Esto se sintió como si el emperador enviara a un funcionario estatal para ayudar a una campesina a descubrir quién le robó su cerdo.
—Por si acaso —respondió con calma Lu Tingxiao.
Cuando se trataba de ella, no importaba demasiado.
Ning Xi ya no quería decir nada más, el Gran Rey Demonio siempre tuvo su propia manera extraordinaria de hacer las cosas.
—¿Has revisado el contrato que te di esta mañana? —preguntó Lu Tingxiao.
—Son muchas páginas, lo leí hasta que mi sentí que mi cabeza iba a estallar. De todos modos, lo hojeé y ya lo firmé, ¡te lo daré más tarde! —dijo Ning Xi mientras se agarraba del pelo.
—¿Confías tanto en mí? —preguntó Lu Tingxiao y frunció el ceño.
—Lo peor que podría pasar es que me vendan. Si ese es el caso, ¡te ayudaré a contar el dinero! —bromeó Ning Xi y se encogió de hombros.
Lu Tingxiao sonrió con indulgencia.
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