Oriana pasó los siguientes dos días en la mansión Verner, donde Arlan continuó apoyándola a través de los rituales de luto. Al tercer día, se dirigió a la tumba de su abuelo antes de partir.
Arrodillada ante la lápida, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. —Abuelo, he plantado tus flores favoritas alrededor de aquí. Visitaré a menudo, así que no te sientas solo, ¿de acuerdo? —Su voz se quebró mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
Arlan se mantenía a una distancia respetuosa, observándola en silencio. Había sido testigo de su dolor frecuentemente desde la pérdida, y aunque sentía profundamente su pena, todo lo que podía ofrecer era su presencia reconfortante.
Finalmente, regresaron al palacio. Arlan la acompañó al palacio de la Princesa Heredera, el Palacio de las Madreselvas y se aseguró de que tuviera todo lo necesario para descansar.
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