—Reece, ¿por qué Pequeño Conejito?
—Estaba simplemente allí, sentado junto a mi Pequeño Conejito —murmuró Reece mientras sostenía su mano en la mía—. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Debería haber insistido en que viese a Griffin? ¿Habría podido llamar a Junípero para ver si podía ayudar a mi esposa? ¿Qué podría haber hecho para evitar que esto sucediera? ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Cuánto tiempo estará ella así?
No pude responder a esas preguntas y eso era lo que más me dolía.
—¿Por qué no hablaste conmigo, Trinidad? ¿Por qué no me contaste todo esto? —las palabras rompieron el silencio—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? ¿Cómo es que guardaste todo esto en secreto para mí?
Sentí las lágrimas acumulándose en el fondo de mis ojos, pero las contuve. No iba a llorar, al menos no aún. No mostraría esa debilidad cuando otras personas vendrían pronto.
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