—Su Alteza, esto…
—Empieza a comer —la interrumpió.
Oriana aún dudaba. Él la miraba fijamente, sus ojos azules como el océano la dejaban sin aliento. —Tómalo como mi disculpa por aquella noche en que en lugar de ayudarte, me fui.
Sentimientos complicados se extendieron dentro de su pecho. Oriana se dio cuenta de que estaba hablando de la noche en que cayó al lago. Apretó los labios en una línea delgada. Ese momento era doloroso de recordar, pero ya lo había superado.
Comieron en paz, y a pesar de que ninguno de los dos hablaba, Oriana sentía que todo entre ellos estaba perfectamente bien. Estaba comenzando a disfrutar de su comida.
¡Y este sabor! —pensó ella.
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