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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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Los hermanos verde y rojo

  Un joven de cabello largo corría a toda velocidad, su corazón palpitaba, mientras su sangre hervía, el deseo de poseer un cuerpo lo llenaba con tanta fuerza que le era imposible detener aquella sensación. Al parecer, el sello que se había colocado en su brazo derecho con la sangre de la bestia felina, estaba perdiendo su efecto, por lo que su misión de encontrar a la bestia de la montaña se hacia más urgente. Se detuvo al escuchar un furioso rugido, uno tan bestial que sus piernas quisieron dar media vuelta y retirarse, sin embargo, su mente dijo No, manteniéndose firme. Subió a las ramas de un árbol cercano y, miró el horizonte, aunque habían pocos árboles en los alrededores, sus grandes copas impedían que se logrará ver con claridad, pero lo que sí notó, fue que en la lejanía, una silueta cuadrúpeda, se movía a una velocidad impresionante, posiblemente era más veloz que él. Bajó del árbol y, con rapidez se dirigió al lugar de la batalla, escondiéndose detrás de los gruesos troncos, fue ahí donde toda su perspectiva cambió.

  --Hermano rojo, esta cosa es muy graciosa. --Dijo un pequeño hombrecito, de voz chillona, piel verdosa, cabello escaso y, piernas regordetas.

  --¡Mírame bien, hermano verde! --Gritó el otro hombrecito, mientras daba un salto, acompañado de una marometa. Era igual al anterior, solo que con la diferencia de que esté tenía la piel de color rojiza.

Abrió un pergamino, dejando caer una poderosa bola de fuego al suelo húmedo y pantanoso.

La furiosa bestia rugió, lanzándose a un lado para evadir el mortal ataque y, sin hacer un cántico, invocó una poderosa ráfaga de aire, que se dirigió al hombrecito de color rojo.

  --Jeje. --El pequeño hombre sonrió de manera alegre, mientras evadía la furiosa ráfaga de aire con facilidad.

  --Salta, esquiva, puñetazo. --Dijo el hombrecito verde, mientras imitaba los movimientos de su hermano.

  --No es esquiva, puñetazo... sino patada. --Dijo con una sonrisa, acercándose a una gran velocidad al cuerpo de la bestia, que por las bendiciones de su raza, logró esquivar la pesada patada.

En la lejanía, el joven de cabello largo miraba todo con atención, no sabía porque, pero aquellos hombrecitos exudaban una poderosa fuerza de sangre, algo de lo que desconocía el significado y, que por alguna extraña razón, le parecía familiar, pero no podía recordar a qué.

  --¡Ahí va otro! --Gritó el hombrecito verde, abriendo otro pergamino. Un poderoso rayo cayó a pocos centímetros del la furiosa bestia negra, quién rugió, acompañado por el estruendoso sonido del relámpago.

  --Muy veloz. --Dijo el hombrecito verde con una gran sonrisa.

--Mejor para nosotros. --Sonrió el hombrecito rojo.

La bestia se detuvo, abrió sus fauces, convocando una poderosa energía elemental y, sin ninguna consideración, lanzó diez cuchillas de aire a los cuerpos de los hombrecitos.

  --Nada mal. --El hombrecito verde extrajo de algún lugar una larga túnica y, con ella se protegió. Gustavo tragó saliva, ya podía ver cómo era cortado en pedazos aquel pequeño hombre, sin embargo, aunque las bestiales cuchillas eran rápidas y poderosas, no lograron dañar, ni dejar la más mínima marca en la túnica.

  --Hermano verde, guarda eso, si señor vuelve a darse cuenta que tomamos sus cosas sin permiso, nos golpeará. --Dijo con miedo en sus ojos, mientras juntaba sus manos con nerviosismo. Gustavo no sabía si era un acto, o en verdad tenía miedo, ya que sus acciones se parecían a las de un niño.

  --No se dará cuenta. --Sonrió de manera juguetona.

  --Bueno. --Contestó el hombrecito rojo. Gustavo se forzó a si mismo a aguantar la risa y, es que en verdad le parecía gracioso la manera tan fácil en qué el hombrecito verde convenció a su hermano.

La bestia volvió a rugir con furia, estaba más que molesta por haber fallado su anterior ataque.

  --No seas así, gatito, nosotros solo estábamos jugando un poco --Lo miró con ojos decepcionados--, pero tú fuiste un poco exagerado con tu anterior ataque. --El hombrecito verde asintió ante las palabras de su hermano.

La bestia dejó salir las garras de sus patas, sus colmillos se volvieron más largos y afilados, mientras su cuerpo se volvió más robusto y pesado. Su mirada era tan fría como el lugar más gélido de la tierra.

  --Hermano, gatito está enojado. --Dijo el hombrecito verde, con una actitud temerosa.

El hermano asintió como si fuera un sabio, mientras extraía de alguna parte lo que parecía era un artefacto que creaba humo, una barba falsa y una bastón color café, donde se apoyó de manera suave.

  --Gato de las profundidades --Acarició su mentón como lo haría un hechicero anciano--, sangre normal, elemento oscuridad y viento --Pensó por un momento--... Cuarta clase. --Dijo con un claro menosprecio.

Al escuchar las palabras del pequeño hombre, la bestia desapareció, apareciendo nuevamente frente al hombrecito de piel rojiza con sus fauces bien abiertas.

  --¡Cuidado! --Gritó Gustavo, no sabía porque, pero no quería que los pequeños hombrecitos fueran dañados.

Justo cuando la bestia apareció a sus espaldas, el hombrecito rojo, que todavía tenía el bastón en su mano, volteó inmediatamente, pateando de una brutal manera el hocico de la bestia y, destruyendo por completo toda su cabeza.

  --¡Por los Dioses antiguos! ¡Lo volví a hacer! ¡Señor me regañará! --Gritó con miedo en su voz.

  --Hermano rojo, hay alguien ahí que nos observa. --Señaló el hombrecito verde con sus pequeñas manos. Gustavo salió, con su arma envainada, no deseaba asustar a los dos individuos.

  --No soy una amenaza. --Dijo con tranquilidad.

Los hermanos se miraron por un segundo, asintiendo con tranquilidad.

  --Te creemos. --Dijeron al unísono con una gran sonrisa. Gustavo no sabía si reír o llorar ¿Había alguien más ingenuo que ellos dos? Aquello si era una gran incógnita.

  --¿Puedo hacerles una pregunta? --Los hermanos asintieron--. ¿Qué son ustedes?

  --¿Nosotros? --Se miraron-- Somos verde y rojo por supuesto. --Respondieron con una gran sonrisa.

  --No me refiero a eso. Sino...

  --No más preguntas --Dijo repentinamente--, señor está ahora hambriento y, no queremos hacerlo enfadar. --El hombrecito verde asintió.

  --¿Su señor? --Preguntó Gustavo sin querer hacerlo.

  --Puedes acompañarnos, nuestro maestro es el gobernante de aquella montaña. --Señaló con su pequeño dedo. Gustavo se quedó quieto por un segundo, riéndose en su interior de la repentina coincidencia ¿Acaso el destino no era una mala broma? Pensó.

  --No quiero importunar. --Dijo Gustavo.

  --Por supuesto que no, sea lo que sea eso.

  --Hermano rojo, el humano habla raro. --Dijo el hombrecito verde en voz baja, su hermano asintió.

  --Entonces los seguiré. --Dijo con una sonrisa, aunque no sabía porque, quería ayudar a los dos hermanos a liberarse del yugo de su señor, ya que para él, solo eran dos niños jugando, personitas mal afortunadas con cadenas sumamente gruesas.

  --Entonces vamos. --Dijeron con una sonrisa. Cargaron el gran cuerpo de la bestia negra con facilidad y, se dirigieron a la imponente montaña. Gustavo asintió.

  --(Wityer, cuida de Meriel, volveré cuando haya matado a esa bestia) --Envió un mensaje mental.