Se retiró con calma los trozos de tela de su brazo derecho, liberando la terrible imagen de la muerte al mundo, él ya no sentía nada al verse, se había acostumbrado, pero aun así deseaba encontrar la forma de deshacerse de ella, pues no era algo que una persona pudiera portar con orgullo.
--¿Le duele? --Preguntó, acercando una tela húmeda para limpiar su extremidad.
Gustavo volteó de inmediato, encontrándose con la expresión tranquila de su fiel subordinada.
--Dame el paño, yo puedo limpiarme solo --Dijo, arrebatándole el trozo de tela húmeda--. Sí, me duele --Se pasó el pedazo de tela por su brazo, limpiando su carne necrótica y, las manchas de polvo que había acumulado--, pero ya no como antes --Quitó un cacho de piel, tirándolo al suelo--, creo que hasta me he acostumbrado. --Le sonrió.
--Señor, entiendo que no desee preocuparme, pero no creo que una herida así no le duela. --Se arrodilló, sosteniendo su mano derecha con ambas manos.
--Hablo con la verdad, Meriel.
--Y yo solo quiero que esté bien.
Gustavo terminó con su limpieza, e inmediatamente se quedó contemplando el bello rostro de su seguidora.
--Puedo notar que algo ha cambiado en ti, pero no sé lo que es. --Arrojó el paño a un lado, pero no dejó de observar a la dama.
--Observé mi vida al reunir toda la energía de muerte en mi cuerpo, los días buenos, los malos... los atroces y, me di cuenta de que después de conocerlo, mi vida sí cambió, al principio solo juré lealtad hacia usted porque pensaba que era un enviado de la muerte, alguien que podría cumplir con mi deseo de venganza, pero poco a poco me fui percatando que usted es algo más, no sé que, pero tengo la certeza. No solo salvó mi vida ese día, salvó la herencia de todo mi pueblo, el recuerdo de mi familia, porque hasta ahora entiendo que, solo viviendo podré honrarlos como es debido --Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero su sonrisa no se apagó--. Ese día rescató una muchacha perdida, le dio un propósito y le permitió servirle como su guardiana, aun cuando es evidente que no necesita mi ayuda. Mi señor, muchas gracias.
Gustavo no logró contenerse al ver ese rostro iluminado por las lágrimas, llevándola a tocar su hombro con suavidad y, con la calidez de una madre la abrazó.
--Meriel --Dijo con un tono bajo--, aceptar tu juramento ha sido de las mejores decisiones que he tomado, aun cuando en muchas ocasiones me sentí incómodo al escucharte llamarme señor, ya que no estaba, no estoy acostumbrado. Y si debo serte franco, me has ayudado mucho a entender este mundo y, por ello te doy las gracias.
El abrazo duró unos cuantos minutos, volviendo con sus compañeros al finalizarlo, quienes estaban preparados nuevamente a retomar el camino.
--¿Y bien? Señor amigo del joven Gus ¿Ahora hacia dónde?
Ollin volteó para observar al hombre gordo y, con una expresión y tono serio, le dirigió la palabra.
--Camina donde yo camino, pisa donde yo piso, solo así no te perderás.
--Su amigo es algo único. --Dijo Xinia con un tono bajo.
--Sí, lo es --Respondió con una sonrisa ligera-- y, confío en él.
∆∆∆
Ciudad capital - Reino de Atguila.
La ciudad estaba envuelta en la incertidumbre por el misterioso estado de salud del rey, así como del posible heredero del trono, que, aunque para muchos era obvio que debía entregarse al príncipe Katran, algunos otros opinaban que por el esfuerzo y merito en la última incursión de bestias, el príncipe Herz se había hecho merecedor del título de heredero, teniendo más derecho que su hermano mayor a ascender al trono y, como el reino no tenía la costumbre del "Primer Hijo", no estaba claro quien sería su próximo rey, entendiendo que en el caso del repentino fallecimiento de su actual monarca, se llevaría a un caso extraoficial con los Consejeros Reales y, con la ayuda de los nobles se escogería al próximo gobernante, claro, eso solo se teorizaba, ya que, después de haber sido ocupada esa opción hace más de trescientos años, nunca más los Consejeros Reales y nobles tuvieron que intervenir en la decisión de tener que escoger un rey para su reino.
--Su excelencia, una dama de la casa Marhs pide autorización para verle. --Dijo Zaeye con un tono cortés.
Herz tranquilizó su respiración, envainando su espada y, eliminando cualquier indicio de intención de combate en su cuerpo.
--¿Casa Marhs? --Se cuestionó por un momento, no parecía muy concentrado--, oh, mierda, es cierto --Observó a su sirvienta personal--. No permitas que me vea así. --Dijo, buscando con fervor la tela para secarse el sudor de su cuerpo.
--Mi hermana mencionó una promesa --En la cima de los escalones blancos, una silueta femenina apareció, hermosa como nadie y, con una mirada dócil y pura, que hasta las sacerdotisas de la Diosa Luna no podían compararse--, una que...
--Señora, lo siento --Interrumpió la sirvienta con mucho tacto y, con una postura firme se interpuso en su camino--, pero Su excelencia no puede verle ahora mismo. Le pido por favor que vuelva en otro momento.
--¿De verdad? --Sonrió con tranquilidad-- Su excelencia ¿No quiere verme? --Preguntó, lanzando la mirada a por encima del hombro de la sirvienta.
El príncipe mordió su labio, no queriendo voltear para evitar que la bella dama observara su embarazoso estado.
--Zaeya, déjala. --Dijo después de reflexionar, dando media vuelta con una sonrisa apenada. Su pecho brillaba por los residuos de sudor, sus mejillas resaltaban con un tinte rojo tenue, mientras en su hombro y abdomen se encontraba una delgada tela, con símbolos extraños dibujados en ella.
--Sí, Su excelencia. --Dijo la sirvienta, retirándose de vuelta al lado de su señor.
--Retirate y, evita que alguien nos moleste. --Ordenó, dándole la tela con la que anteriormente se había secado el sudor.
--Sí, Su excelencia. --Asintió, hizo una ligera reverencia y se retiró de la vista de ambos individuos.
La dama se quedó de pie, mirando con una expresión tranquila al joven hombre. Herz sonrió al darse cuenta de algo que había pasado por alto, yendo rápidamente a tomar la mano de la mujer para ayudarle a bajar los escalones, guiándole a una pequeña mesita con dos sillas de madera a su lado, cubierta por una pequeña tiendita abierta de color blanca.
--Por favor. --Deslizó la silla hacía atrás, permitiéndole que se sentara, para luego ayudarla a acercarla de vuelta a su lugar.
Herz se acercó a una escultura piedra, retirando de la base una camisa holgada de lino y, un instrumento duro para acomodarse los necios cabellos. Al sentirse preparado se acercó nuevamente al lugar donde se encontraba la paciente mujer, quién le sonrió al verle regresar.
--Lamento que me encuentre en este estado, señorita Isei. --Dijo, tomando asiento como solo alguien de la realeza sabe hacerlo.
La dulce dama se quitó el sombrero blanco de pluma de arcoíris, colocándolo sobre la mesa, para después hacer lo mismo con sus guantes blancos.
--Desde pequeña he estado en presencia de hombres semidesnudos, no es algo por lo que deba pedir perdón.
--Es verdad, había olvidado que son los principales contribuyentes de la Arena de Batalla.
--Mi familia lo es, yo no. --Dijo, aún con su sonrisa.
--Por supuesto --Asintió con una mirada tranquila, para luego mostrar una sonrisa agradable--... Es verdad, su hermana me comentó sobre el pedido que hizo a los Dioses por mi sano regreso, se lo agradezco.
--Esa pequeña --Dijo en voz baja, sonriendo suavemente--. Es cierto, lo hice, pero no debe agradecerme, es mi obligación como su mujer velar por la seguridad de Su excelencia.
--¿No te lo dijo tu padre? --Preguntó con una expresión de confusión, olvidando hasta el tono respetuoso con el que había transcurrido la conversación.
--¿Qué es lo que tendría que decirme? --Preguntó con calma.
--Que rompí el compromiso. --Trató de mantener su rostro tranquilo, pero por los hermosos ojos de la dama que lo observaban de manera directa, sintió un poco de culpa.
--Ah, sobre eso --Asintió--, sí, me lo mencionó. Pero eso no cambia que sea su mujer, Su excelencia.
--Señorita Isei, oficialmente nunca adquirió el título de mi Kreeda, jamás hubo una ceremonia de vínculo. Usted y yo solo somos viejos conocidos y, perdone mis duras palabras, pero eso quiero que sigamos siendo.
--Su excelencia, Herz Lavis Urmic, sé porque lo ha hecho y, usted ahora deberá perdonar mis duras palabras, pero una ceremonia de vínculo, es solo eso, un acto banal con el que se vanaglorian las familias pudientes del reino, pero eso no significa nada para mí. Las tradiciones antiguas se han ido olvidando desde que los Dioses dejaron de caminar entre nosotros, pero una de esas tradiciones sigue persistiendo hasta el día de hoy y, esa es que, una promesa nunca se rompe.
El príncipe fue arrinconado por las contundentes palabras de la dama, teniendo que forzar una sonrisa para no dejar que observara su indecisión.
--Sé que las cosas son caóticas y, sé que tienes miedo que algo malo me pueda ocurrir por la cercanía que tengo hacia ti, pero no olvides una cosa --Se levantó, colocándose a espaldas del joven hombre y, acercando sus labios a su oído--, si quieres ser rey, me necesitas a tu lado.