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10

El tercer universo

10. El Heraldo de los Sueños Parte Final

febrero 02, 2024

Parte VI: Los elegidos

1

Veinte años pasaron. Veinte largos años.

Era una época de guerra. De una guerra que parecía interminable y que sacudió al Mundo hasta casi destruirlo. La gente pensaba que era una batalla entre una religión, sus reinos aliados y aquellos que se le oponían. Poco sabían que en realidad se trataba de una guerra entre fuerzas sobrenaturales, dioses, seres amorfos y sus remanentes. Eran ignorantes, pero eso no duraría mucho. Pronto se darían cuenta y los llenaría el terror. Su único consuelo sería que uno de seres de poder inimaginable se pusiera de su parte.

Esa sería su única esperanza. Su único aliento. La única alegría entre tanta tristeza.

Armán sintió que su cuerpo se llenaba de arena. Estaba acostado. Cuando se levantó, se vio en un inmenso desierto.

No había nada ni nadie cerca. Ni un alma, vivienda o alguna que otra señal de vida. Era demasiado evidente que estaba abandonado, que su estado se reducía a sí mismo estando parado en este paraje perdido y solitario. Era algo que nunca pensó que pasaría cuando supo que sería capaz de volver. Algo que se le escapaba a su mente. Una posibilidad que consideraba remota.

Pero nada era realmente imposible. Estos últimos meses, años o lo que fuera se lo habían dicho. Armán nunca pensó que la vida de un ser humano común y corriente podría acabar en esto. Pero es que tampoco podría considerarse a sí mismo como alguien corriente.

Y sonrió al recordarlo. Ahora ya no tenía el mismo nombre. De hecho, ni siquiera podría considerarse un simple humano. Era mucho más que eso. Una deidad. Aquello que los humanos llaman un dios. Esa era su nueva identidad. Ahora superaba a cualquier humano. Era mucho más que ellos. Pero no tenía idea si quería serlo.

Tampoco sabía sí sería algo bueno. Extrañaba la certidumbre de ser Alex, un simple adolescente. Pero él ya no era eso. Era mucho más. Era Armán. Aquel que se había ido hacía mucho.

Pero que ahora finalmente había regresado.

¡Y cuánto necesitaba el mundo su retorno! Aquello que antes solía llamar hogar ahora ya casi no existía. Había poco de aquello que recordaba, aquello que disfrutó recorriendo cuando era niño y todavía tenía esperanzas. Quería desesperadamente volver a sentir esos vientos, esas aguas que corrían por los ríos, esos árboles que liberaban sus hojas en otoño. Alex, aquel niño que ahora era Armán, el dios, añoraba sentir eso. Pero no podía. Le era algo imposible. Y eso le enojaba.

Y ya tenía una idea de quien había causado este desastre. Varma seguía libre, había aprovechado su partida para liberar el horror y cumplir los designios del caos. Eso era algo que le dolía de manera muy especial, pues se trataba de su propia hermana. Pero no podía dejar que eso lo detuviera. Era importante que rompiera el ciclo. Tanto de su sangre, como de todo lo oscuro.

La muerte tenía que ser vengada. La muerte de todos los habitantes del mundo. Armán decidió hacer lo que debió haber hecho desde hacía mucho. Ahora por fin estaba dispuesto a ser implacable, a destruir si era necesario a aquellos que lo merecían. Pero en especial, estaba dispuesto a acabar con su propia familia. Eso era algo que antes jamás se plantearía.

Los pensamientos corrían raudos y se mezclaban con el viento. Armán decidió volar, recorrer el mundo y emprender una búsqueda. Sus ojos ahora estaban fijos a cualquier anomalía, dispuestos a liberar su furia donde fuera. Era su único propósito. Eso haría antes de volver. Antes de terminar con todo. Juraba por todo lo que amaba que no quedaría una partícula de tierra sin ser removida de sus cimientos.

Esa era la promesa de un dios. Y esas siempre eran cumplidas. Alex lo aseguraba. Porque ya no era un niño, un adolescente o un humano. Ahora era aquello que todos temían. La furia, el dolor y el lloro de los inicuos. Nadie sería capaz de detenerlo.

2

Pero Armán cayó. Alguien lo detuvo. Una sombra se interpuso en la trayectoria de su vuelo y lo derribó. El suelo se estremeció al recibir toda la potencia de su cuerpo cayendo.

Afortunadamente se levantó de inmediato. Una simple caída no era nada para alguien que era capaz de soportarlo todo. No obstante, no cualquiera sería capaz de botarlo. Solo alguien como él, alguien con ese poder que venía desde dentro, de su mismo origen. Pero muy pocos eran así. Muy pocos lo poseían. ¿Pero quién de todos ellos?

-Fuí yo- escuchó que le decían.

Era una voz femenina. Y solo existía en el mundo una mujer que podía estremecerlo. Varma.

-Nunca pensé que te volvería a ver- dijo.

-Yo nunca me alejaré de tí- respondió Varma-. Y más cuando amenazas a mi maestro…-

Armán se rió.

-Esa cosa ni siquiera tiene mente para ser tu maestro- le dijo.

-Búrlate lo que quieras. Pero sé que no dirás eso cuando te estés muriendo. Mi maestro es capaz de eliminar a la gente como tú. Ya lo comprobaste…-

-Él también lo hará pronto…-

-Veo que tienes mucha confianza…-

-¿Y por qué no? Yo soy la confianza misma-

Y a Varma pareció molestarle mucho esa afirmación. Su rostro mostraba una mueca que solo podía incrementar su disgusto. Armán también notó que vestía de blanco. Algo irónico cuando servía a la encarnación misma del olvido.

Armán pensó que tenía que hacer algo. No podía permitir que Varma se le escapara. Aprovechar este momento era algo demasiado importante. Pero Varma también parecía pensar lo mismo. Porque de otra manera nunca hubiera sabido la razón de por qué lo estaba atacando. Pero Armán no se sorprendió. Ya lo venía esperando.

Varma se arrojó contra él. Armán recibió su golpe deteniéndolo con una mano y luego golpeó a su hermana en la cabeza. El golpe, efectuado con la mano empuñada, hizo que Varma saliera disparada contra unas rocas cercanas. Sin embargo, sabía que eso no era capaz de destruirla.

Sabiendo esto, Armán se preparó para el siguiente embate. Y para ello convocó el bastón que se había convertido en su arma preferida en los últimos años. Lo empuñó con fuerza, dejando entrever esa postura que Mathieu le había enseñado con tanto esmero. Varma se levantó de entre los escombros y se quedó viendo fijamente a su hermano. Pero en ningún momento mostró nada parecido al miedo.

Y esa expresión inquietó mucho a Armán. Él esperaba que el simple recuerdo del poder de su hermano pudiera hacer que Varma se retractara de sus acciones. Pero la verdad nunca imaginó cuán grande era la influencia que el caos tenía sobre ella. Armán no quería matarla, pero no sabía que otras opciones le quedaban.

Varma pareció entender muy bien la situación. Porque su sonrisa era amplia.

-¿Me temes, hermanito?- le preguntó de manera irónica. Pero Armán no respondió.

Y eso pareció enojarla. Varma quería que su hermano le expresara lo mal que estaba. O al menos eso parecían decir las expresiones de su cara. Una cara llena de desprecio. El rostro de alguien que deseaba desesperadamente su venganza.

-¿Qué te hice?- le preguntó Armán.

-Tú ya lo sabes…-

Y sí, era cierto que lo sabía. Pero no quería reconocerlo. No obstante, Varma no le daría tiempo para pensarlo.

Ella se le vió a lanzar encima. Esta vez invocó una lanza, un arma que brotó de sus manos y que estaba formada de puras sombras. Varma la blandió contra Armán, forzando a que su hermano se defiendiera hábilmente con el bastón. El rostro de Varma parecía reconocer que su hermano tenía talento, pero estaba claro que ella tenía mucha más confianza. Y se notaba dispuesta a demostrarlo.

3

Cómo deseaba volver a ser niña. Pero quizás si lo fuera ahora mismo estaría muerta. Por lo mismo, dejó de pensar en eso.

Melina decidió volver a la realidad, a esos veinte años de sufrimiento, viviendo encerrada dentro de la colonia élfica y pensando en la terrible guerra que sucedía fuera de sus fronteras. Mientras crecía, dejaba de ser niña y se volvía una mujer, el pensamiento de que el mundo se estremecía cómo antaño, de que el caos volvía a ser liberado y que la humanidad era diezmada casi en su totalidad, no la dejaba vivir tranquila. Y quizás por esa razón era que ansiaba salir pronto. Aunque a Sara no le encantara la idea.

Estaba claro que sus miedos tenían sentido. Melina podía comprenderlo. No obstante, no era suficiente motivo para hacerla cambiar de idea e impedírselo.

-No puedes hacer esto- eso le dijo Sara cuando le reveló su decisión de alistarse a una de las muchas cuadrillas de elfos que salían a patrullar el mundo-. Te puedes morir…-

-Yo lo sé. Y no tengo miedo- le respondió Melina- Además, tú me enseñaste a pelear. Estoy preparada-

-Quizás- Sara sonrió de manera pícara-. Pero no tanto cómo crees…-

-¿Por qué dices eso?-

-Dime, ¿en cuantas batallas has estado?-

-En varias-

-¿En serio? Has memoria…-

Y Melina se quedó pensando. Pero no pudo decir nada.

-Ha pasado mucho tiempo…- respondió.

-Yo te lo voy a decir. Solo fue una. Y no peleaste tan bien en esa única ocasión-

-Eso no es cierto…-

-¿En serio me vas a decir eso?-

-Pero…-

-Pero nada-

Hubo un largo silencio.

-Quizás tengas razón- Melina trató de ser más lista al reiniciar la conversación-. Aunque no soy una niña para hacerte caso. Puedo irme si quiero…-

-Nunca lo harías-

-¿En serio me vas a decir eso?-

-Pero…-

Melina sonrió.

-Pero nada- le dijo.

Sara la vio partir. Aquel fue el día en que Melina decidió irse. Y aunque tenía razón al declararse a sí misma como una adulta, ella era incapaz de entenderlo.

Y nadie podía culparla por pensar de esa manera. Ella la había visto crecer, la había acompañado en sus días de adolescencia y en su temprana adultez. Sabía perfectamente quién era, cómo pensaba y sus capacidades. En cierto modo, era la persona que más confiaba en Melina, aunque también la que más dudaba.

Pero aún así no podía evitar desearle todo lo mejor. Estaba segura que aún después de tanto conocerla, de verla todos los días y de ser en cierto modo su madre, siempre existía algo dentro de Melina que ignoraba.

Y sonrió al darse cuenta en lo que había pensado. Sara estaba parada, viendo el espacio que dejaba la puerta abierta por donde salió Melina. Se quedó viendo esa abertura con cierto orgullo. Con miedo quizás, pero ciertamente orgullosa. Eso le recordó a un día lejano de su infancia. Fue cuando le dijo a su madre que nunca tendría hijos. Y era cierto que quizás nunca los tuvo de manera tradicional, pero sí los tuvo en serio. No le cabía duda de que Melina había sido esa hija que nunca había deseado.

Pero sí le deseó a ella todo lo mejor. Y especialmente que la vida le alcanzara para todo. Sara casi lloraba con todo lo que traía su mente y corazón por dentro.

-Melina, hija…- dijo-. ¡Te ordeno que sobrevivas!-

4

Mathieu contempló la espada. Estaba clavada dentro de un pedestal, mirándolo orgullosa y diciéndole sin miramientos: "¡No eres digno de blandirme!" Su voz sonaba violenta dentro de su mente. Y aunque era algo inexistente, para él era mucho más real y certero que la misma muerte.

Veinte años de paz. Eso fue lo que cualquiera diría al saber de su destino luego de haber escapado de la ciudad. No obstante, para él esos veinte años eran más bien desperdiciados, pues nunca había sido bueno esperando. Y ya no quería seguir haciéndolo. Pero tampoco sabía qué más hacer.

Aunque también diría que no fue para tanto. Esos veinte años en realidad se habían sentido cómo diez. Los elfos le dijeron cuando ingresó en su colonia oculta en unos bosques lejanos y apartados del continente que el tiempo dentro los humanos lo sentían como si hubiera transcurrido la mitad. Y era por eso que se sentía más viejo de lo que en realidad era. Esos veinte años para él habían sido pocos, aunque ciertamente no lo eran para la gente de fuera. Y ese mero pensamiento le quitaba el sueño.

Era un suplicio. Pero la espada tampoco le ayudaba mucho. No entendía por qué era él quien debía blandirla. La anciana que lideraba a los elfos le había hablado de que gracias a su relación con Alex él en cierto modo representaba al hermano perdido de Armán y que por lo mismo esta espada le pertenecía. Cosas extrañas que no entendía. Ah, pero también le dijo que Alex y Armán eran la misma persona. Y eso era algo que sí entendía, pero que también lo perturbaba.

Aunque tampoco podía evitar alegrarse por la noticia. Ahora sabía que Alex había vuelto a la vida. Eso era algo que podría parecer demasiado extraño para alguien común, pero para él era como volver a recuperar las pocas esperanzas que le quedaban. Además, ahora todo tenía sentido. Las visiones. La rareza que Alex siempre llevaba consigo. Todo era parte de una verdad absoluta. Y de la guerra que se avecinaba. Una guerra que le quitaba el sueño. Y que le demandaba que blandiera la espada.

¿Pero lograría sacarla? Esa duda no lo dejaba dormir. Sabía que tenía que hacer algo, pero llegar a descubrirlo sería otra historia. Quizás lo ayudaría el encontrar algo que tenía oculto en el pasado. Mathieu se obligó a recordarlo…

Veinte años atrás, Mathieu, Sara y Melina escapaban junto con Rada de la ciudad neutral de Llanos. Su propósito fue refugiarse de una guerra que no había ocurrido pero que era inminente. Dicho conflicto explotó mientras iban de camino. El trayecto que siguió a estos eventos fue cruento, lleno de desvíos, sufrimientos y una pequeña escaramuza que sirvió de bautizo bélico para la joven Melina. No obstante, no se sintió tan largo. Y luego de un mes de camino llegaron a su destino.

Mathieu recordó que Rada los condujo al interior de una cueva que estaba en la parte más alejada del continente, una zona llena de nieve e impregnada de un frío que superaba a cualquier otro que hubiera experimentado. Se sentía como algo que entraba no solo en los huesos sino que también perforaba el alma, creando una desolación que sólo podía provenir de la magia. Al ser cuestionada acerca de este fenómeno, Rada respondió que estos conjuros se hacían para disuadir a los intrusos. A Mathieu eso le pareció algo muy apropiado y que seguro hubiese aplicado si fuese elfo. Pero cómo no lo era, solo trató de asimilar el sufrimiento.

Por fortuna, este terminó luego de unos momentos. Al parecer, la magia respondía a la gente confiable, o lo que era lo mismo, al contacto con los propios elfos. Rápidamente aquel frío insoportable se tornó en un ambiente mucho más templado que coincidió con la entrada a un lugar que Rada denominó "Reino secreto". Y fueron estas últimas palabras las que obligaron a Mathieu a levantar la cabeza y maravillarse con el espectáculo que apareció ante sus ojos.

Lo que antes era una cueva fría y oscura ahora se presentaba cómo un bosque iluminado por un cielo lleno de estrellas. Un cielo que claramente debía ser una especie de ilusión óptica. ¿Pero en realidad lo era? ¿O acaso sería un mundo paralelo formado por la misma magia? No tenía idea.

Poco a poco Mathieu fue olvidando la razón por la que recordaba. Luego se enfadó al darse cuenta del tiempo que había perdido en añoranzas. No obstante, fue incapaz de sentir vergüenza. El pasado siempre lo sintió como algo bueno. Y en estos momentos esa era su única certeza.

5

Alex sentía frío, un frío intenso que provenía de algún lugar que era incapaz de reconocer, pero que estaba muy cerca. Demasiado cerca cómo para que tuviera sentido.

Se despertó acostado sobre una cama bastante más cómoda de lo que podría haber esperado en semejante situación. ¿Pero qué estaba pasando? La memoria de Alex le empezó a gritar al oído. Los recuerdos le cayeron con una velocidad que le pareció tan dolorosa de soportar que era incapaz de estar estático. Eso lo obligó a levantarse de una manera tan brusca que casi se desploma por un mareo.

Pero logró mantenerse en pie. Y sus ojos también pudieron concentrarse en observar la habitación donde estaba. Era un lugar bastante pequeño y muy arreglado cómo para existir en un mundo tan destruído cómo el suyo. ¿O sería este ya otro mundo? Alex ya no tenía idea. Tantos cambios en tan poco tiempo lo volvían loco. No obstante, trató de no desesperarse. Y en cambio se encaminó hacia la puerta con el propósito de abandonar la habitación.

Pero no pudo hacerlo. Alguien ya estaba entrando cuando empezaba a acercarse a la salida. Era una mujer joven, una muchacha que por su apariencia rondaba los veinte y tantos. Antes de verlo, en su rostro notaba una triste y desolada mirada; pero, eso sí, no más se encaró con Alex fingió una sonrisa bastante convincente. El cambio era demasiado evidente.

-Ya estás despierto- le dijo ella secamente.

-¿Quién eres? ¿Qué hago aquí?- Alex no desperdició el tiempo en preámbulos- No entiendo qué está pasando…-

-Yo tampoco. Nunca había visto a alguién cómo tú. Y eso que últimamente he visto cosas muy locas…-

-¿Cómo llegué aquí?-

-¿No te acuerdas? Yo me acordaría…-

-¡Deja de jugar conmigo!-

-No lo hago…-

-¿Entonces qué haces?-

Ella se rió antes de responder.

-Jugar contigo- sentenció.

Alex estaba furioso.

-¿Qué demonios…?- gritó- ¡Basta de estupideces!-

-¿Alguna vez viste caer algo del cielo?-

-¿Por qué de pronto me preguntas eso?-

-Porque eso fue lo que te pasó. O al menos lo que yo vi…-

Y dicho esto, la mujer abandonó la habitación. Pero Alex no se quedó solo. De inmediato se fue tras ella. Y ya estando fuera se encontró con gran parte de la verdad de las cosas.

Luego de dejar la ciudad y haber vuelto a casa, Rada se temió el encuentro con su abuela. Pero no podía negar que también lo estaba esperando.

Sin embargo, no pasó nada de lo pensaba. No hubo palabras ominosas, nuevas profecías, ni nada más. Su abuela simplemente la abrazó y le dijo que ya todo estaba casi hecho. Eso le despertó una horrenda intuición, algo que solo era común en los humanos, pues normalmente anticipa cosas malas para ellos. No obstante, eso también la hizo reír, pues no era algo que afectara a los elfos. La larga vida los hacía algo ingenuos.

Y ahora se arrepentía por eso. Habría querido darse cuenta en ese momento. Ahora, veinte años después de ese último encuentro, todo le parecía en vano. Pero su abuela había muerto feliz, y aunque no lo entendía, eso la reconfortaba en cierto modo. Sin embargo, no tendría que haber pasado…

Rada solía ignorar que los elfos pudieran morir de viejos. Su abuela se lo confirmó una vez, hacía siglos, pero ella lo ocultó en lo profundo de su arcana memoria, pues no importaba. Rada siempre había visto la muerte como una mala suerte, un accidente, o un evento que solo pasaba cuando algo decidía que ese día te tocaba. Pero todo era una mentira que ella misma había inventado. La verdad era lacónica, demasiado contundente para soportarla. Era algo que siempre estaba allí, presente, aunque deseara lo contrario.

Y también reflejaba la verdad de un mundo que estaba en sus últimos suspiros. Así como todos los elfos miraban a su abuela, la elfa más antigua de la historia, de la misma manera los humanos miraban al mundo como algo que nunca moriría. Pero todo era mentira.

Alex esperaba encontrar a una familia, personas que lo recibirían de cualquier manera. ¡Ah, pero qué crédulo había sido! Los lobos no se parecían a las personas.

6

Melina no se acostumbraba a este grupo. Desde que había salido de excursión con la cuadrilla de elfos, no se sentía tan cómoda cómo cuando estaba en compañía de Sara o Mateo, lo cual era raro. Y le parecía hasta paradójico, pues esto era exactamente lo que había deseado.

Pero no siempre terminas disfrutando lo que deseas. Eso no parecía tener sentido, pero de una manera u otra terminaba siendo la pura verdad. Y es que siempre aquello que consideramos lo más deseado es precisamente lo que no se tiene. Melina antes no pensaba en eso. Pero ahora no podía pensar en otra cosa.

Y fue esa introspección lo que llamó la atención de su comandante.

-¿Estás bien, Melina?- le preguntó el elfo cuando la encontró sentada bajo un árbol. Era de noche y la cuadrilla estaba descansando en un campamento. Llevaban varios días sin ver algo y poco a poco se fueron relajando. Aunque eso tampoco quitaba la sensación de miedo e incertidumbre que impregnaba todo- No te veo tan bien. ¿Por qué no hablas un poco con tus amigos?-

-Ellos no son mis amigos, comandante Trip. Nunca he tenido amigos como esos…-

-¿Amigos elfos?-

-No, gente que no sea mi familia adoptiva-

-¿Los extrañas?-

-¡Por supuesto que sí, señor! Aunque no creo que deba decir eso…-

-No te preocupes. Tampoco me has ofendido-

-¿Y eso no afecta la moral del grupo?-

-Puede ser…-respondió el comandante Trip, y sonrió luego de decir eso-. Pero no creo que tanto. Aunque mi misión es darme cuenta de esos detalles-

-¿Siempre habla de cosas personales con sus soldados?-

-Las familias lo hacen…-

-Pero esta no es mi familia-

-Tiene que serlo…-

-¿Por qué dice eso?-

-Porque es lo único que nos mantiene vivos…-

Y lo que Melina más quería era sobrevivir, volver con su verdadera familia. Pero nunca había pensado que para lograrlo tendría que adaptarse a otra. Esas palabras le calaron fuerte, quizás hasta la confundieron. Pero nunca le bajaron la motivación.

A la mañana siguiente, Melina trató de integrarse más con su pelotón. Y poco a poco su suerte fue cambiando…

Varma volaba por los aires. Había perdido el rastro de su hermano. Luego de que lo derribó y estrelló su cuerpo contra el suelo, Armán aparentemente logró escabullirse. Y no podía negar que era algo que esperaba. No creía que su hermano podría morir tan fácil. Y la técnica que usó contra él tampoco era la gran cosa. Sin embargo, había algo que sí la importunaba.

Era la sensación de que su hermano estaba débil, que había algo que le había impedido pelear y lo estaba obligando a esconderse. Aunque no estaba segura de que estuviera perdiendo fuerza. No obstante, Varma tampoco sentía que debía enfrentarlo. El caos tampoco le decía nada. Esa confusión podría significar algo. ¿Pero qué era? ¿Acaso su transformación no estaba completa? Se le acumulaban las preguntas que más temía.

Eso la hizo regresar. Varma volaba hacia su nueva casa: la torre que Lucano estaba construyendo en Kipo. Según los planes del caos, esa torre serviría para completar el plan final que su hermano Pulsar no quiso seguir por mantener su estupido control sobre el mundo. Y aunque Varma no consideraba a Lucano alguien de fiar, el caos creía que podría tener éxito. ¿Y quién era ella para cuestionar a su maestro? ¿Acaso no había demostrado durante todo este tiempo una gran obediencia?

Ese último pensamiento la hizo sonreír. Ella sabía bien que nunca había sido un ejemplo de seguir órdenes. Hacía siglos que había traicionado a la ley por motivos egoístas, y aunque ya había pasado demasiado tiempo de aquello, nada podría asegurarle de que no volvería a pasar. Eso era algo que estaba allí. Y que tenía que contener.

¿Pero lo haría? Varma no quiso contestar esa pregunta. La torre ya estaba apareciendo frente a sus ojos, alta e incompleta, pero orgullosa. Verla la motivó a seguir adelante, a continuar; y a dejar toda pregunta y sufrimiento incómodo a medias….

7

Kipo ya no era un simple pueblito.

El padre Eleazar se sorprendió mucho al finalmente darse cuenta. Durante los últimos diez años que transcurrió la transformación, era incapaz de creerlo. Después de vivir en este lugar desde niño, el tener que ver cómo cambiaba no era fácil. Y menos aún cuando sabía cómo había cambiado.

Lucano finalmente regresó. El padre Eleazar no podía creer lo que había pasado. Siempre pensó que su buen mentor se había quedado a vivir en la ciudad santa y que luego murió cuando esta se destruyó. Aunque no recibió ninguna noticia que confirmara su destino, su ausencia a través de los años pareció darle la razón a ese pensamiento. Eso también fue confirmado por sus compañeros monjes, quienes determinaron darle el puesto de prior que había quedado vacante. No obstante, y viendo que el centro de la religión había caído, el padre Eleazar determinó que sólo mantendría el título de sacerdote, pues no le parecía correcto poseer un título que ya no tenía tanto valor. Esa decisión causó cierta oposición en algunos monjes, aunque recibió el apoyo de otros. Eso sí, el respaldo de la gente común fue lo más importante. Aquel apoyo lo acompañó en los primeros diez años de su mandato, siendo estos los más felices de su vida. Le habría encantado que fueran eternos. Pero Armán le tenía destinada otra prueba.

Si años atrás le hubieran dicho que Lucano volvería, quizás se habría emocionado, llorado de felicidad incluso. Sin embargo, luego de diez años de haber ocupado el cargo de su mentor, y haberlo hecho de buena manera (o aún mejor según la opinión de algunos), la simple idea de que dicho cargo no sería más suyo le afectó de una manera que nunca imaginó. Pero más aún que perder el poder que tanto le había costado poseer, al padre Eleazar le molestaba que se acabaran los cambios que había impuesto. Y eso fue exactamente lo que pasó.

La destrucción de la ciudad santa mató al poder de la iglesia. Los pocos priores, obispos y cardenales que quedaban trataron de mantener el poco impacto que tenían sobre las ciudades. Eso llevó a muchos enfrentamientos que recrudecieron cuando la guerra con los elfos comenzó.

Y pensaban que ellos la ganarían. Que todo sería cómo cuando tenían el control. Pero eso nunca pasó.

El mundo perdió el rumbo. La religión ya no era tan aceptada cómo antes, pues la gente prefería olvidarlo todo y morir. No obstante, el padre Eleazar no se rindió y trató de salvar lo que estaba perdido. Pero para ello tuvo que romper con todo lo que sabía, dejar de pensar que tenía el poder y trabajar para ganarse el corazón de las personas. Tuvo que usar la empatía, el amor y el trabajo duro. Fue difícil, pero pudo hacerlo. Sus frutos duraron un buen tiempo, ¿pero por qué no pudieron ser eternos? ¿Por qué las penurias tuvieron que volver? ¿Por qué Lucano estaba de nuevo molestando?

Esto tenía que ser una prueba. No existía otra explicación para ello.

El caos le permitió elegir el lugar donde construiría la torre. Y Lucano sabía que no podía existir un mejor lugar que Kipo. Aunque tenía que admitir que su decisión era bastante contradictoria.

Nunca pensó que volvería. Eso era algo que tenía claro. Eso sí, en esas decisiones nunca tomó en cuenta los pensamientos que emanaban de su subconsciente. Además, el caos lo estaba permitiendo todo, y era cómo si supiera que necesitaba verlo de nuevo. ¿Y acaso no era así? Claro que sí. Y sobre todo ahora que sabía que estaba vivo.

Lucano anticipaba un enfrentamiento. Y aunque esperaba que no fuera violento, no era capaz de asegurarlo. Pero tampoco haría ningún esfuerzo por evitarlo.

Si le tocaba luchar, lo haría, y estaba seguro que Alex también. Cada quién defendería lo que le había tocado. Sería la batalla por el destino, la libertad y la familia.

El final y el principio. Todo al mismo tiempo.

8

Sin quererlo, Alex volvió a Kipo. La habitación donde había despertado, la mujer quién lo había recibido de manera extraña, su esposo que luego trató de hacerla en razón, todo eso estaba dentro de Kipo.

Y no entendía la razón de todo esto. Alex sabía que el caos estaba metiéndose en su destino. Además, la ley tendría que estar haciendo alguna oposición. Quizás solo eso podría explicar la razón por la que estaba en Kipo.

Alex se sintió aterrado. Nunca en su vida pensó en regresar. Y aunque ahora era alguien diferente que cuando se fue, no podía evitar sentirse como aquel niño que tenía miedo. Y más cuando la gente que lo había recibido le contó todo lo que pasó en los últimos años.

Pero apenas lo entendió, todo le pareció tan extraño. Pero ahora ya no podía dudar de nada.

Algo estaba empezando. La tormenta se asomaba por el horizonte.

-Ya está aquí…-

-¿Cómo lo sabes?-

-Lo vieron caer del cielo-

-¿Y no te preocupa?-

-¿Me ves preocupado?-

Varma lo veía demasiado bien. Lucano estaba sentado en un enorme trono que construyó en lo alto de la torre que había erigido para liberar al caos. Dicha torre se posaba sobre lo que había quedado del priorato de Kipo. Y era algo irónico, extraño incluso saber eso. Aunque ahora servía al caos, Lucano se sentía cómo aquel prior de antaño.

Varma no pudo evitar sonreír internamente. El poder siempre llama a quienes alguna vez lo detentaron.

-Estás muy sereno- le dijo.

-Tengo que estarlo- respondió Lucano-. Por cierto, ahora te toca tu parte. ¿Ya sabes donde encontrarla?-

-En efecto…-

-Bien. No decepciones a nuestro maestro-

Pero Varma pensó que Lucano en realidad se refería a no decepcionarlo a él.

-Tú no eres mi jefe- le dijo ella.

-Es cierto- Lucano sonrió-. Por poco lo olvidaba…-

Y con esa expresión en su rostro, Varma se elevó por los aires y dejó solo a Lucano. Estaba volando con una sonrisa en los labios. Cómo detestaba a ese bastardo.

Aunque estaba de nuevo en el lugar que ahora llamaba casa, Melina no podía dejar de pensar en la torre y en lo que significaba.

Regresaron luego de un viaje de exploración bastante más tranquilo de lo que sería considerado normal, quizás demasiado para lo que esperaban. No obstante, la imagen de esa torre esparciendo oscuridad a lo lejos los dejó perplejos y con ganas de investigar. Y sólo no lo hicieron porque sabían que no volverían de semejante empresa, así que decidieron dar marcha atrás e informar de lo que pasaba.

La respuesta que el comandante Trip recibió de Rada, la nueva vidente, fue más ominosa de lo que hubiesen esperado, aunque tampoco pudieron evitar pensar que no había nada que fuera más lógico. Esas palabras retumbaron en la cabeza de Melina y significaron lo que siempre había temido estos últimos años. Pero eran la única verdad, lo único que podría ser cierto entre tanta muerte y sufrimiento:

-¡Preparense!- les advirtió- ¡Lo que tememos finalmente caerá sobre nosotros!-

9

Alex recuperó sus poderes en poco tiempo. La energía empezó a brotar de nuevo en su cuerpo luego de la inconsciencia. Eso le dio la motivación de seguir, de tomar el camino hacia donde el destino lo llamaba.

Recorrió las calles de Kipo cómo aquellas personas que se reencuentran con un viejo amigo. Alex recordó cuando era niño y caminaba por Kipo en busca de aventura, de un momento de alegría que raras veces encontraba dentro del priorato. Aquellos instantes siempre eran furtivos, fuera de la autoridad de Lucano. Sin embargo, también eran los mejores y los recordaba con mucha ilusión. Y más cuando recordó que todo lo que ahora experimentaba se había dado luego de uno de esos eventos tan especiales.

Sentía como si hubieran pasado siglos de aquel día. Lucano estaba enojado cómo siempre, riñendole y castigando a otras personas por pequeñas faltas. A pesar de que Alex siempre lo consideró cómo alguien bueno por dentro y que hacía las cosas por convicción, el tiempo y las experiencias le habían enseñado que estaba equivocado. Y ahora esa idea se asentaba aún más en sus pensamientos.

Y no podía evitar sentir que estaba asustado. El poder no era suficiente para mantener la calma y tener confianza en lo que pasaría. Alex se acercaba poco a poco a la torre, caminando pausadamente pero con la certeza de que pronto llegaría. Aunque no lo deseaba, esa era su más grande y poderosa certeza. Algo que cuando estuvo ante sus ojos no pudo hacer más que sorprenderlo.

-Finalmente estoy aquí- se dijo.

Y la torre se levantó ante sus ojos, grande y orgullosa. Era más alta de lo que su vista le permitía. Se veía antigua, aunque en realidad no tenía poco más de dos años, lo cual era raro. Pero se notaba que la seña de la magia del caos le estaba dando un aire que era todo menos algo brotado del mundo mismo.

Alex se sintió abrumado por su poder. No obstante, liberó su propia fuerza y buscó contrarrestarlo. Luego se elevó cómo el dios que era y se lanzó a volar hacia lo que intentaba ser la cima del mundo.

Lucano estaba observando la gigantesca esfera que se formaba en el centro del piso más alto de la torre. La esfera estaba formada de energía oscura, de puro caos provocado por los veinte años de guerra pronunciada, así cómo del dolor que se extendió durante los siglos que Pulsar mantuvo su yugo sobre el continente. Un caos en su máxima esencia, puro y sin ninguna mezcla que lo cambiara. Era todo lo que necesitaba.

Pero no estaba completo. Sabía que mientras Alex se le opusiera eso nunca duraría. Por eso Lucano esperaba con ansias su aparición. Y no solo era para terminar con todo este plan que se había extendido durante tiempos inmemoriales. También había otras cosas que necesitaban tratarse, cosas que se originaron apenas pocos años atrás y que ahora podrían finalmente resolverse.

Y aunque Lucano sabía que todo eso podría ser en vano, todavía existía una esperanza que consideraba digna de tomarse en cuenta. E intentaría llevarla a cabo a pesar de todo y contra cualquier existencia que quisiera impedirlo, quizás incluso arriesgando su destino. Un destino que era cierto que ya no tenía, pero que creía lo suficientemente importante cómo para jugárselo. Estaba seguro de que estaba viviendo una gran contradicción, una paradoja que nadie en su sano juicio defendería, pero que era suya. Nadie más que él tenía derecho a tomarla en cuenta.

Lucano aspiró el aire que provenía de lo alto. Ya presentía que su amado hijo se estaba acercando. Y él lo recibiría con nada menos que los brazos abiertos, con deseos de retomar la vieja vida. Una vida que ya estaba más que perdida, olvidada sin misericordia en lo profundo del cosmos.

10

Un ejército se formaba frente a la base de una montaña. Un ejército preparado para enfrentarse a una sola mujer.

Melina no podía verla totalmente desde donde estaba. Solo era capaz de distinguir una silueta. Dicha figura venía acompañada de un enorme cabello que bailaba al compás del viento. Ella vestía de blanco, aunque su corazón era negro.

Y esa maldad interna era lo que el ejército de elfos que integraba temía. Melina estaba formada detrás del comandante Trip, quién mantenía la mano en alto cómo informando a su escuadrón de que lo mejor en estos momentos era quedarse quietos. Estas órdenes venían desde el frente, dónde Rada estaba paralizada esperando cualquier movimiento, aunque éste estaba tardando.

Pero pensándolo bien habría deseado que no pasara nada. Porque cuando llegó fue todo lo que no hubiesen querido.

Mathieu trató de sacar la espada una vez más. Y una vez más, su intento fue en vano.

Creía que ya había superado todas las pruebas internas que necesitaba. Sin embargo, había algo que le faltaba, pero que por algún motivo era incapaz de obtener. Una y otra vez trató de repasar en sus memorias y buscar qué era exactamente aquello que le ayudaría. O eso era lo que creía.

Nadie le dijo que no podría lograrlo a tiempo. Mathieu nunca supo que sus pensamientos se verían interrumpidos por el evento más esperado de todos.

Melina vio que la mujer desaparecía ante sus ojos. Y en su lugar brotaba un ejército de sombras.

Y se lanzaron contra ellos. Los recibieron con los escudos en alto, las espadas al aire y los corazones encendidos. Melina nunca había sentido tanto miedo.

Pero también sintió cierta confianza. Había entrenado mucho para esto. Desde aquellos momentos con Sara hasta cuando decidió tomar su propio cambio. La violencia encarnizada no sería una sorpresa cuando se había preparado tanto para recibirla. Pero no tenía idea si podría soportarla.

Era demasiado fuerte. Aunque ella le respondió con toda la fuerza que llevaba.

Mathieu sabía que ella aparecería. Por eso no se inmutó cuando finalmente la tuvo cerca.

Sin embargo, le sorprendió lo hermosa que era. En su cabeza siempre se había proyectado a los seres corrompidos por el caos cómo horrendos, monstruos que estaban fuera de todo lo que pudiera considerarse agradable o bello. Grande fue su realización cuando pudo constatar que el mal era capaz de fingir, de ser hermoso cuando por dentro no había nada bueno. Esto le causó mucha aprehensión, un nerviosismo que antes no había tenido y que lo forzó a prepararse. Mathieu sostuvo la espada que estaba dentro de la roca con mucha fuerza, al tiempo que su otra mano se movía para sacar la que llevaba atada a la espada. El ambiente se estaba anticipando a la violencia.

-Veo que quieres matarme- dijo Varma, y su boca sonreía mientras lo hacía-. Yo también quiero hacerlo. No perdamos más tiempo…-

Pero no fue ella quien inició las hostilidades. Alguién más dio inicio al festival de la sangre.

Varma gritó poseída por el dolor. Alguien la había atacado por la espada. Era Sara.

11

-Nunca pensé que volvería a verte…-

-Y yo nunca quise hacerlo…-

Lucano no pudo evitar sonreír. Aunque sus ojos se veían bastante molestos por la respuesta de Alex.

Pero era la verdad. Alex no quería verlo. Cuando llegó al final de la torre, espero que todo fuera un malentendido, una mala mentira que solo ocultaba otra cosa. Pero la verdad muchas veces es aquello que menos se quiere. Y esta verdad dolía mucho.

-¿Me odias?- le preguntó Lucano. Y luego de emitir la pregunta se quedó expectante. Alex negó con la cabeza.

-Soy incapaz de odiarte- le dijo-. Pero te tengo mucha lástima…-

Lucano quiso reírse al escuchar esas palabras. Pero no pudo hacerlo. Fue incapaz de reaccionar de inmediato.

-No deberías- sentenció-. Eso te puede costar-

Y señaló a la esfera de caos que adornaba la habitación. Eso sí lo hizo sonreír.

-Se acerca el final de todo…-

-Cometiste un gran error- dijo Alex-. Esto no te beneficiará. Luego de usarte te desechará. Para el caos solo eres más que un perro. No vales nada. No eres nadie para él-

-No me importa-

-¿En serio piensas eso?-

-Por supuesto- insistió Lucano-. Siempre fui un peón. Antes te servía a ti, Armán. Pero luego me di cuenta que todo eso fue en vano. Me quitaste lo poco que tenía. Tu mugroso plan para volver me quitó a mi hijo. Y además destruiste a tu representante en la tierra…-

-Ustedes los sacerdotes nunca me representaron. Nadie puede hablar por mí. Especialmente los que dicen mentiras, inventan símbolos falsos y matan gente en mi nombre…-

-Nosotros defendimos tu nombre. Formamos un mundo ideal para ti. Un mundo que quieres destruir…-

-Y tengo derecho. Voy a remover toda la desgracia que causaron. Esto solo será una mala pesadilla de la que todos despertaremos-

-¡Eres un traidor!- gritó Lucano- ¡Te traicionaste a ti mismo! ¡Me traicionaste a mi, tu padre!-

-¡Tu no eres mi padre!- exclamó Alex- ¡Nunca lo fuiste! ¡Solo te dedicaste a arruinarme la vida! Bendito sea el día en que finalmente pude alejarme de tí…-

-No te mereces la vida que te dí…-

-Ven por ella-

-Con mucho gusto-

Y Alex entendió que ese era el inicio del fin. Invocó a su bastón y se preparó para lo que vendría.

Lucano no perdió tiempo. Pero no se lanzó contra Alex de inmediato. La furia que tenía en su interior se transformó en una violencia mucho más metódica. Invocó una esfera de energía caótica e hizo el amago de intentar golpear a su hijo adoptivo. No obstante, cambió de movimiento en el último momento.

Por desgracia, Alex cayó en la trampa. Cuando intentó golpear a Lucano con su bastón, este se movió con una agilidad sorprendente y le lanzó la esfera del caos. Alex sintió como la energía penetraba en su pecho y le causaba un dolor indescriptible al mismo tiempo que la fuerza del lanzamiento lo mandaba volando por el aire. Esto lo obligó a tratar de soportar el dolor y buscar evitar un terrible choque, lo cual afortunadamente pudo hacer.

Alex terminó arrodillado en el suelo, aliviado de haber evitado algo peor pero realmente sorprendido por el poder de Lucano. Este último se regodeó en su sorpresa y no decidió proseguir con el ataque de inmediato. Y en cambio solo lo miró con un orgullo que daba mucho miedo.

-Ya probaste un poco de mi poder- le dijo con voz triunfante-. Ahora me toca ver el tuyo. Por favor, no me decepciones…-

12

Melina sufría. A duras penas estaba resistiendo. La sombra con la que peleaba era mucho más alta que ella.

Por su silueta, parecía un hombre grande, de esos que trabajaban construyendo. Sus anchos brazos sostenían lo que parecía ser una larga herramienta de trabajo. Eso sí, cuando la blandía parecía más peligrosa que cualquier espada. Tanto que Melina no era capaz de desviarla. Y hacía un gran esfuerzo por esquivarla.

Pero no duraría mucho tiempo. Estaba consciente de que su poco peso y fuerza terminarían haciendola flaquear. Esto la obligó a dejar de pensar en su talento con la espada y a centrarse más en su inteligencia. Melina observó la batalla a su alrededor y trató de pensar en algo. Y entonces vio una oportunidad.

Cerca, un elfo luchaba contra dos sombras igual de altas que su oponente. Melina notó que el joven guerrero era mucho más ágil que sus rivales pero igualmente vulnerable en cuanto a fuerza se refería. El muchacho hacía su lucha, dando batalla a pesar de que estaba seguro que no sería para siempre. Esta horrenda realidad paradójicamente le dio ánimos a Melina para intentar salvarse ella misma y quizás hacer algo mucho más que eso. Pero tampoco le parecía tan sencillo.

Sin embargo, no existía otra opción. Y cualquier otra cosa significaba la muerte. Melina se olvidó de las posibilidades y las dejó aparcadas en su mente. El impulso que vino después salió del puro instinto, de ese reflejo que pocos usamos.

Varma estaba sorprendida. Pero el daño que recibió no fue suficiente cómo para que le doliera.

Se dispuso a golpear a la mujer que había osado a atacarla. Y solo necesitaba de una cachetada.

Pero el golpe que lanzó fue detenido a duras penas. La mujer pudo defenderse del ataque, aunque cayó por la fuerza que este claramente llevaba.

Y fue una lástima. A Varma esta mujer le pareció muy valiente y de acciones loables, aunque su intento fuera inútil. Y no podía dejar de sentirse mal por lo estaba a punto de hacer. La pobre señora estaba completamente indefensa. Varma se aproximó para matarla.

-Te admiro por lo que hiciste. Pero lamentarás haberme interrumpido…- le dijo-. Siento mucho todo esto-

Sara escuchó las palabras de la mujer. Parecía contrita, dudosa incluso, aunque no tenía intención de parar. A ella le pareció una decisión muy firme, respetable incluso. Aunque no podía negar que la perturbaba.

Una parte de Sara se estaba muriendo de miedo al notar la cercanía de la muerte. Pero no era capaz de arrepentirse. Salvar a su hermano había valido la pena.

Y esperaba que todo fuera perfecto. Mathieu tenía que vivir. Ese fue su mayor deseo, su mejor ilusión.

Varma se preguntó en qué pensaba la mujer mientras se disponía a matarla. Pero no tuvo mucho tiempo.

Sintió otro golpe en la espalda. Pero este sí dolía…

Sara vio que Mathieu blandió una espada y la estrelló contra la espalda de la mujer. Pero esa no era su espada. No podía ser esa espada. Aquella era vieja y estaba algo oxidada. Esta resplandecía, brillaba por un extraño poder que era incapaz de explicar. Sí, definitivamente no era la misma espada.

Mathieu no entendía lo que había pasado. Pero no podía ser una mentira.

De alguna forma había podido sacar la espada de la roca y ahora la blandía cómo que si fuera suya. Era un acto imposible, misterioso y digno de explicación, algo que no podía entender. Pero ahora era incapaz de pensar en eso. Es más, era algo que ni siquiera debería ser pensado.

Mathieu se encontró cara a cara con su destino. Ahora empezaba la batalla que decidiría su futuro.

13

Alex nunca creyó que este momento sería tan difícil. Pensaba que su entrenamiento además de sus poderes divinos le daría una victoria sencilla o al menos poco molesta en esta pelea. No obstante, Lucano le sorprendía. Y sus poderes lo estaban dejando en completa confusión.

Pero sólo podía ser eso. El caos controlaba a Lucano aunque no se diera cuenta. Había sido tentado y se había dejado llevar por el deseo de ser su padre. Alex no era capaz de entender esa obsesión, aunque claramente se debía a esa necesidad de poder que muchos dentro de la iglesia anhelaban. Y no podía ser más que una locura sin sentido, algo que solo podía venir de la corrupción que acompañaba a los seres humanos y que los consumía desde su origen. Alex se apiadaba de todas esas irresponsables, negligentes y descaradas víctimas. Lloraba por todos aquellos que lo elegían.

Lucano representaba de forma perfecta esa enfermedad. Atacaba de manera rabiosa, solo pensando de forma inteligente cuando estaba en verdadero peligro. Alex respondía ante sus ataques de manera serena y ya totalmente alejada de la sorpresa que embarró ese primer intercambio. Ahora solamente respondía cuando estaba seguro que funcionaría. Esos momentos eran pocos, demasiado escasos para sus intenciones. La batalla empezaba a adquirir un cariz de eternidad que le preocupaba y que podría ser agotador, pero también entendía que solo eso era capaz de mermar al caos. Alex trató de animarse, se molestó en aferrarse a esa esperanza.

Lucano ya no podía controlarse. La violencia lo llenaba de una manera que no esperaba. Nunca pensó que buscaría matar a su "hijo" casi de inmediato. Creyó que se contendría, que tendría serenidad y amor. Pensó que el cariño evitaría la locura.

Pero no pudo hacerlo. Eso lo aterró y lo llenó de pánico. Lucano trató de defenderse.

Alex notó que Lucano sufría. Eso lo hizo distraerse un momento, lo cual fue aprovechado por su oponente para dañarlo. Alex recibió el embate casi de manera intencional, extrañamente desinteresado en lo que ocurría.

Lucano no pudo entender lo que estaba pasando. ¿Por qué Alex se estaba dejando golpear? ¿Acaso no quería vencerlo? ¿Qué pasaba con la lucha contra el caos? Lucano no podía soportar la confusión. Estaba perdiendo toda idea. Y no era capaz de anticiparse a lo que pasaría.

Alex se sentía débil. El ataque lo había dejado descolocado. Era un blanco fácil…

Lucano pudo matar a Alex. Pero fue incapaz de hacerlo.

Alex pudo matar a Lucano en el acto. ¿Por qué no lo hacía?

El caos se sintió abandonado. Su peón no quería reaccionar. La traición era evidente. Pero él nunca se dejaría burlar. Porque era la misma esencia de la corrupción, aquel que siempre aparecía cuando los corazones sufrían y les daba un propósito. Y aunque era cierto que ese propósito le funcionaba más a él que a sus sirvientes, ellos siempre parecían felices. Hasta ahora.

Era una sorpresa. Pero no tenía por qué dejarse vencer por ella. Es más, era algo que debía aprovechar. Y eso haría.

Lucano sintió cómo su corazón se detenía, cómo su mente se borraba y cómo perdía la mirada. Su último pensamiento fue la paz que sentía su alma, algo que hacía años no experimentaba. Muchos pensaban que siempre se muere triste. Lucano tenía otra respuesta.

14

Varma era incapaz de soportarlo. El hombre conocido cómo Mathieu ya era de por sí un guerrero formidable, alguien capaz de matar en segundos, una tormenta humana. Pero estaba claro que blandiendo la espada de su hermano era mucho peor.

Sus movimientos eran cómo fuego. Varma tuvo que convocar un escudo para defenderse. Normalmente detestaba blandir armas, siendo sus manos desnudas elementos suficientes para la lucha. En esta ocasión no podía recurrir a sus mismos trucos. Al menos si deseaba seguir viviendo.

Mathieu sintió el poder de la espada llenando su ser, sus reflejos aumentados por la energía; sentía que lo llamaba, que le decía exactamente qué debía hacer. Y sus palabras le repetían cosas que no pensaba que era capaz de lograr. Pero las estaba haciendo… de alguna forma podía hacerlo.

Y no parecía humano. Mathieu sentía que había tocado algo que no era posible para su especie. De pronto empezó a sentir cosas que no podría describir y que lo alejaban de cualquier necesidad o deseo considerado cómo "normal" para aquellos que compartían su existencia. Eso obligó a su mente a adaptarse, a cerrar las barreras que le evitaban entrar en un estado de locura. Era un esfuerzo inmenso, algo que podría matar a cualquiera que no estuviera en su posición. Pero por eso mismo podía hacerlo.

Varma trató de hacer uso de cualquier argucia o poder que evitara su inminente caída. Pero el caos le estaba fallando, sentía que la abandonaba. Y todo terminó cuando sintió una punzada que le atravesó el vientre y le produjo un intenso dolor. Varma cayó de rodillas, la sangre empezó a derramarse. Así cómo algo más…

Sara pensó que ella estaba muriendo. Pero luego de la sangre que expulsó la herida causada por la espada, un líquido oscuro se abrió pasó y derramó el suelo, evaporándose en pocos segundos. Luego la mujer empezó a cambiar, transformándose en algo que era imposible de notar a simple vista pero que se sentía en el aire. Sara vio que ella se levantaba, aparentemente ya sin herida. Pero no era la misma. No era un cuerpo que solo resucita. Era una nueva persona y ella lo sabía. Eso la hizo llorar.

Pero no podía ser de tristeza…

15

Lucano cayó inerte. Alex corrió a detener su cuerpo, evitando que se golpeara. Logró sostenerlo con sus brazos y mantener su cabeza alta. Sus ojos estaban abiertos, pero no parecían ver nada.

El aliento no brotaba de su boca. Su pecho no se movía, su piel estaba fría, sus manos tiesas y sus labios azules. La muerte hacía acto presencia en todo su ser. Alex no pudo evitar sentirse triste, decepcionado por el resultado. Pero no pudo hacer nada para evitarlo.

Pero tampoco podía decir que lloraba. Lucano no era alguien que mereciera su llanto. De todos modos, esto era en parte culpa suya. El caos simplemente se había aprovechado de las circunstancias. Este último acto, y cualquiera que hubiese sido su significado, fue tan solo una reacción tardía a algo que debió haberse evitado hacía mucho tiempo. Una llamada final para resolver los viejos errores. Algo aparentemente inútil, pero igualmente doloroso.

Y es que era incomprensible, pero Alex no podía evitar respetarlo de todos modos. Ya no le importaba este hombre, pero valoraba lo que había hecho. Con ese pensamiento tan extraño rondando su mente, se quedó congelado contemplando su cuerpo.

-Te ves tan patético- escuchó que le decían.

Y la voz venía directamente del cadáver. Alex lo entendió de inmediato. Soltó el cuerpo de manera brusca. Luego sus ojos notaron algo que había ignorado. La esfera de energía oscura nunca se había disipado. Ni aún desaparecida su aparente fuente se había esfumado.

-No creas que esto será fácil…- volvieron a decirle.

Alex escuchó que la voz ya no provenía de ningún lado. Ahora se escuchaba por todos lados. Esa fuerza estaba oculta, el caos lo llamaba de algún lugar que era incapaz de notar. ¿Por qué se sentía tan exento de fuerzas?

Y luego lo notó. Alex abrió los ojos de pura sorpresa, después perdió toda noción del tiempo. Nunca se imaginó que esto pasaría…

16

Melina sobrevivía a duras penas, luchaba contra sus propias debilidades y carencias. Podía decir que había logrado matar a varias sombras, superado en cierto modo lo que consideraba imposible, aunque con mucha dificultad. Todo con demasiado sufrimiento.

Pero era lo que le quedaba. La lucha era incansable. Y aún habiendo descubierto el punto débil del enemigo, esto no era suficiente para erradicarlo por completo. Melina se alegraba de al menos haberle entregado a sus aliados alguna esperanza, aunque no podía dejar de pensar que no sería suficiente. No obstante, no podía hacer más. Había llegado a su punto máximo.

Y todo sucedió por casualidad. En un momento del combate, Melina decidió apuntar su espada a la parte trasera de la cabeza de uno de sus enemigos. La blandió sin esperar nada, de manera desesperada, pero encontró un fruto valioso. La cabeza de la sombra explotó, y con ella todo su cuerpo. Seguidamente de esta acción, el resto de elfos trató de imitarla. Eso les dio un momento de cierta esperanza. Un respingo que no duraría nada.

Pero los obligó a luchar. Melina ya se había resignado a morir. Eso sí, ahora sabía que lo haría mejor y con mucha más honra que antes. Esa motivación fue su último pensamiento, la única certeza entre tantas dudas que la asediaban. Melina se abrazó a eso y espero la muerte cómo una liberación, cómo el bálsamo que finalmente la salvaría de tanto dolor. Por eso luchó, luchó y luchó. Y creyó que murió. Pero la muerte no deseaba encontrarse con ella.

Las sombras se fueron, el campo de batalla se tornó pacifico. Melina se encontró en un escenario vacío, en el lugar exacto de un milagro. O al menos así lo decían las caras de sorpresa de los elfos. Ella les acompañaba en su extrañeza. Era imposible que no hubiesen muerto.

A veces, las posibilidades esperadas no ocurrían. Ella lo había experimentado en incontables ocasiones. Así que trató de no sorprenderse mucho por lo que estaba pasando. Melina miró al cielo. Dos luces volaron por los aires y pasaron zumbando frente a sus ojos.

Ella les sonrió. Disfrutó la victoria que se le había entregado.

17

Alex estaba cubierto de sombras. El caos lo estaba haciendo sufrir, lo había poseído y lo torturaba. Se había aprovechado de su parte humana para hacerlo. Y por ese mismo motivo estaba seguro que no sería capaz de salir de esto.

-Él me dijo- Alex se recitó a sí mismo-... que por mucho que tuviera poder no podría vencerlo porque era humano. Y que todo lo que había hecho en este tiempo fue para tentarme y poseerme. Todo fue una trampa miserable…-

Que tonto había sido. O más bien fue un ingenuo. Haber renacido cómo un dios lo había vuelto vulnerable. El poder era lo que más corrompía a los humanos. Él lo sabía y aun así había caído…

Alex sintió que Mathieu estaba cerca. Era algo imposible, demasiado irreal para creerlo. Pero estaba cerca…

El caos estaba luchando con algo. Alex sintió que lo habían apuñalado…

-Despierta, Alex. Ya se acabó todo…-

Alex abrió los ojos. Alguien le había hablado. Era un hombre. Alguien demasiado familiar cómo para creer que fuera el dueño de esa voz. Ese hombre le sonreía. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Mathieu había vuelto. Alex lo veía un poco más viejo, aunque no tanto cómo podría haber pensado. En su mano blandía una espada muy distinta a la que solía llevar. Era una espada luminosa. La espada que perteneció a Pulsar, su hermano ancestral.

Tenía muchas preguntas. Pero no sabía cómo hacerlas o por dónde empezar. Mathieu estaba consciente de eso, aunque no trató de impulsar su curiosidad y en cambio se dispuso a hablarle de cosas triviales, a recordarle su humanidad. Alex sintió que no era un dios. Y lo que le pasaba a los dioses no tendría por qué importarle.

-Lo sé, Mathieu- respondió Alex sonriendo-. Ya estoy aquí, amigo…-

Carta del padre Eleazar a todos los sacerdotes sobrevivientes

El mundo cambió. Creo que eso ya lo sabían. Pero luego cambió de nuevo. Y creo que seguirá cambiando mucho más.

Les hablo de Kipo, un pueblo algo alejado de Sina. Un pueblo insignificante, con un priorato insignificante. Un lugar en donde no podría pasar nada, pero en donde extrañamente se decidió el destino de nuestro mundo.

Todo pasó cuando se armó una torre por medio de poderes malignos. Esa torre tenía el propósito de consumir a todo nuestro mundo en caos y muerte. Por fortuna, eso no duró mucho, y gracias a Armán fuimos rescatados. Y sí, menciono a Armán, porque literalmente fue él quien nos rescató.

Armán vino volando y entró en la torre. Dentro se enfrentó y derrotó a un demonio que tomó la forma de nuestro antiguo prior, Lucano, quién desgraciadamente falleció en la caída de la ciudad sagrada y que luego fue consumido por ese ser despreciable. O al menos eso fue lo que me dijeron.

Yo les cuento eso y lo que vi. Recuerdo que al final de todo ese conflicto vi como un hombre vino volando y entró también en la torre. Ese hombre se parecía mucho a un vagabundo que conocí hace muchos años y que nunca pensé volver a ver. Y menos aun portando una espada luminosa y aparentemente cubierto con poderes que solo podría decir que eran divinos.

Cómo ven, todo fue muy confuso. Sin embargo, estoy seguro que seres poderosos vinieron a rescatarnos. Eso es motivo suficiente para creer y seguir luchando por nuestra fe. Aunque tengo muchas más cosas que decir. Muchos secretos.

Tiempo después fui visitado por una extraña mujer. Dicha mujer se hizo llamar a sí misma como Varma. Recibí un mensaje de su parte. Y las cosas que me dijo me sorprendieron.

Además, ella juró protegernos. Me dijo que estaba en deuda con Armán, que tenía que enmendar milenios de errores y que ahora velaría por nosotros. No estoy seguro que significó todo eso. Pero creo que esa mujer tiene buenas intenciones.

Sé que muchos han escuchado hablar de una mujer extraña que vaga por nuestro mundo. Esa mujer le cuenta cosas a la gente, los inspira para cosas buenas. Sé que se trata de la misma. De eso no tengo duda alguna.

Espero que se sientan inspirados por todo lo que les he contado. Sé que perdimos mucho poder, que ahora no somos el centro del mundo. Pero creo que esa es una llamada de atención por parte de Armán. Creo que es hora de dejar de mandar y empezar a velar por nuestra gente. Parece que tenemos una nueva misión.

Los exhorto a llevarla a cabo. Yo lo intentaré desde mi pequeño pueblo. Dedicaré mi vida entera a ese propósito.

Les deseo lo mejor.

Eleazar, prior de Kipo.

Reencuentro

Alex estaba siendo escoltado por una pequeña cuadrilla de elfos. Luego de haberse despedido de Mathieu y Sara, quienes decidieron establecerse en la tierra de sus padres, Alex decidió seguir con el cometido de Mathieu. Ahora le tocaría a él seguir con el propósito de los cronistas. Por eso decidió viajar a los distintos refugios que estaban esparcidos por el mundo. Estaba dispuesto a recuperar toda la información perdida para restaurar lo que se había olvidado.

Era una misión que le llevaría bastante tiempo y esfuerzo. Por eso los elfos habían decidido ayudarlo. La cuadrilla que lo escoltaba era pequeña pero se veía experimentada en su mayoría. Tan solo había una joven que no parecía tener tanta idea de lo que pasaba. Aunque también podía estar equivocado.

Los ojos de la chica reflejaban mucho sufrimiento. Sin embargo, su rostro era sereno. Alex notó algo familiar en ellos. Se estremeció al reconocerlos.

-No puedo creer que seas tú- dijo.

Melina se rió.

-No puedo ser nadie más- respondió-.Y te lo debo a ti…-

-Pero si yo no hice nada. No te salvé. Ni siquiera te encontré…-

-Pero hiciste suficiente-

Y Alex tomó esas palabras cómo un regalo. Por fin pudo descansar. Ahora tenía que hacer otras cosas. Pero no estaba obligado a nada. Ya nunca más.

La siguiente marcha sería toda suya.

El anciano estaba cavando una nueva tumba. Hacía años que había enterrado a su querida hermana, lo cual podría hacer pensar que estaba preparando el descanso eterno de otro ser humano. No había nada más lejos de la realidad.

El anciano estaba enterrando dos espadas y un libro. El mundo que tanto había deseado finalmente estaba comenzando y las armas que había usado durante su vida ya no eran necesarias, tanto que quizás alguien pensaría que debía destruirlas. Pero eso tampoco era cierto.

La elfa que lo acompañaba lo sabía. Ella lo abrazó luego de verlo terminar su tarea.

-Prometo cuidarlo todo…- le dijo, y luego lo besó en los labios. El anciano no le respondió. En lugar de eso apoyó su cabeza contra el hombro de ella. Finalmente, respiró orgulloso, agradecido de que la misión se hubiera terminado y que ahora se tratara de otros. Se merecía ese cambio en su destino. Luego soltó el aire que llevaba en los pulmones y se dejó llevar por el tiempo.

FIN.