneración. Tendré que buscar la Segunda Fundación por otros derroteros. En cierto sentido, usted me ha vencido.

Entonces Bayta se puso en pie, triunfante.

—¿En cierto sentido? ¿Sólo en cierto sentido? ¡Lo hemos derrotado por completo! Todas sus victorias fuera de la Fundación no cuentan para nada, puesto que la Galaxia es ahora un pozo de barbarie. La Fundación misma es sólo una victoria insignificante, ya que no estaba destinada a detener la crisis que usted representa. Es a la Segunda Fundación a la que ha de vencer… la Segunda Fundación… y ésta lo derrotará a usted. Su única posibilidad residía en localizarla y atacarla antes de que estuviera preparada. Ahora no podrá hacerlo. A partir de ahora, a cada minuto que pase estarán más preparados para luchar contra usted. En este momento, en este mismo momento, es posible que la maquinaria ya se haya puesto en marcha. Lo sabrá cuando lo ataquen, su breve poderío habrá terminado y el Mulo no será más que otro conquistador presuntuoso que habrá pasado fugaz y ruinmente por la faz sangrienta de la historia.

Bayta respiraba con fuerza, casi jadeando en su vehemencia.

—Y nosotros lo hemos derrotado: Toran y yo. Moriré satisfecha.

Pero los ojos marrones y tristes del Mulo eran los ojos marrones, tristes y enamorados de Magnífico.

—No la mataré ni a usted ni a su marido. Después de todo, ya es imposible para ustedes dos perjudicarme más; y matarlos no me devolvería a Ebling Mis. Mis errores fueron míos, y me responsabilizo de ellos. ¡Usted y su marido pueden marcharse! Váyanse en paz, en nombre de lo que yo llamo… amistad.

Y entonces, con un repentino impulso de orgullo, añadió:

—Mientras tanto, todavía soy el Mulo, el ser más poderoso de la Galaxia. Todavía venceré a la Segunda Fundación.

Bayta lanzó su última flecha con firme y tranquila certidumbre:

—¡No la vencerá! Aún conservo la fe en la sabiduría de Seldon. Usted será el primer y último gobernante de su dinastía.

Algo excitó a Magnifico:

—¿De mi dinastía? Sí, he pensado a menudo en ello: en la posibilidad de establecer una dinastía. De encontrar una consorte adecuada.

Bayta captó de pronto el significado de la mirada que brillaba en los ojos de Magnífico, y se le heló la sangre en las venas.

Magnífico sacudió la cabeza.

—Siento su repulsión, pero no tiene sentido. Si las cosas fueran de otro modo, hacerla feliz sería lo más sencillo del mundo. Se trataría de un éxtasis artificial, pero indistinguible de la emoción genuina. Las cosas, sin embargo, no son de otro modo. Me hago llamar el Mulo… aunque es evidente que no a causa de mi fortaleza…

Se alejó de ellos, sin volver la vista atrás ni una sola vez.