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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

El enemigo del pasado

Caída la noche el grupo de cinco se disponía a descansar, luego de haber consumido una sopa sin mucho sabor gracias al arte culinario del joven Gustavo, quién estaba aprendiendo a cocinar algunos platillos del Norte por parte de Ktegan.

--¿A cuánto estamos de nuestro destino? --Preguntó, observando el mapa en su mano.

--A unos dos... tres días, máximo cuatro. --Dijo, todavía con su gran sonrisa, la misma que no había quitado de su cara desde el momento que descubrió que estaba cerca del Gran Lago de la Paz.

--Bien. --Asintió, observando al pequeño lobo en sus brazos.

--Gracias --Dijo repentinamente--, muchas gracias.

--Agradeceme cuando lleguemos a nuestro destino. --Dijo con una sonrisa sincera.

∆∆∆

--No podemos mandar más tropas a Lour. --Dijo Herz con un tono frío.

--Podemos y lo haremos. --Dijo la reina, retándole con la mirada.

Los individuos en el contorno de la mesa rectangular guardaron silencio, no atreviéndose a inmiscuirse en su pequeña batalla personal.

--No seas testarudo, Herz, yo soy la regente del reino mientras tu padre se recupera, si digo que algo se hará, se hará.

--Pues estarías matando a esta ciudad si das esa orden.

--No te estoy pidiendo permiso.

--Y yo te estoy advirtiendo --La miró con frialdad--. Si esa bestia regresa y no tenemos soldados para defendernos, nos destruirá y, no servirá de nada seguir controlando Lour.

--Pero si te tenemos a ti --Dijo con una mueca desagradable--, acaso ¿No eres el héroe que mató aquella bestia alada?

--Ya dije lo que tenía que decir --Se levantó de su asiento, pero sin quitar su mirada de la hermosa mujer vestida con finas ropas--. Reina Yelalka, tú decides, salvar a tu preciado hijo, o al reino --Se volteó, dirigiéndose a la salida-- y, todos sabemos lo que decidiría mi padre.

La reina frunció el ceño, sintiéndose disgustada por las palabras de su hijastro, deseando tener la fuerza de aquellas grandes mujeres para poder ahorcar al muchacho.

--Katran es el futuro rey, salvarlo sería salvar el reino y, aunque quieras que caiga por esos malditos rodurienses, yo no permitiré que eso pase.

Herz no volteó, continuó con su camino, saliendo de la habitación y, instante cruzar el umbral y salir del campo de visión de los presentes, se dejó caer en la pared más cercana, sosteniéndose el pecho con extremo dolor, su respiración se volvió irregular, sintiendo como la fuerza poco a poco se retiraba de su cuerpo.

--¿Qué me está pasando? --Se preguntó, sintiendo un ligero mareo. Trató de tranquilizar su respiración, cerrando los ojos, pero el dolor demasiado persistente.

--¿Hermano?

Abrió los ojos con calma, levantando la mirada para mirar a su hermana Prisilla. La dama a su lado se arrojó en su ayuda, ayudándole a levantarse.

--Gracias. --Dijo al ponerse de pie.

--¿Qué ha pasado? --Preguntó Isei.

--No lo sé, solo no me siento muy bien --Tragó saliva para refrescar su garganta--. Aunque yo supondría que es por escuchar nuevamente ese nombre.

--¿Cuál nombre? --Preguntó sumamente curiosa.

--El de mi captora, Iridia. --Contestó sin emoción en su voz, limpiando el polvo de sus posaderas.

--¿Ya se recuperó de sus heridas? --Preguntó Prisilla un poco sorprendida.

--Lo ha hecho --Asintió-- y, ahora dirige un ejército para recuperar la ciudad de Lour. --Dijo con un tono complicado.

Prisilla tragó saliva, mirando de reojo a una de sus sirvientas, quién solo asintió, sin decir una sola palabra comenzó a alejarse, acción que no fue percibida por la pareja de príncipe y dama de la nobleza.

--No debes sobreesforzarte, tus heridas aún no sanan por completo. --Dijo Prisilla con un tono dulce.

--Su excelencia Prisilla tiene razón, debe tomar reposo, este reino pronto lo necesitará más que nunca. --Dijo con una cálida sonrisa.

--No puedo --Exhaló el aire acumulado en sus pulmones--, hay demasiadas cosas que hacer y, ahora con las estúpidas decisiones de la reina las obligaciones solo incrementan.

--Bueno, al menos déjanos ayudarte. --Dijo, Prisilla asistió.

--Lo agradezco, pero prefiero encargarme de todo yo mismo --Tosió, perdiendo nuevamente el equilibrio--. Maldita sea. --Dijo, apretando su puño.

--Ves, no te encuentras bien --Lo ayudó a apoyarse--, ahora mismo iré en busca de tu sirvienta para que prepare una cama y valla en busca del sanador de la corte y, no es una petición. --Sus ojos no mostraron clemencia.

Herz apretó los labios, quería negarse, pero la debilidad de sus piernas y el inestable estado mental que poseía, le impidió hacerlo, no teniendo más remedio que asentir.

∆∆∆

En un gran salón, decorado con sellos mágicos imperceptibles para el ojo común, dos grandes ventanales que permitían la entrada de la luz solar, al igual que el ruido de las aves, aun cuando estaban en un piso subterráneo. En medio de la gran sala se encontraba un caldero de dimensiones considerables, relleno de un líquido nebuloso y, alrededor de aquel recipiente, se encontraba un grupo de cinco, cuatro mujeres y un hombre, cada de uno de ellos sentados en pose de meditación, mientras mantenían los ojos cerrados. De pie, cerca de un escritorio con utensilios para la alquimia, una dama de cabello blanco frunció el ceño, arrojando las hojas que tenía en la mano al suelo, estaba frustrada, pero más que eso, se sentía cansada, había trabajado durante días sin minutos para tomar descanso, pero lo peor de ello es que no había logrado ni el más mínimo avance en su investigación.

*Erg, erg...

Una de las damas al contorno del caldero comenzó a convulsionar, retorciéndose en el suelo con los ojos echados para atrás, mientras de que su boca dejaba salir una espuma color negra, acontinuación la dama a su lado la imitó y, con ella, los tres restantes hicieron lo mismo.

--No, no, no --Se dijo la dama de cabello blanco al ver la situación, acercándose con una expresión de pánico--, es demasiado pronto. --Respiró profundo y, de una lanzó un poderoso hechizo, la agilidad de su lengua para pronunciar palabras a máxima velocidad era increíble, pero la variedad de tonos en una oración compacta lo era aún más.

Comenzaron a salir cadenas negras de las paredes, techo y suelo, envolviendo al caldero que comenzaba a burbujear como si estuviera en punto de ebullición. Las cadenas explotaron, al igual que el caldero, dejando en su lugar una enorme mano con garras mutilado.

De repente la luz del gran salón comenzó a apagarse por una extraña razón.

--¿Ya tienes mi cuerpo listo? --Preguntó una voz siniestra, acompañada de una gélida aura a muerte.

La dama de cabellos blancos volteó con una expresión de terror y, negó con la cabeza.

--Basura --Dijo, creando de la nada una espada negra hecha puramente de energía oscura y, lanzándola al cuello de la dama, deteniéndose a solo dos centímetros de un daño mortal--. Si en verdad deseas que tu tribu sobreviva, será mejor que dejes de fallar. --Sus dos orbes que ven el mundo explotaron de ira, pero por su rostro cadavérico, no podría saberse lo que en realidad estaba sintiendo.

--S-S-S-i --Tartamudeó, asintiendo más de una vez-- señor de la oscuridad.

--No habrá otra oportunidad --La dama abrió los ojos por la sorpresa, sintiendo como un líquido caliente resbalaba por su mentón y cuello-- y, esta es mi última advertencia. --Dijo, sosteniendo la oreja puntiaguda que anteriormente había estado pegada en la cabeza de la dama.

Al desaparecer, la dama se derrumbó en el suelo, sintiendo como si la vida volviera a su cuerpo, pero al mismo tiempo la tristeza e impotencia se apoderaban de su corazón al notar los cinco cuerpos inertes de sus camaradas.

--Nuestra Señora, por favor protégenos.