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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

Reconsideración

La hoguera ardía intensamente, brindando un calor reconfortante en la fresca y brumosa noche. Frente a ella, los viajeros cansados asaban dos mamíferos medianos recién cazados, fruto de la destreza conjunta de Meriel y Xinia.

Los animales se doraban lentamente en la parrilla, liberando un aroma tentador que llenaba el aire y despertaba el apetito de todos los presentes. Había pasado tanto tiempo desde su última comida que incluso una piedra parecería una delicia exquisita.

Lucan, con su mirada firme y su gesto valiente, junto a las dos ber'har, contemplaban con asombro y cierta repulsión a las criaturas empaladas en las llamas. Sus estómagos rugían descontroladamente, pero el aspecto de la carne carbonizada no les resultaba apetitoso. El joven líder del grupo les ofreció elegantemente una porción de la suculenta carne. Sin embargo, el gesto no fue recibido con alegría, sino con gestos de disgusto y desaprobación, amenazando con vomitar el vacío de sus estómagos.

—Puede que no sea lo más sabroso, pero llena el estómago —dijo después de masticar y tragar.

—Nosotros nos alimentamos de lo que el bosque provee, pero no de sus habitantes —dijo Lucan sin intención de ofender.

—Eso es lo que nos separa de los orejas cortas —añadió la de la mejilla quemada, cuya herida estaba desapareciendo lentamente gracias al tratamiento de la hoja amarilla que se posaba sobre ella.

Gustavo asintió y, sin preocuparse, mordió un pedazo más grande de carne, lo cual las ber'har interpretaron como una bofetada.

—Creo que hay muchas cosas de las que no he preguntado, pero ahora sí me gustaría saber. Empezando por, ¿qué ha sucedido?

—¿Cuánto sabe usted sobre mi hogar? —preguntó.

—La última vez que estuve en estas tierras, todo era pacífico. Aunque mi estancia no fue lo suficientemente larga como para obtener una perspectiva clara de lo que estaba ocurriendo.

Asintió, y las dos ber'har fruncieron el ceño, haciendo lo posible por guardar silencio.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde su visita?

—Dos o tres años, aunque podrían ser más, no lo sé —respondió después de un breve silencio para recordar—. Lo siento, pero me resulta muy difícil llevar la cuenta de los años que han pasado.

—No puedo hablar con exactitud sobre los hechos ocurridos —dijo Lucan después de recuperar todas las fuerzas de su cuerpo. Las ber'har endurecieron sus expresiones, conscientes de que se estaba a punto de tocar un tema delicado—, pero fue más o menos en el mismo período que ha mencionado. La primera señal que tuvimos de la abominación fue la desaparición de nuestros exploradores. La segunda fue la noticia de la caída de nuestro bastión en la frontera, que divide nuestro territorio del de los orejas cortas.

»En aquel momento, creíamos que el ataque había sido obra de nuestros antiguos enemigos, por lo que nuestros ancianos convocaron un consejo de emergencia de todas las aldeas del norte. En un acto de unidad, se decidió enviar a un grupo de los mejores exploradores... Sin embargo, la noticia del único superviviente llegó demasiado tarde; los esfuerzos defensivos contra esa malévola criatura que destruyó el bastión resultaron inútiles cuando apareció en las primeras aldeas. Los pocos supervivientes se vieron obligados a emigrar hacia las aldeas hermanas, informando de lo que estaba sucediendo. Mi aldea optó por luchar, y junto a nuestros guerreros más valientes me enfrenté a esa maldita criatura. No pude vencerla, mi orgullo y mi ira me cegaron en la batalla, haciéndome vulnerable a sus artes malignas. No recuerdo cómo logré escapar, todo se volvió oscuro en mi lucha contra la corrupción que me invadía. Pero según me han informado, esa maldita criatura y sus seguidores han masacrado a mi raza. Los pocos que quedan están dispersos, esperando ser asesinados. Esa es toda la información que tengo.

Gustavo comprendió de inmediato el sentimiento tan devastador que atravesaba a Lucan. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar su dolor, por lo que no desperdició saliva en intentarlo, y tampoco tuvo la determinación de reclamarle sobre su promesa de llevarlo ante una sacerdotisa de su pueblo.

Los compañeros de Gustavo, aunque no entendían lo que el hermoso individuo estaba hablando, podían sentir las pesadas emociones y percibían que algo muy malo había sucedido.

—¿Cuál es tu siguiente paso? —preguntó.

—Cumplir con mi promesa —dijo sin dudar—, luego iré en busca de esa abominación y la mataré.

—¿Todavía puedes cumplirla?

—Debe haber una sacerdotisa sobreviviente —dijo, poco convencido—, solo tenemos que encontrarla.

—No dispongo de tanto tiempo como desearía.

—El tiempo nunca fue nuestra preocupación, pero tienes razón. Sin embargo, ahora contamos con dos exploradoras que nos ayudarán a buscar y examinar más rápidamente y en detalle.

—¿Están dispuestas ellas?

—Por el Orzner de nuestra raza, lo que sea —dijeron con una determinación excesiva.

—Gracias —dijo Gustavo.

Se dirigió a los suyos, con un conflicto en su mirada, y ellos lo notaron.

—¿De qué manera nos relegarás ahora? —preguntó Amaris.

Gustavo decidió contarles con total calma y sin ocultar nada lo que estaba sucediendo en el territorio de los habitantes del bosque, haciendo hincapié en lo peligroso que se volvería todo cuando tuvieran que defenderse de los seguidores de la abominación.

—Prefiero encontrarles un refugio seguro...

—No hay lugar seguro —arremetió Primius—, y no desperdiciaré esta oportunidad de enfrentarme a esa cosa que va en contra de la virtud de los Sagrados. Permítame acompañarlo.

—Mi espada es suya, mi señor —dijo Meriel casi al instante de que Primius calló—, y estoy segura de que volverá a probar la sangre de esas abominaciones.

—Aprecio su...

—No puedes rechazarnos, Gustavo, sabes que te seguiremos a donde quiera que vayas —Xinia asintió—, solo puedes aceptar nuestra compañía... Prometo no ser un estorbo ni buscar la muerte.

El joven caminó entre las diversas expresiones de sus compañeros, sin poder encontrar rastros de renuencia, la única anormalidad era Primius, que no podía ocultar la pizca de locura en sus ojos.

—Esto no es un juego, pueden morir. Y no quiero que eso suceda —dijo con honestidad.

—Ya no somos niños, señor Gus —dijo Xinia—, podemos tomar nuestras propias decisiones. Y deseamos estar a su lado en la próxima batalla. No hay mayor honor que caer junto a un verdadero héroe de leyenda.

—No hay honor en morir —repuso, medio enfadado.

—Lo hay si es junto a usted —dijo Meriel, y todos asintieron.

—¿Y si no caigo, y ustedes sí?

—Será mi felicidad, mi señor. Podré mirar a los ojos a mis ancestros y decir que morí, pero usted sobrevivió.

—No entienden que duele ser el único que sobrevive —dijo en tono bajo, que sus compañeros apenas lograron escuchar.

—¿Mi señor?

—¿Gustavo?

Ambas damas se mostraron preocupadas por su expresión angustiada.

—Como han dicho, la decisión es suya —se puso de pie—. Iré a dar un paseo. No me sigan.