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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

Mateo 18:21-22 <Final>

La hoja de la espada fue levantada y, con ella una ráfaga de aire, mientras el joven ejecutaba un hábil movimiento de pies para aproximarse en zigzag.

Gustavo lanzó su puño cubierto de una intensa energía de muerte, que se desprendía como una aura intangible. La espada se acercó a su cuello, con la energía imponente de la piedra de poder, que abrazaba el contorno de la hoja como una madre abraza a su hijo, sin embargo, el primero en impactar, fue el puñetazo, golpeando con una fuerza destructiva el casco de la general y, como si no fueran nada, destruyó por completo los encantamientos del octavo círculo que poseía, creándole pequeñas grietas y, enviándola a besar el lodo con toda su espalda. Iridia volteó su cuerpo mientras era arrastrada por la inercia, su mano sujetó la suave tierra, parando su deslizamiento y, con una actitud despreocupada se quitó el casco, revelando su hermoso rostro enfurecido.

Gustavo hizo una ligera mueca de malestar, apretó los dientes y salió disparado de vuelta a atacar a la dama. Iridia sujetó la empuñadura de su espada con ambas manos, gritando como lo haría una bestia y, desprendiendo de su cuerpo una intensa energía imponente. Su mirada se volvió solemne repentinamente y, justo cuando el joven estaba en su rango de alcance, ejecutó su movimiento, justo como lo haría alguien con un palo golpeando una fruta. Balanceó su arma hacia el frente, haciendo un corte de media luna, que liberó de su espada una cuchilla roja que se aproximó al cuerpo de su oponente a una velocidad impresionante.

Respiró profundo, miró a ambos lados para conocer sus posibilidades, pero al notar que le era imposible evadir el repentino ataque, optó por hacerle frente. Su cuerpo se cubrió por una extraña armadura de ébano ilusoria, colocó su mano izquierda y derecha juntas, en forma de "X", para cubrirse. La poderosa cuchilla aérea lo golpeó, haciéndolo retroceder de manera agresiva. Gritó y, desató su propia fuerza, haciendo desaparecer aquella filosa hoja roja. Iridia apareció con rapidez por su flanco derecho, haciendo un corte horizontal, que golpeó la armadura ilusoria y, al no soportar la bestialidad del ataque, atravesó hacia su pecho, haciéndole una enorme cortada. Gustavo gimió levemente, retrocedió y, se tocó con su mano izquierda su pecho.

--Sanar. --Dijo como un susurro.

La abundante sangre comenzó a disminuir, mientras la fatal herida se cerraba lentamente.

Gustavo levantó sus palmas, cubiertas de poderosas llamas enegrecidas, las cuales parecían quemar al mismísimo sol. Justo cuando las gotas caían del cielo y estaban a punto de tocar las flamas, desaparecían evaporadas, haciendo su característico sonido. Volvió a hacer una mueca de malestar, apretando el semblante. Iridia cayó de rodillas, con su mano izquierda apretando su pecho y gimiendo de dolor.

--¡General! --Gritaron las magas al unísono, eran estudiantes de lo arcano, por lo que conocían los misterios de la energía, así como sus riesgos y, aunque desconocían sobre el nuevo poder de su superior, se habían percatado que ya estaba comenzando a rechazar su cuerpo, por lo que eran conscientes que era lo que le iba a pasar si eso continuaba.

--¡Protegan a la general! --Gritó una de las magas.

Los soldados y comandantes del Escuadrón de Escorpiones Rojos aulló y golpearon con sus armas sus escudos, mientras avanzaban de manera ordenada.

--Hermanos míos ¡Levántense! --Una voz misteriosa, lúgubre y en un idioma totalmente desconocido llegó a los oídos de los presentes y, como si siempre hubiera existido, apareció a unos pasos de las damas un enorme esqueleto con una aura azul bailando en su cráneo.

El suelo comenzó a retumbar con cánticos lúgubres, pero de una forma extraña, hermosos, como si angeles de la muerte entonaran aquellos tonos. Sombra tras sombra comenzó a emerger al lado y por detrás del esqueleto. Habían muchas cosas extrañas en la línea del frente, desde espectros, jinetes negros, cazadores de sombras, sonrientes, hasta guerreros caídos, silenciosos y, los malditos.

--Siento la presencia de Nuestro Señor en las cercanías. --Dijo un sonriente con un tono oscuro, mientras miraba los alrededores.

--Su excelencia se encuentra aquí, con nosotros, así que sirvan bien.

--Jejeje-jajaja --Un maldito comenzó a reír como lunático, mientras se quitaba su casco en forma de cubo y dejaba presenciar su putrefacto rostro--. Huelo a muerte. --Se lamió los labios y sonrió de manera impaciente.

--¿Pero qué? --Un comandante casi cayó de nalgas al observar al esqueleto gigante, pero luego su duda se tornó en temor al ver el ejército de los vástagos del abismo--. ¿Por qué? ¿Por qué están esas cosas aquí? --No lo entendía y, posiblemente nadie.

--No intervengan. --Dijo Iridia al colocarse de pie, había notado surgir al repentino ejército, pero ante sus ojos, la única amenaza verdadera, era aquel joven de mirada fría.

La general guardó de vuelta su espada en la vaina, había notado que por la fuerza y velocidad de sus nuevos ataques, los movimientos de su arma se habían vuelto menos eficaces, por lo que prefería comenzar a pelear solo con sus puños.

--(Solo si atacan) --Gustavo miró asentir a Guardián al recibir su mensaje.

Se acercó a pasos lentos hacia la dama, algo que imitó Iridia, pero al segundo siguiente ambos corrieron para enfrentarse a puño limpio, con la ventaja del joven, quién tenía los brazos cubiertos de llamas rojas oscurecidas. Sus puños chocaron de manera bestial, creando una ligera onda expansiva, el dolor fue mutuo, pero la adrenalina acalló el sentimiento. Iridia golpeó de vuelta la cara de Gustavo, haciéndolo sangrar, mientras que el joven asestaba una patada en las costillas de la general, forzándola a colocar una expresión de molestia.

--Eres fuerte. --Dijo Iridia, mientras sus cabellos mojados y desordenados cubrían su rostro.

--Tú igual. --Respondió con un tono frío, mientras las venas en el contorno derecho de su ojo se hacían más pronunciadas.

--Y es por eso que te mataré. --Dijo y, como si siempre lo hubiera tenido en la mano, arrojó un orbe azul traslúcido, que explotó al tocar el suelo.

Se cubrió con su brazos y trató de convocar de vuelta aquella extraña armadura, pero su intento fue inútil, justo cuando el orbe explotó, su cuerpo fue enviado a volar al campamento enemigo, aterrizando de manera brutal sobre la tienda de la general, destruyendo todo a su paso.

--¡Por favor! ¡No otra vez! --Un gritó de súplica llegó a sus oídos.

Gritó, liberando de su cuerpo ensangrentado poderosas llamas, que eliminaron por completo las pieles que componían la tienda anteriormente destruida. A unos cuantos pasos, se encontraba una jaula de metal, no muy grande, con un hombre semidesnudo en ella, cubierto de lo que parecía era excremento.

--Sanar. --Dijo, mientras fruncía el ceño, por primera vez en mucho tiempo su energía pura estaba a pasos de agotarse, por lo que sabía que ya no podía seguir ocupando el hechizo para curarse, teniendo que terminar la pelea rápido, o estaría condenado a perder.

El hombre de la jaula apreció por completo la espalda del joven, colocando una expresión de confusión sobre su identidad, pero al ver a lo lejos el origen de sus pesadillas, rápidamente se hizo bolita, como si deseara despertar de un mal sueño.

--Eres más resistente de lo que pensé. --Dijo Iridia con un tono lleno de ira.

Gustavo se arrojó de vuelta a la batalla, recogiendo su sable en el camino y, lanzando una poderosa y devastadora ráfaga ígnea, que se acercó a la dama con rapidez. Iridia rápidamente desenvainó su espada, haciendo un corte vertical con toda su fuerza y, ayudándose con la energía primigenia para cortar en dos la ráfaga de fuego oscurecido que se acercaba, sin embargo, lo que la dama no se esperaba, era que detrás de aquellas poderosas flamas, un joven, enloquecido y roto por la energía de muerte, saltaría, olvidando por completo su propia seguridad. Gustavo se colocó en posición de estocada y, con toda la fuerza que había logrado reunir, hizo un solo ataque, clavando su sable en el hombro de la dama, quién cayó al suelo, junto con el.

--Serás maldito... --Dijo ella con una mirada fría y tono ahogado, intentaba agarrar su espada, que había caído a dos pasos de ella.

--Has perdido. --Dijo él con un tono bajo, oscuro e impregnado con una fuerte intención de matar y, con la misma energía, restringió los movimientos de la dama.

Iridia sintió de vuelta el dolor de su pecho, sabía que la energía de la piedra de poder la estaba destruyendo por dentro, por lo que prefirió desactivarla, volviendo a su estado natural, aceptaba la derrota y, sabía que estaba a merced del joven.

--Hoy talvez muera --Escupió una cantidad mínima de sangre--, pero tu futuro no será distinto... Ellos me vengaran.

--Yo no quería --Dijo él con duda, sus manos temblaban, apretando sin confianza la empuñadura de su sable--... pero la muerte te llama...

--Vamos --Apretó los dientes-- ¿Qué esperas? --Tosió, derramando más sangre--. Solo mátame --Sus ojos, aunque enloquecidos, no poseían la confianza de esperar seguir viviendo--, mándame con honor al gran salón, déjame reunirme de vuelta con mis padres.

Gustavo entrecerró los ojos, respirando con pesadez, su exhalanción fue fuerte, irregular, la inestabilidad de su interior lo estaba consumiendo y, al percibir la densa energía de vida de la general caída, los deseos de matar incrementaban, perdiendo un pilar más de su cordura.

--¡Aaaaahhh! --Gritó enloquecido y, con un fuerte dolor mental sacó su sable del hombro de la dama y, con un movimiento rápido lo envío de vuelta hacia abajo, atravesando la superficie de algo ligeramente duro.

--¡GENERAL! --Las magas, soldados y comandantes gritaron con toda su fuerza al ver el sable caer, se sentían impotentes, mientras el profundo dolor florecía dentro de sus cuerpos, algunos sollozaron, otros negaron con la cabeza, no aceptando lo que sus ojos observaban.

Erza, al notar que todo estaba perdido, salió corriendo hacia la tienda de los magos, intentando encontrar sus cosas y escapar de las garras de la muerte.

--Ella es mía. --Dijo Xinia, yendo con rapidez para atraparla.

--¿Por qué? --Lo miró a los ojos-- ¿Por qué no me mataste? --Preguntó Iridia, desconcertada, podía escuchar el fuerte latir de su corazón, observando con nerviosismo y un ligero miedo la hoja azul clavada a su lado.

--Yo no acepto la muerte --Bajó su mano derecha, colocándola en la frente de la general--. Hoy intentaste matarme y, el rencor no desaparecerá pronto, así que acepta mi regalo. --Una extraña marca se dibujó en su entrecejo, desapareciendo un segundo después.

--¿Qué me hiciste? --Preguntó extrañada.

--Ahora me perteneces. --La oscuridad de su ojo desapareció, envainando de vuelta su sable.

--¿Qué te pertenezco? ¡¿Acaso tienes mierda en la cabeza?! --Escupió, haciendo un esfuerzo inútil por levantarse. No podía creer aquellas palabras, se sentía más que humillada y, aunque había un creciente temor por el misterioso joven, la herida a su orgullo había sido más devastadora.

--Tú alma está impregnada con el sello de muerte, solo necesito un pensamiento para drenar toda la vida de tu cuerpo. --Explicó, sin un ápice de emoción en su voz.

--No sé que es eso de alma --Jadeó, recargándose con dificultad sobre su brazo izquierdo--, pero déjame decirte esto, maldito --Tosió--, yo solo le pertenezco a los Dioses y, no a un miserable humano, así que es mejor que me mates ahora, porque yo no te serviré. Ni ahora, ni nunca. --Le miró, con furia en sus ojos, no podía explicarlo, pero sentía un extraño vínculo con su enemigo.

--Eso tú no lo decides. --Dijo y, como una sombra desapareció, apareciendo de vuelta donde se encontraban las magas, quienes lo miraron con temor, era como si estuvieran en presencia del monstruo más aterrador.

--(Ellos no atacaran, será mejor que regresen) --Ordenó.

--Su excelencia desea que vuelvan, así que desaparezcan.

Algunas de esas cosas fruncieron el ceño mientras desaparecían, disgustados por no haber podido saborear la sangre, pero nadie se opuso, era una orden directa de un Alto Señor y, eso representaba que le debían absoluta obediencia.

--Ella intentaba escapar. --Dijo Xinia, sujetando de manera feroz los brazos de Erza, quién había sido impedida de usar magia.

--La deuda de sangre es tuya, has lo que te plazca con ella. --Dijo Gustavo con un tono frío.

La guerrera del escudo asintió de manera oscura, haciendo caminar con brusquedad a su antigua compañera. Erza gimió de dolor, se sentía imponente, sabía que su final estaba cerca y no podía hacer nada para evitarlo.

--¡Ayuda!

Gustavo volteó al escuchar el doloroso grito, sintiendo que ya había escuchado aquel tono de voz.

--¡Ayuda!

Gustavo apareció repentinamente ante una jaula de metal, mirando con confusión al hombre semidesnudo, quién saltó de miedo al notar la repentina aparición del joven.

--!Por favor, ayúdame! ¡Esa maldita ramera me secuestró y me ha estado atormentando por estos últimos meses! ¡Te lo pido! ¡Ayúdame! --Gustavo lo miró de vuelta, sintiendo un ligero asco por el olor a excremento.

--¿Y que hiciste para merecerlo? --No era ingenuo, sabía que habían personas que merecían ese tipo de tratos.

--Nada, de verdad nada, yo solo emprendí una misión de exploración junto con mis soldados, pero esa hija de perra me emboscó, matando a todos mis subordinados en el acto.

--No confío en ti, lo siento. --Dijo, no sabía porque, pero veía la mentira y la astucia de las serpientes en aquellos ojos verdes.

Al ver qué su única salvación se disponía a irse, el miedo volvió a su cuerpo, sintiendo que debía hacer algo para impedir que se fuera.

--Soy descendiente directo del rey Brickjan Lavis, soy el segundo príncipe y heredero a la corona, Herz Lavis. Por favor, en nombre de todo el reino de Atguila, ayúdame --Gustavo lo miró una vez más. Herz continuó observando la indecisión en sus ojos, por lo que rápidamente continuó--. Si me salvas, puedo concederte cualquier deseo que tengas, no importa que, lo tendrás.

Gustavo lo pensó por un momento y, fue justo cuando recordó las tablillas que el Dios del tiempo le había entregado, por lo que sintió que había una posibilidad que una familia real pudiera encontrar información sobre su localización.

--Te ayudaré, pero si incumples con tu palabra, dejaré descender tú mente a la locura.

Herz lo miró por un ligero momento ¿Qué amenaza tan extraña? Pensó.

--¿Estás de acuerdo?

--Sí, por supuesto --Contestó con rapidez, aunque el mismísimo Carnatk hubiera emergido y le hubiera propuesto entregar su esencia a cambio de su libertad, habría aceptado--, ahora sácame de aquí --Gustavo acercó sus manos a los barrotes de metal y, ejerció absoluta fuerza bruta--. Es una jaula mágica, no podrás... --Herz fue interrumpido de decir sus palabras, pues el joven había logrado romper los barrotes con la pura fuerza de sus brazos, dejándolo perplejo.

--Ahora sal. --Herz asintió.

--¿Dónde está su cadáver? --Preguntó con odio--. Deseo escupirle.

--Nadie escupirá cadáveres en mi presencia, eso es una absoluta falta de respeto. --Contestó, mirándolo con ojos serios.

--Cierto, cierto --Asintió, no queriendo contrariar al joven--, pero ¿Dónde está? Quisiera verlo.

--Ahí. --Señaló con su mirada a una dama de pie, ayudada por sus magas para sanar sus heridas.

Herz sintió un fuerte temor al ver aquella mirada, por lo que rápidamente se escondió detrás del joven.

--¿Por qué no la mataste?

--Porque no quise. Ahora cállate.

Gustavo le brindó la última mirada a Iridia, quién lo miró de lejos con furia y odio.

--¿Desea que le coloque un sello de rastreo? --Preguntó una de las magas, evitando a toda costa la mirada del aterrador joven.

--No servirá de nada, es demasiado poderoso para ti y, una mala decisión, podría condenar a nuestro reino a la perdición --La observó con seriedad. La maga asintió, tragando saliva y, sintiéndose tan diminuta ante presencia tan imponente--. Cuando me adapté por completo a la piedra de poder --Miró al joven--, lo mataré.

--¿Y si divulga esa información? --Preguntó la segunda maga, no atreviéndose a mirar a su superior.

--Tarde o temprano se iba a conocer, por lo que es mejor apurarnos con nuestros preparativos. --La maga asintió, mostrándose servil.

Su expresión se torno lúgubre, liberando una ligera intención asesina de sus ojos, algo que percibió Gustavo, pero él solo se limitó a sonreirle de vuelta.

Guardián volvió a las sombras, en espera de nuevas órdenes, ahora solo quedaba Meriel, quién lo esperaba con una sonrisa de orgullo, nunca se habría esperado que su señor pudiera derrotar a la afamada general de Rodur, Iridia <La violenta>. Wityer, al notar a su compañero, corrió de vuelta a su agradable cama y, se acostó con una actitud despreocupada.

Xinia llegó después de un momento, con una mirada fría y, las manos cubiertas de sangre.

--No pude matarla --Su expresión era complicada de definir--, así que le corte la lengua, los pies y las manos. En su vida podrá hacer magia de vuelta. --Gustavo la observó por un momento, aunque no aprobaba el acto de Xinia, tampoco lo desaprobaba, sabía que Erza se había ganado ese sufrimiento y, posiblemente más, pues ni el mismo sabía que sería lo que les haría a las personas que habían matado a su buen amigo, Héctor.

∆∆∆

Gustavo y compañía se despidieron del campamento enemigo, alejándose y, observando como la lluvia se detenía y las nubes se abrían para darle paso a la luz del sol.

--¿A dónde nos dirigimos ahora, señor Gus? --Preguntó Meriel. Gustavo la miró.

--A la capital del reino de Atguila. --Dijo, mientras observaba al hombre semidesnudo y, sonreía de manera astuta.