Ning Xi midió la temperatura del panecillo antes de la comida y se sintió aliviada al ver que era normal.
Que no hablara el panecillo era la menor de sus preocupaciones.
Lo más importante para Ning Xi era la salud del cuerpo del panecillo. Por supuesto, a ella le hubiera gustado oírle hablar pronto, pero no le obligaría a hacer nada que no le gustase; él hablaría cuando le apeteciera.
Después del desayuno, Ning Xi recordó algo.
—¡Ah! ¡Casi lo olvido! ¡Les traje algunos regalos!
¡Regalos!
Los ojos del panecillo brillaban de alegría.
Ning Xi regresó a su habitación y sacó dos bolsas de color azul cielo, una para el panecillo y otra para el gran bollo.
Lu Tingxiao tomó la bolsa para él y dijo sorprendido: —¿Yo también tengo una?
—¡Por supuesto!
¡El regalo del diablo era el más caro!
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