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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

Problemático

Dos flechas surcaron el aire antes de clavarse con un golpe seco justo al lado de ella, en el tronco agrietado de un árbol moribundo. La sorpresa la hizo tambalearse ligeramente sobre sus piernas, casi perdiendo el equilibrio en su apresurada carrera. Sin embargo, con una determinación férrea, logró reponerse al instante, ajustando su postura mientras su corazón martilleaba en su pecho con una mezcla de determinación y ansiedad.

Estaba por llegar, ya podía observar el calor que separaba el bosque del sitio donde se asentaba su grupo, sin embargo, justo al cruzarlo, una flecha impactó en su espalda, justo debajo de su hombro izquierdo. El dolor fue inmediato, sentía como la herida le comenzaba a punzar, y su corazón le golpeaba con tal fuerza que comenzó a dolerle el pecho.

—¡Xinia! —gritó con fuerza—. ¡Primius!

Exhausta, con cada músculo de sus brazos clamando por descanso, se sentía sumida en un torbellino mental que no daba tregua. Eran ligeros, demasiado, pero podía apreciar susurros de muerte que como el tacto de un amante rozaban sus oídos.

—¡Xinia! ¡Primius!

La desesperación se había apoderado de ella por completo. Aunque la distancia que la separaba de la cueva que les servía de refugio no era grande, albergaba la esperanza de que su voz desgarrada atravesara la impenetrable cortina de la inclemencia y llegara a quienes allí aguardaban. No obstante, la ventisca, que había irrumpido con una ferocidad repentina, parecía confabularse en su contra, ahogando sus súplicas y encadenando sus palabras al vórtice helado que la rodeaba, impidiendo que su llamado de auxilio navegara con libertad en el aire gélido.

A un costado de sus pisadas, aún frescas en la nieve, tres flechas descendieron del cielo con una velocidad letal, clavándose con precisión en el manto blanco que cubría el suelo. La proximidad de este inminente peligro pasó desapercibida para ella, perdida en su propia urgencia y desconocedora de cuán cerca rozaba la fatalidad. Sin embargo, no requería de tal advertencia; su determinación ya era absoluta.

Tres nuevos proyectiles viajaron por el aire, sin verse afectados por los fuertes vientos. Tenían como objetivo la nuca y espalda de la muchacha, con la velocidad necesaria para conceder una muerte instantánea, sin embargo, a un segundo de impactar, una muralla alta y robusta se los impidió.

Meriel volvió su mirada al haber vislumbrado la alta figura pasar a su lado, con intención de cubrirle las espaldas.

—Señor Ollin —dijo, ligeramente sorprendida, desde que su señor lo había hecho parte del grupo, no recordaba haberle visto moverse tan rápido—. Ayúdeme con ella, no aguanto más.

El alto individuo vaciló durante la brevedad de un suspiro, comprendiendo que lo solicitado era la mejor opción, por lo que aceptó. Tomó el delgado cuerpo de la fémina, para inmediatamente ordenar con la mirada a la pelirroja a regresar a la cueva.

Primius irrumpió con preocupación, seguido de cerca por Amaris y Xinia, sus siluetas apenas visibles por los fuertes vientos que acompañaban el exterior.

—¿Qué ocurre, Meriel? —La voz de Primius retumbó en el confinamiento de piedra, teñida de cierta preocupación.

La pelirroja se acercó visiblemente mermada, sosteniéndose en una de las dos paredes de piedra, con la sangre serpenteando la tela de su túnica hacia los oscuros guantes que vestía. La debilidad física parecía un mal menor en comparación con la tormenta que asolaba su mente, donde los malos augurios se agitaban con fuerza.

Con esfuerzo, sus palabras rompieron el silencio, cargadas de un dolor que parecía trascender lo físico.

—Hay algo en el bosque.

El alto individuo se introdujo a la cueva un segundo después que la guerrera.

—Será mejor ocultarnos, no son enemigos que debamos enfrentar —aconsejó Ollin—. Maga humana, si eres capaz de lanzar un hechizo o sellos de contención, hazlo sobre el suelo, y ambas paredes. Mi núcleo no es tan estable para hacerlo yo mismo.

Amaris asintió, como una corriente de aire en un cuarto cerrado percibió la pesada energía maligna acercarse.

Primius desenvainó, los susurros de muerte que le acompañaban comenzaron a intensificarse, se sentía incómodo, y quería deshacerse de la desagradable sensación. Xinia le colocó la palma en el pecho.

—No somos oponentes —dijo, aunque ella misma también deseaba liberar la espada de su vaina—. Son demasiados.

El expríncipe, con una renuencia visible, concedió su asentimiento, dando un paso atrás para mantener una prudente distancia. Con una mirada cargada de curiosidad reprimida, se quedó observando cómo la maga comenzó a entretejer el aire con sus manos, dibujando símbolos antiguos que brillaban con una luz etérea. Mientras sus labios susurraban incantaciones en un tono extraordinario, el aire a su alrededor empezaba a vibrar, llenando el espacio con la palpable tensión de lo místico.

Meriel, con manos firmes extrajo meticulosamente hierbas medicinales de su colección, seleccionadas específicamente por sus propiedades antibacterianas y hemostáticas. Bajo la tenue luz de la hoguera, trituró con destreza ambas en un mortero de piedra hasta obtener una pasta de tonalidad verdosa. Inspiró profundo, preparándose para el siguiente paso: retiró cautelosamente la flecha que había quedado incrustada, para de forma inmediata aplicar la mezcla sobre la herida abierta, la sensación de ardor que inundó su ser fue casi insoportable. Con un esfuerzo sobre humano, ahogó el inicio de un gemido desesperado, apretó los dientes hasta casi hacerlos crujir y cerró sus puños con tal furia, que sus uñas se clavaron en la palma de sus manos.

—Tú también los escuchas, ¿no es así? —inquirió al acercarse, mientras tomaba asiento a su lado para evitar que los demás escucharan su conversación.

Meriel asintió, y Primius percibió la oscuridad en su mirada, una lúgubre y penetrante, muy familiar a la de Gustavo cuando las emociones le habían superado.

—¿Qué fue lo que te hizo?

—Me dio un propósito —dijo, dirigiendo toda su hostilidad al alterado Primius—. Así que cambia esa estúpida mirada que tienes, o te arrancaré los ojos.

—No fue mi intención.

En lo profundo de la caverna, al lado de la hoguera, Ollin depositó el cuerpo de la fémina, cortando con sumo cuidado con la ayuda de una daga el peto de raíces y hojas. Su espalda blanca estaba teñida de rojo, y en el contorno de las heridas se vislumbraban líneas negras, palpitando al son de su corazón, no se habían extendido demasiado, pero parecía que ese era su propósito. Extrajo de lo oculto de su atuendo un recipiente de material extraño, y su contenido, un líquido viscoso color amarillo que, derramó sobre las fuentes de sangre justo al instante de quitar las flechas. La fémina convulsionó por unos segundos, antes de volver a su estado de falsa muerte, aunque parecía no estar tan lejos de la verdadera.

—Que Nuestra Madre se apiade de ti —dijo en su lengua antigua.

Amaris había terminado de dibujar los sellos, pero por lo precipitado de la acción temía que no pudieran resguardarlos por mucho tiempo. Sus ojos no podían observar nada, solo la nieve y el viento turbulento estaba presente, y sin quererlo sus pensamientos se desviaron al hombre que amaba, estaba preocupada por él, en lo que le esperaba en estas tierras inhóspitas, en sí podía encontrar alimento luego de dejarle de forma arbitraria la mayor parte de su carne seca. Temía por su seguridad, y estaba sumamente enojada por volverla a dejar, después de haberle prometido que nunca volvería a hacerlo.

∆∆∆

Su sable se movió con tal destreza que lo único que dejó a su paso fue muerte. Las llamas que convocaba con su brazo desocupado calcinaba a los distraídos, y entre saltos y volteretas esquivaba los ataques, tanto mágicos como físicos.

Fauces y garras habían dejado recuerdos en su armadura, que incluso después de compartir con ellos su danza sepulcral no desistían en su intento de asesinarlo. Su cuerpo había sufrido el impacto de imponentes proyectiles, de magia desconocida, y repugnantes ataques de sangre y viseras. Su mente podía soportar la cruenta batalla, pero el asco burbujeaba en su boca y nariz.

Los enemigos parecían no acabar, aun cuando el suelo estaba repleto de cadáveres.

Sus pies fueron sometidos por un par de gruesas lianas, que con premura cortó antes de caer. Se detuvo, todos lo hicieron, la opresiva atmósfera había incrementado, él hizo por moverse, pero hasta el más ligero movimiento le provocó un fuerte dolor en su pecho.

No quería hacerlo, estaba seguro de que era una mala idea, pero quedarse quieto podría representar el mismo trágico destino. Sin embargo, en el preciso instante que había decidido desatar las trabas para liberar por completo su energía, un poderoso aullido de lobo irrumpió su acción.