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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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Todo o nada (2)

  Gustavo bajó el cuerpo ante el feroz puñetazo de la enorme bestia, el viento que acompañaba el golpe movió los cabellos largos del joven y, un instante, una helada bestial tocó su cuerpo, congelando parte de su hombrera de cuero. Gustavo rápidamente saltó hacia atrás, convocando con su energía pura el elemento fuego, deshaciéndose del frío de su hombro. La bestia lo miró con ferocidad, mientras de su boca exhalaba un vapor frío.

  --Hermano rojo, el humano es muy fuerte. --Dijo sorprendido. El hombrecito de piel rojiza asintió, pero no expresó respuesta alguna.

La bestia rugió con sus fauces bien abiertas, mientras golpeaba su pecho con sus puños. Gustavo saltó hacia atrás al sentir el peligro acercarse. A los pocos segundos, justo donde el joven se encontraba de pie, diez carámbanos de hielo cayeron a una velocidad impresionante, impactándose contra la dura superficie de la sala. Respiró con rapidez y, en el mismo movimiento se lanzó hacia un lado, una estaca de hielo rozó su piel, amenazando con empalarlo en el menor descuido. Levantó su sable una vez más, mientras su mirada era atraída por su adversario, quién lo miraba desde lejos con frialdad e intención asesina. Extendió su mano izquierda, tensando sus dedos y, sin detenerse, envío una fuerte ráfaga de fuego con pequeñas líneas negras hacia el enorme cuerpo de su oponente. El señor de los hermanos gruñó, esquivando con rapidez el veloz ataque.

  --Maldito insecto. --Dijo sin emoción.

Gustavo apareció a espaldas de la bestia, respiró profundo y comenzó con sus doce estocadas continuas, sin embargo, antes que la primera logrará su cometido, la enorme bestia se convirtió en una estatua de hielo, fragmentándose en miles de pedazos y, esparciéndose por toda la sala. Una neblina blanca y fría cubrió por completo el lugar, cegando levemente su visión. Sus ojos trataban de vislumbrar el más allá, intentando atrapar a la sombra que se escondía con cobardía, apretando con fuerza la empuñadura de su sable y agudizando su oído.

  --No te escondas. --Dijo con furia, intentando herir el orgullo de la bestia, si es que lo poseía.

Volteó rápidamente hacia la derecha al escuchar el sutil paso de algo acercarse, luego a la izquierda, pero justo cuando iba a levantar la mirada, su cuerpo y rostro fueron obligados a besar el suelo con una brutalidad increíble. Gimió de dolor, mientras una linea roja aparecía en su frente, resbalando con calma hacia el suelo. Abrió y cerró los ojos, intentando que su vista no se empañara. El mono blanco apareció a unos pasos del joven, manteniendo una sonrisa en su feo rostro.

  --Jamás me escondí.

La monstruosa bestia saltó, enviando su planta del pie para impactarse con su cabeza, quién rápidamente esquivó el ataque dando dos vueltas a la derecha y agarrando su sable. Se levantó, limpiando la sangre de su frente con calma.

  --Di lo que quieras, pero para mí eres un cobarde. --Dijo lleno de cólera.

Una risa fría sonó en la lejanía, acompañada por dos globos oculares rojos que brillaban entre la densa neblina. Gustavo respiró profundo, tratando de tranquilizarse, mientras su brazo derecho temblaba, impregnado con una fuerte energía de muerte. Un silencio ensordecedor comenzó a invadir la sala, acompañado de un bajón de temperatura increíble, muy parecida a la sensación térmica de las primeras heladas del año. Gustavo sintió un extraño escalofrío recorrer su espalda, mientras su cuerpo temblaba por el frío excesivo, al cual no estaba acostumbrado.

  --Por muy fuertes que hayan sido los humanos, ahora no son más que basura. --Gustavo hizo caso omiso a las palabras de la bestia, no dejando que sus acciones fueran influenciadas.

El joven exhaló, dejando salir un aire frío de su boca y, en el mismo instante, su cuerpo se cubrió de intensas y furiosas llamas rojas, con líneas negras apareciendo y desapareciendo.

  --Yo, Gustavo Montes, te reconozco como mi adversario. --Dijo con un tono serio y, al instante, el fuego se desvaneció de su cuerpo.

La bestia guardó silencio, dejando salir de su boca pequeños gemidos, parecidos a leves carcajadas contenidas. Gustavo no cambió su expresión fría, solo desapareció como una sombra en la oscuridad.

  --Predecible.

Gustavo apareció a unos cuantos pasos de la bestia, empuñando su sable con maestría, pero antes que siquiera se atreviera a acercarse un poco más, fue recibido con un puñetazo justo en la cara, lanzándolo como un proyectil a golpear con uno de los pilares de la sala, donde su cuerpo fue detenido de manera abrupta, dejando una ligera cuarteadura en aquella dura roca blanca.

  --Te lo dije, basura. --Dijo la bestia, acercándose con pasos lentos.

La neblina de los alrededores comenzó a desvanecerse, pero la baja temperatura se mantuvo igual. Alzó su rostro cubierto de sangre, con una visión limitada por el mismo líquido.

  --Conocí a uno de los tuyos cuando todavía era un intal (infante de su raza), lo ví masacrando a los míos, envuelto de una capa roja que antes fue blanca --Su rostro se tornó severo--, y, aunque debo reconocer que me causa repulsión tu especie, ya no los considero como mis rivales, ni mis adversarios --Su aliento podría congelar hasta las propias llamas del infierno--, así que no me interesa tu aceptación. --Levantó su pata y, con la planta de la misma, impactó el rostro del joven, destruyendo en el acto, el duro pilar sobre el cual estaba recargado. Gustavo gimió de dolor, mientras quitaba de su cuerpo algunas rocas que habían caído de manera poco gentil sobre su pecho. Su respiración era pesada y entrecortada, tratando de recuperarse con rapidez para contratacar, por lo que su primera acción fue intentar agarrar nuevamente su sable, el cual se encontraba a unos dos metros de él, pero su ejecución fue interrumpida por el repentino acto de la bestia, la cual lo sujeto del cuello, levantándolo con facilidad.

  --Muere. --Dijo con frialdad.

De su palma, dejó salir una intensa y poderosa energía glaciar, congelando con lentitud el cuerpo del joven, quién por mucho que peleaba, le era imposible deshacerse del agarre. Poco a poco estaba siendo derrotado en la batalla y, sus ojos lo declaraban, perdiendo de manera lenta su vida. Su rostro se terminó de congelar, al igual que la última parte de sus pies, provocando que la bestia sonriera de placer.

  --Hermano rojo, el humano ha muerto. --Dijo con un tono calmado.

  --Así parece, hermano verde. --Respondió el hombrecito de piel rojiza.