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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

Identidad revelada

Al ser despedidos de la sala de examinación, los tres jóvenes se retiraron al vestíbulo del gremio, admirando el tablero de contratos, lugar donde se quedaron por un momento, buscando aquel por el que habían ingresado, sin embargo, por mucho que buscaban, los únicos trabajos que encontraron eran sobre: escoltar nobles de modo seguro a otros pueblos o reinos, conseguir pieles de bestias mágicas, ayudar a un aldeano con la riega de las cosechas, donde se pedía en específico a una maga de elemento agua y, de más, casi todos ellos eran solicitudes para aventureros de bajo rango, o al menos para integrantes de cinco estrellas como máximo.

--En el gremio de dónde yo provenía, los contratos arriba de la sexta estrella eran personales, o se tomaban en un lugar más solitario. --Dijo Xinia, mirando los diversos papeles sobre el tablero.

--Puede que aquí ocurra lo mismo. --Concordó el joven.

Meriel acercó la mano a un papel, leyendo en voz baja su contenido, sus cejas se crisparon repentinamente, algo sentía que iba mal.

--Mi señor, usted mencionó que provenía de la ciudad Agucris ¿No es así? --El joven de inmediato volteó, mirando a su seguidora con una ligera confusión.

--Viví allí una temporada, pero no es mi lugar de nacimiento ¿Por qué la repentina pregunta, Meriel?

--Es cierto --Hizo un ademán de cabeza--. Es por está nota --Acercó la hoja al rostro de su señor--. Aquí menciona que hace cuatro estaciones, la ciudad de Agucris sufrió una catástrofe y, pide por los bienaventurados de corazón que ayuden con orbes de calidad baja y media para la reparación de la barrera. --Gustavo entrecerró los ojos, frunciendo ligeramente el ceño, no sabía que había pasado, ni el porque, pero al no tener ningún vínculo especial con aquella ciudad, exceptuando por haber sido el primer lugar que conoció después de haber llegado al nuevo mundo, no le importó mucho su situación.

--Si quieres descubrir que fue lo que ocurrió, no tengo respuesta, ya que yo partí de allí mucho antes. --Respondió.

La dama de cabello rojo asintió, en realidad solo había tomado el papel porque pensaba que su señor se sentiría algo preocupado por su estado actual, pero al parecer, se había equivocado.

--Me disculpo por mi repentina curiosidad. --Inclinó el cuerpo en disculpa.

--Para nada, Meriel --Sonrió con calidez--, has las preguntas que desees, te lo he dicho en un sin fin de ocasiones, ya deberías de saberlo. --La dama asintió, aunque aún le seguían pareciendo extrañas algunas palabras que ocupaba su señor, poco a poco se iba acostumbrando.

Por detrás de los tres jóvenes, una mujer de estatura baja se acercó, sus pasos eran ligeros, casi silenciosos, sus movimientos eran ágiles, que recordaban un poco los movimientos de los felinos.

--Señor y, señoras, sus identificaciones están listas. --Dijo con una voz suave, pero sin ninguna emoción en ella.

Los tres jóvenes voltearon casi de inmediato. Gustavo sonrió al recibir la noticia, Meriel asintió, sintiéndose algo alegre por el repentino título que le habían conferido, sin embargo, Xinia actuó completamente opuesto a sus compañeros, pues sintió una ligera familiaridad en el rostro de la dama, una marca debajo de su ojo derecho para ser específico.

--¿Perteneces al clan de las montañas ocultas? --Preguntó.

La mujer no expresó respuesta alguna, exceptuando por un ligero cambio en su mirada, uno que provocó que se volviera afilada y fría, aunque aquello solo duró menos de un segundo, los tres individuos pudieron apreciarlo.

--No entiendo sus palabras, señora. --Respondió con un tono suave y sin emoción.

--Me equivoqué. --Fingió una sonrisa.

--Les pido, mis señores, que me acompañen. --Sé dio media vuelta y comenzó a caminar.

Los jóvenes asintieron al unísono, siguiendo los pasos de la mujer.

--¿Qué es el clan de la montaña oculta? --Preguntó Meriel en voz baja.

--No conozco mucho sobre ellos, solo sé que es un clan antiguo de asesinos y, que al iniciarse se colocan una marca característica debajo de su ojo derecho. Solo eso. --Respondió al mismo tono.

La mujer de enfrente frunció el ceño, aunque las damas habían hecho lo posible para hablar bajo, ella pudo escucharlas, sintiendo una ligera intención asesina sobresalir de su piel, una que fue inmediatamente suprimida al sentir un ligero peligro rozar su espalda, aunque había sido sutil, pudo sentir la muerte acercarse, por lo que volteó, pero solo se encontró con la sonrisa alegre de un joven muchacho, sintiéndose ligeramente intrigada, no podía hacer ningún movimiento dentro del gremio y, eso lo sabía, por lo que debía aguantar la curiosidad y actuar con calma.

Subieron por las escaleras, dirigiéndose a la segunda puerta del flanco derecho. La primera acción de la mujer fue tocar con calma y, al recibir la aprobación, optó por abrirla. El lugar era grande, muy grande en realidad, posiblemente el cuarto más grande que el joven había visto en su vida. Poseía una decoración sutil, con cuadros con rostros en las paredes cercanas y, pinturas que retrataban sucesos del pasado; un mueble repleto de libros, una estantería con objetos mágicos y no mágicos y, un sin fin de cosas más. En el centro de la habitación, se encontraban cuatro muebles, dos sillones largos y dos individuales, de una material parecido al cuero, pero recubierto con alguna tela especial para mejorar la comodidad y, en el centro de los mismos, se apreciaba una larga pero baja mesa de madera, con pequeños tallados en sus patas y, debajo, una alfombra aterciopelada hacia su aparición. En el lado opuesto del gran cuarto, el joven hombre que había acompañado a la Sabia Meira, se encontraba revisando un par de documentos en su escritorio.

--Déjanos, Yukio. --Dijo Irtar con un tono calmo, aun sin levantar la mirada, acomodó sus cabellos, frunciendo el ceño.

--Sí, señor. --Asintió e hizo una reverencia. Su mirada se topó con los ojos de Xinia, mirándola con una sonrisa fría. La dama del escudo sonrió de vuelta, no era fácil de intimidar.

--Por favor, tomen asiento. --Señaló con su mano los dos asientos frente a su mesa, se levantó y caminó hacia su izquierda, abriendo una puerta y sustrayendo de su interior una silla de madera, colocándola justo al lado de las otras.

--Gracias. --Dijo Gustavo, sentándose en la silla del extremo izquierdo.

El joven hombre asintió, se acomodó la túnica abierta antes de sentarse, suspirando para recobrar energía y, al obtenerla, miró a sus esperados invitados.

--Aquí tengo sus tres identificaciones --De uno de los innumerables cajones que tenía su escritorio, sacó tres papeles pequeños, rectangulares y gruesos, colocándolos en el mismo instante en la mesa--. Por el repentino desenlace, omitimos colocar sus nombres, es por eso que los llamé --Los observó, tomando con su mano derecha un largo palito de metal, con tinta escurriendo de su punta--. Es tinta mágica, así que no deben preocuparse porque las letras se deterioren. Empezamos por usted --Miró a Gustavo-- ¿Cuál es su nombre?

El joven sonrió momentáneamente, ya podía intuir que era lo que pasaría al decir su nombre, por lo que tardó en responder.

--Gustavo Montes. --Dijo.

Irtar asintió, bajó su mano para escribir el nombre en uno de los papeles especiales, pero tan pronto en qué el palito de metal iba a tocar la superficie del endurecido material, levantó la vista, sintiéndose ligeramente confundido.

--¿Perdón? ¿Podría repetir su nombre? --Xinia y Meriel sonrieron, ellas mismas habían pasado por una situación similar al escuchar por primera vez el nombre de su señor/compañero.

--Gustavo Montes --Dijo con una sonrisa--, aunque también --Pensó por un momento, recordaba vagamente la situación de su identificación en el gremio de exploradores de mazmorras, donde lo habían nombrado: Sin nombre y, aquello lo había aceptado, porque en ese momento no había entendido que su estancia en el nuevo mundo iba a durar tanto, por lo que no le importó demasiado, pero ahora, al tener un panorama más amplio, no sentía apropiado tener un mal pseudónimo remplazando su nombre, ya que había sido el mismo que le habían otorgado sus padres en honor a su tío materno, por lo que lo valoraba mucho--... Si gusta, puedo escribirlo yo mismo.

Irtar dudó por un segundo, no era que fuera imposible para el nuevo recluta escribir el mismo su nombre, era solo que por generaciones, aquello no había pasado, por lo que se sentía algo renuente a dejar que lo hiciera.

--Por supuesto. --Le entregó la tinta y el papel, al final, no había encontrado una mejor solución.

Gustavo sonrió, aceptando los materiales necesarios para plasmar su nombre en aquella hoja endurecida, firmando en cursiva.

--He terminado. --Le entregó de vuelta la tinta y el papel.

Irtar inspeccionó la identificación, quedándose por un largo momento observando los extraños símbolos, unos que aunque eran bellos, por más que deseaba, no podía descifrar.

--Que signos más extraños. --Dijo sin pensar.

Las damas acercaron sus cabezas, concordando con el joven hombre al observar aquellas raras letras.

--¿Hay algún problema? --Preguntó luego de un rato de silencio.

--No --Negó con la cabeza--, aunque un aventurero siempre debe mostrar su identificación para aceptar misiones o entrar a los reinos aliados, es solo un distintivo, con solo poseer el sello del gremio, nadie podrá cuestionar su procedencia o afiliación. --Explicó, mostrando un extraño símbolo en la parte superior derecha del papel endurecido.

--Agradezco la información.

--Claro --Asintió, sus ojos se deslizaron por la mesa, cayendo un segundo más tarde en el cuerpo de la dama de cabello rojo--. ¿Cuál es su nombre?

--Meriel Inver. --Dijo con un tono orgulloso y calmo.

El hombre joven sonrió al notar que era algo que podía escribir, anotando su nombre un segundo más tarde en la hoja endurecida.

--¿Y usted? --Su mirada se posó en el cuerpo de la guerrera del escudo-- ¿Cómo debo nombrarla? ¿Xinia o <La salvaje>?

Al escuchar pronunciar sus últimas palabras, la dama del escudo rápidamente desenvainó, pero en cuanto lo hizo, sintió una fuerte intención asesina tocando su espalda, así como el sonido de un objeto, uno que se acercaba a máxima velocidad.