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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

El asalto

Las flechas incendiarias cubrieron el cielo al notar que las decenas de explotadores se acercaban a los muros exteriores. La mayor parte de ellas cayeron, deslizándose por la suave tierra, heridas o ya sin vida. Algunas lograron alcanzar su objetivo, explotando con una ferocidad y brutalidad increíble, una que provocó que los propios cimientos de los altos muros temblaran y, la barrera mágica de noveno círculo se vislumbrara por un fugaz instante.

--Su Majestad, no podemos permitir que otra horda de explotadores consigan llegar a los muros --Dijo uno de los estrategas, quién se encontraba observando el horizonte junto con su rey--. La barrera mágica pueda que resista uno a tres ataques similares, pero después de ello, el reino quedará desprotegido.

--Miro lo mismo que tú, estratega Inbal, no es necesario que me lo digas. --Lo observó con enfado y frialdad.

--Lo lamento, Su Majestad. --Cerró la boca y volvió su atención a la incursión de las bestias.

El segundo grupo de explotadores se lanzó al ataque, solo que ahora el grupo estaba combinado con una raza extra, quienes servían de guardaespaldas, tratándose de las bestias nombradas y mejor conocidas por los lugareños: los chijila, criaturas cuadrúpedas de gran tamaño, piernas rechonchas, colas cortas y, con un caparazón escamoso como piel.

--¡Rápido, un sello desacelerador! --Gritó el mago en líder.

El grupo especializado en los sellos unió sus conjuros en uno solo, formando un enorme símbolo a decenas de metros de la puerta principal, el cual se iluminó de marrón, resplandeciendo con hermosura y liberando del mismo una poderosa energía mágica. Al activarse volvió la superficie pantanosa en su radio de alcance, dificultando el libre paso y retrasando a los desafortunados que transitaban por ahí.

--¡Flechas! ¡No dejen que se acerquen a los muros! --Gritó el comandante de los arqueros.

Las flechas volvieron a hacer su aparición como en un día lluvioso, cayendo y pintando la zona con la sangre de sus víctimas, pero aún con todo su esfuerzo, no habían logrado deshacerse por completo de la horda de explotadores. Hechizos de fuego, hielo, relámpago, tierra y viento fueron lanzados al comando del mago en líder, provocando un considerable daño en las filas de explotadores y chijilas, pero no fue suficiente para impedir que explotaran al llegar al muro.

Cinco detonaciones ensordecedoras, potentes y bestiales sonaron, provocando que nuevamente la barrera mágica fuera visible por un tiempo mayor: dos segundos.

El rey alzó su brazo derecho, haciendo una señal con sus dedos, inmediatamente los comandantes de los caballeros y los soldados de vanguardia comenzaron a acercarse a la entrada.

--Dirige desde aquí, yo tengo otra obligación. --Dijo con un tono orgulloso y una mirada gélida.

--Sí, Su Majestad, haré lo necesario para matar a cada una de las bestias. --Dijo con sumo respeto, mostrándose digno de la tarea encomendada.

El rey asintió, mirando por última vez el horizonte, era como si supiera que ahí se encontraba su enemigo y con sus ojos le dijera: "espera, porque iré a matarte". El sirviente real siguió a su señor, temblando por dentro al intuir a dónde se dirigían.

Inbal extrajo de su bolsa de cuero cinco pergaminos mágicos de comunicación directa, así como cinco cabellos y, al tenerlos juntos activó el hechizo en aquellos misteriosos rollos de papel. Al instante, cinco voces distintas resonaron en su cabeza.

>Estratega Inbal ¿Ha tomado el mando? --Preguntó una voz femenina.

>Correcto --Respondió--. Así que seré breve, porque los pergaminos de comunicación directa no durarán por siempre... Comandante en jefe de los arqueros, divide a tus mejores hombres y envíalos a la segunda torre a la derecha. Comandante Blekon, refuerza a los soldados de vanguardia y, bloquea la entrada cuando salgan. General Divino Geryon y generala Divina Kara, ambos estén preparados para salir en cualquier momento... Irtar, haz lo que mejor sabes hacer.

>Sí, estratega mayor. --Dijeron los cinco al unísono.

Tal vez algunos estaban insatisfechos con la decisión de su monarca por poner al mando a Inbal, ya sea porque poseían un rango más alto, o porque no les agradaba, pero sabían que ahora estaban en guerra y, en una situación de alta tensión la desobediencia representaba la muerte y, nadie estaba dispuesto a dejar que su ego asesinara a sus seres queridos.

Debajo de los muros, cercanos a la entrada, pero lejos de la batalla, se encontraba un grupo pequeño de individuos y, se decía pequeño porque aunque su número sobrepasaba los cincuenta, si se comparaban a los miles de soldados, o los cientos de jinetes, era nada a comparación. Sus vestimentas y equipos peculiares los hacía destacar, así como la fuerte presión que sus cuerpos ejercían.

--¿Alguien desea jugar 'bolahoyo'? --Preguntó un hombre de gran estatura, de tez morena y bigote grueso.

--Bromeas ¿Verdad? En cualquier momento iremos a la batalla, no podemos perder el tiempo jugando esos juegos de niños. --Respondió una femenina, vestida con una armadura completa de cuero, espada larga y un casco con una coleta roja artificial.

Se escucharon otras cinco detonaciones, acompañadas de un ligero temblor en el suelo. Los individuos se miraron, concordando en el mismo sentimiento y, sin decir una sola palabra comenzaron mentalizarse para su próximo llamado.

--La barrera no resistirá mucho tiempo. --Dijo una dama de cabello negro, sosteniendo su báculo con fuerza al observar los muros.

--Seremos ocupados como fuerza principal, o como el último bastión, pero sea como sea, el rey cobrará las monedas que se gastó en nosotros. --Mencionó un hombre de cabello blanco, brazos gruesos y mirada solemne.

--Miren --Señaló una dama--, los soldados se están moviendo.

Inmediatamente todos dirigieron sus miradas a la entrada, donde a unos cuantos pasos, los caballeros y soldados de vanguardia tomaban posición.

--Necesito a cinco magos de elemento viento --Apareció una dama de la nada, vestida con ropas extrañas y portando una máscara roja de demonio antiguo--, no importa cuántos círculos posea, con que sepa el hechizo 'ráfaga' es suficiente.

La mayoría la observó, pero muy poco de ellos sabían de su existencia.

--¿Quién eres tú?... --Preguntó alguien ligeramente enfadado.

--Señora Yukio ¿Puedo preguntar si son órdenes del administrador Irtar?

--Lo has hecho y, sí, son sus órdenes.

Al instante el grupo de aventureros guardó silencio, las órdenes de ese joven eran absolutas para ellos, pues con una sola palabra suya los podía convertir en héroes, o en villanos. El grupo de exploradores de mazmorras observaron con ligero desconcierto y enojo la situación, pues aunque algunos habían escuchado nombrar a Irtar <<El adivino>>, para ellos solo era alguien con una buena inteligencia, nada más.

--Yo domino ese hechizo, aunque no soy un mago como tal. --Dijo un joven de rostro inocente y cabellos claros.

--Eso sirve. Ven conmigo.

El joven asintió, acercándose con timidez a la dama de cuerpo delgado. Poco a poco otros tres individuos se acercaron al prometer que ellos conocían ese hechizo.

--¿Nadie más? --Preguntó, la mayoría negó con la cabeza--. Bien, espero que funcione. --Se dijo y, con la misma ordenó que los cuatro sujetos la acompañarán.

Al ver cómo desaparecían sus compañeros, la interrogante apareció en sus cabezas, estando un poco curiosos sobre sus destinos.

--¿Quién crees que muera? --Preguntó Karsay en voz baja.

--¿De ellos o de nosotros? --Preguntó la <<Princesa hielo>>.

--De todos nosotros, por supuesto. --Sonrió.

--Ambos, cierren la boca. --Levantó su blanco mechón, que descendía para tocar su pómulo.

--¿Qué sucede? --Preguntó la maga.

--Cinco respiraciones. --No respondió, solo miró a la dama sin verla realmente.

Al cabo de cinco segundos, una poderosa explosión sonó a las afueras de la barrera mágica, tan bestial como ensordecedora. Desenvainó, colocándose sus cinco anillos con encantamientos de refuerzo.

--Estén listos --Su mirada se enfrió--, porque es momento de matar algunas bestias.