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El fantasma de las cloacas (4)

¿Se puede saber en qué diablos estás pensando? le preguntó Ringo.

Ahora no puedo comer nada. Vamos a beber algo primero.

Naturalmente, Ringo no tenía nada que objetar, y caminando entre la gente, que les hacía más sitio del que necesitaban para pasar, se dirigieron hacia el Tangleffot Tango Tavern. A aquella hora, la mitad de la clientela estaba constituida por borrachos y vendedores de droga, y la otra mitad, sin contar a un predicador borracho de la Iglesia Neosufí que había en la misma calle, eran soplones de la policía. El reverendo Hadji Fawkes les saludó cuando entraron.

¿Me pregunto si habrá un Dios en las cloacas que camine entre el hedor y la humedad?

Lo hubo hasta el martes pasado repuso Ringo, empujando a Red para que pasara de largo.

Pero Red quería hablar con el reverendo; resultaba interesante una religión cuyo Camino era la intoxicación. Seguramente, los otros clientes debieron pensar lo mismo cuando el reverendo les invitó a beber. Pero Ringo no estaba dispuesto a abrazar ninguna fe que predicara un hombre blanco, ya fuera con bebida o sin ella.

Se sentaron junto a la máquina de discos; en aquel momento sonaban los acordes de «Muéstrame el camino para volver a casa», uno de los himnos que se cantaban en la iglesia. Pidieron una jarra de cerveza para cada uno y un par de hamburguesas para Ringo.

Sin demasiado ketchup dijo Ringo a la camarera al ver la expresión de Red.

¿Qué tal va la poesía? preguntó después, aunque lo cierto era que no podía interesarle menos.

Estoy por abandonarla y escribir un libro sobre los mitos y leyendas del alcantarillado de la ciudad del Golden Gate.

¡Vamos, hombre! ¿No irás a decirme que te has creído alguno de esos cuentos?

¿Como el del Fantasma de las Cloacas? ¿Por qué no? Podría tratarse de algún borracho a quien le hubiera dado por imitar a Lon Chaney. Hay muchos sitios donde esconderse y, de todos modos, no tendría por qué estar siempre merodeando por los túneles. A lo mejor pasa parte del tiempo aquí arriba; incluso puede que ahora mismo esté aquí, en este bar, bebiendo y riéndose de nosotros.

¿Crees que podría ser uno de esos? ¡Qué va! repuso Ringo tras haber dirigido una rápida mirada hacia la clientela.

¿Qué daño ha hecho ese fantasma, aparte de asustar a alguien con una túnica negra y una máscara en forma de calavera? No creo que esa calavera se deba a que alguien le haya echado ácido en la cara y este se le haya comido la carne. Se parece demasiado a la película, Ringo.

Yo lo vi en una ocasión dijo Ringo. Iba de pie en un bote largo y plano, haciéndolo avanzar con una pértiga. Estaba cerca de uno de los ventiladores y su ropa ondeaba al viento; tenía los ojos grandes y blancos y le faltaba media cara. Era un rostro terrorífico, pero lo que realmente me hizo salir volando de allí fue su pasajero. Parecía un montón de algo, una masa que latía como un sapo. Tenía un sólo ojo, sin párpado, y me miraba fijamente.

Me había parecido oír que no creías en esos cuentos observó Red.

Lo que digo y lo que creo no siempre coincide.

Hay mucha gente como tú afirmó Red. Por lo que cuentas, parece como si el Fantasma y el Terrible Turdothere se hubieran hecho amigos.

Red sonrió, pero sólo para demostrar que no había hablado en serio. Si Ringo le hubiera tomado en serio nunca más habría vuelto a bajar a la cloaca y allí se habrían acabado su trabajo, su antigüedad, su jubilación y sus recuerdos de la segunda guerra mundial. Y también su satisfacción, porque a Ringo le gustaba su trabajo; dijera lo que dijese, le gustaba.

Cada mochuelo a su olivo.

No lo sé dijo Ringo arrastrando la voz. No he vuelto a ver al Fantasma desde entonces y, por lo que he oído, tampoco ha habido nadie que se haya topado con él. ¿Crees que el Turdothere hipnotizó al Fantasma y se lo llevó a su guardia para comérselo?

Durante un rato se quedaron en silencio, observando las películas de terror que emitían los televisores de sus respectivas mentes: Drácula le ajusta las cuentas a la Criatura de la Laguna Negra, El Golem se encuentra con la Espiroqueta Gigante, Abbott y Costello contra la hija de Mr. Hyde y la Mujer Hiena. Cuando los monstruos se cansaban de comer gente, se comían entre ellos.

Concluida de una vez la monserga religiosa, la máquina de discos aullaba como banda sonora una melodía country: «La hija del granjero fue quien anoche dos acres me dio». Un viejo, que afirmaba a gritos ser el heredero perdido de la fortuna Rockefeller, era arrojado por la puerta trasera al callejón. Otro viejo escupía sangre bajo una mesa mientras sus compinches apostaban tragos, de su botella, a favor o en contra de que pudiera volver a beber.

Según decía el mito del Turdothere, no había sido un científico loco quien había creado a la criatura. Podría haberlo sido en épocas pasadas, pero la gente ya no creía en científicos locos; la fe en su existencia se había desvanecido. Estaban tan extinguidos como Zeus, Odín y hasta puede que el mismo Dios.

La nueva amenaza estaba constituida por el escritor loco de programas de televisión. Su nombre era Victor Scheissmiller, un hombre que había existido realmente. Todo el mundo había visto su fotografía y había leído sobre él en periódicos y revistas. No era un personaje inventado, y también era cierto que se había vuelto loco, que su mente había perdido el rumbo como el avión de «Camino

Equivocado» Corrigan.

Tras dieciocho años de escribir guiones para concursos, programas infantiles, películas del Oeste, películas de policías y ladrones, series de ciencia ficción y melodramas baratos, había hecho estallar el tubo de rayos catódicos de su televisor mental. No tenía garantía y tampoco intentó cambiar el viejo por uno nuevo. Un día desapareció, y lo último que se le vio hacer fue bajar por una boca de acceso de la red de alcantarillado. La nota que dejó decía que iba a crear un monstruo, el Turdothere, que después de comerse a todos los trabajadores de las cloacas, saldría a la superficie para devorar a la población entera mientras esta, hipnotizada, contemplaba la televisión.

Los habitantes de la superficie creyeron que se trataba de una broma. Incluso los trabajadores de las cloacas se reían de ello cuando estaban arriba, pero cuando recorrían los túneles no dejaban de mirar por encima del hombro.

Nadie había visto a Victor Scheissmiller en las cloacas, pero sí hubo quien vio la jadeante y apestosa masa del Turdothere con su único ojo de cristal; el de Scheissmiller, decían algunos. Entre los trabajadores de las cloacas se decía que había sido el Turdothere quien había matado a sus compañeros y les había cortado la cabeza, los brazos y las piernas. Pero quienes lo habían visto afirmaban que no tenía dientes. Tal vez lanzaba un tentáculo de excremento y atenazándoles la garganta con él, asfixiaba a sus víctimas para después envolverlas con su masa y disolverlas entre sus jugos.

¿Cómo lograba mantenerse vivo cuando sólo unas pocas personas habían desaparecido en las cloacas? Muy fácil; comía ratas. Y probablemente también era caníbal; comía mierda.

Naturalmente, crecía al alimentarse, y dado que aquella comida no se acababa nunca, podía acabar convirtiéndose en un coloso siempre que no se declarase una huelga de fontaneros. Sin embargo, se creía que la estructura principal de su cuerpo estaba compuesta por una especie de esqueleto, armado por Scheissmiller mediante huesos viejos. Tenía nervios de hilo y de cuerda de tripa, un condón que se dilataba y se contraía como un corazón y bombeaba moscatel de una botella a modo de sangre, una jarra de flujo vaginal que hacía las veces de hígado, colillas de puro incrustadas en el cuerpo que hacían correr el oxígeno a través, y así sucesivamente.

Según otros, aquello no era correcto. La criatura no era más que una masa de mierda viviente de ochenta kilos de peso, sin huesos ni botellas, que fluía y cambiaba de forma como El bacilo gigante que deseaba a Raquel Welch (retitulada más tarde Yo sodomicé a El Cuerpo).

No obstante, todo el mundo coincidía en que tenía un ojo de cristal que utilizaba para localizar a sus víctimas.

Principalmente, está hecho de esperanzas perdidas sentenció Red.

¿Qué? preguntó Ringo.

¡Maldita sea! exclamó Red. ¡Mira quién está aquí!

Ringo saltó de su asiento dando un grito, volcó la jarra de cerveza, y rodeó la mesa gritando:

¡No! ¡No puede ser!

¿No te lo crees? dijo Red. No, Ringo, no es el Turdothere, Es el inspector

Bleek.

¿Qué está haciendo aquí? preguntó Ringo, mientras volvía a sentarse e intentaba disimular el temblor de sus manos asiendo la jarra de Red y tratando de servirse un poco de cerveza sin conseguirlo.

Bleek cogió una silla y se inclinó hacia adelante, acercando su cara a la de Red tanto como pudo.

Los polis me acaban de comunicar el informe del forense dijo. Ernie fue violado, igual que los otros dos.

Ringo pidió dos jarras más. Red se quedó callado durante unos instantes.

¿Los violaron antes o después de matarlos? preguntó finalmente.

Antes respondió Bleek.

¡Es el colmo! exclamó Ringo. Yo renuncio. Si tengo que morir troceado a manos de un pervertido sexual, que sea a la luz del día.

¿Con toda la seguridad que tenéis? dijo Bleek. Temía que estuvierais pensando en renunciar, por eso he venido. Calma, amigos. Mañana, la policía dará una batida masiva por toda la red de alcantarillado. Necesitan guías, de modo que podríais echar una mano, si queréis.

Rodeó con un brazo los hombros de Red.

El Departamento de Obras Públicas cuenta con que todos sus hombres cumplan con su deber. Además, habrá un equipo de enviados especiales de la televisión. Podríais salir en la tele.

¿Quién se resistiría ante semejante panorama?