webnovel

El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasía
Sin suficientes valoraciones
48 Chs

21. El templo de la diosa Nerthys

Sylvia adoraba a Theodor; en cuanto a Seraphina, aunque aún no había llegado a forjar un vínculo tan profundo, sabía que con el tiempo le tomaría el mismo cariño. Sin embargo, cuando era Carlos, nunca había sido religioso y estas charlas le resultaban abrumadoramente aburridas. Peor aún, casi toda la conversación había girado en torno a cómo una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, una lección que ya había aprendido de forma dolorosa.

—Hemos llegado pronto, podemos elegir mesa y esperar a los demás —comentó Tirnel Estel, echando un rápido vistazo al comedor.

—Cojamos una mesa cercana a la de los grandes sacerdotes, siempre empiezan a servir por allí —propuso Frederick.

—Si no os importa, prefiero una lo más alejada posible de los grandes sacerdotes. Me cuesta mucho mirarlos a los ojos y, si puedo elegir, prefiero no mirar a la pared —explicó Sylvia, un poco entristecida.

Finalmente, se decidieron por una mesa grande, lo más alejada del estrado donde se situaban los grandes sacerdotes. Se acomodaron en sus asientos y, mientras esperaban a los demás, comenzaron a comentar lo tediosa que había sido la sesión en el templo.

—Estas sesiones me matan —suspiró Frederick, apoyando la cabeza en la mano—. Prefiero mil veces estar entrenando en el campo de combate.

—Estoy de acuerdo —añadió Tirnel Estel, moviendo la cabeza—. Aunque entiendo que son necesarias, no puedo evitar sentir que pierdo el tiempo.

—Theodor y Seraphina me tienen paciencia —dijo Sylvia, esbozando una pequeña sonrisa—. Pero no puedo evitar sentirme perdida en sus palabras. La religión nunca fue mi fuerte y menos aún ahora, con tanto en juego.

Frederick y Tirnel Estel compartieron una mirada cómplice. Habían decidido quedarse con Sylvia durante estas sesiones, casi como si compartieran el castigo con ella. Seraphina y Theodor les habían dado permiso para entrenar fuera mientras Sylvia estuviera con ellos, pero ambos optaron por permanecer a su lado.

—Quizás deberíamos encontrar una manera de hacer estas sesiones más llevaderas —sugirió Frederick, tratando de animar a Sylvia—. Podríamos comentar lo que aprendemos después, entre todos, para hacerlo más interesante.

—Eso podría funcionar —respondió Sylvia, agradecida por el apoyo—. Aunque, siendo honesta, no sé cuánto más podré aguantar estas charlas sin dormirme.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Marina, Harry y Roberto, acompañados de sus guardianes: Günter, Hugo, Thôr Aer, Clara, Erich y Ambariel. La atmósfera en el comedor se volvió más animada al unirse todos a la mesa.

—¡Por fin llegáis! —exclamó Tirnel Estel, levantando la mano en señal de saludo—. Pensábamos que nos dejaríais aquí solos para siempre.

—No podíamos dejaros sin compañía, ¿verdad? —bromeó Marina, tomando asiento junto a Sylvia—. ¿Qué tal ha ido la sesión?

—Aburrida como siempre —respondió Sylvia con una sonrisa cansada—. Pero aquí estamos, sobrevivimos.

—¿De qué hablasteis hoy? —preguntó Harry, mientras se acomodaba en su silla.

—Sobre cómo una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones —replicó Frederick, con una mueca de aburrimiento—. La misma lección de siempre.

—Bueno, es una lección importante —intervino Clara—. Aunque entiendo que pueda ser repetitiva, siempre es bueno recordarla.

—Lo que necesitamos es un poco de acción —dijo Günter, con una sonrisa pícara—. Algo que realmente nos ponga a prueba.

—Por favor, no des ideas —comentó Roberto—. Ya hemos tenido suficiente emoción por hoy.

—Hablando de emociones, ¿qué planes tenéis para esta noche? —preguntó Hugo, cambiando de tema.

Sylvia miró a Hugo con una sonrisa triste y negó con la cabeza. —No puedo hacer nada con vosotros durante seis meses. Tengo que esperar a que todos salgáis del comedor y contar hasta mil antes de poder salir.

—Es verdad, lo olvidé —dijo Hugo, con una expresión de disculpa—. Lo siento, Sylvia.

—No pasa nada —respondió Sylvia, tratando de mantener un tono alegre—. Es lo justo.

La conversación continuó con un tono más ligero mientras todos disfrutaban de la cena. A medida que avanzaba la noche, se fueron conociendo mejor, compartiendo historias y risas. Los guardianes también participaron, mostrando facetas de sus personalidades que rara vez se veían en los entrenamientos o en las misiones.

Günter, a pesar de su dureza, mostró un lado protector y casi cariñoso hacia el grupo. Clara, siempre serena, reveló un sentido del humor agudo y sorprendente. Hugo, por su parte, se mostró como un líder nato, siempre buscando mantener la armonía y el orden. Thôr Aer, con su carácter rígido, demostró una profunda lealtad y compromiso hacia sus protegidos. Erich y Ambariel, guardianes de Harry, se destacaron por su sabiduría y su enfoque tranquilo y estratégico ante cualquier situación.

La cena se prolongó más de lo habitual, pero nadie se quejaba. Era un momento de camaradería que todos necesitaban después de los eventos del día. Para Sylvia, fue un recordatorio de que, a pesar de los errores y las dificultades, siempre podía contar con sus amigos y guardianes para apoyarla.

Finalmente, cuando las velas comenzaron a apagarse y el comedor se vació lentamente, Sylvia se despidió de sus amigos y guardianes, sintiéndose un poco más ligera. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero con el apoyo de aquellos a su alrededor, sentía que podría enfrentarlo con valentía y determinación.

Mientras Sylvia y sus guardianes se preparaban para salir, Morwen se acercó a ellos con una expresión severa pero justa.

—Sylvia, necesito que me acompañes al templo de la diosa Nerthys —dijo Morwen, su tono no admitía objeciones.

Sylvia dudó por un momento y luego respondió con humildad. —Gran Maestre Morwen, debo esperar a que todos se vayan y contar hasta mil antes de poder salir.

Morwen la miró con suspicacia y una ligera sonrisa. —Soy consciente de tu castigo, Sylvia. Pero recuerda que soy la Gran Maestre del Fuego Purificador. El castigo fue impuesto para evitar que salgas con ellos hacia un destino similar y puedas volver a planear una trampa para tus amigos.

La palabra "trampa" resonó profundamente en el alma de Sylvia y en la de sus guardianes. Sylvia reconocía el peligro en el que había puesto a sus amigos, mientras Frederick y Tirnel Estel se sentían algo traicionados por no haber confiado en ellos desde el principio.

—Lo siento —dijo Sylvia en voz baja, sintiendo el peso de la culpa una vez más.

—No es momento de disculpas, sino de acciones —respondió Morwen—. Vamos al templo de Nerthys. Hay mucho que debemos discutir y aprender.

Sylvia asintió y, acompañada por Morwen, Frederick y Tirnel Estel, se dirigió hacia el templo. Sabía que cada paso la llevaba más cerca de la redención y que, con el tiempo, podría recuperar la confianza de sus amigos y demostrar su verdadero valor.

Sylvia, Frederick, Tirnel Estel y Morwen caminaron en silencio hacia el templo de la diosa Nerthys. La noche había caído por completo, y la brisa fresca del atardecer se había convertido en un viento más frío que se colaba por las rendijas de sus ropas. Sylvia sentía una mezcla de nerviosismo y curiosidad por lo que les aguardaba en el templo. Decidió romper el silencio con una pregunta.

—Gran Maestre Morwen, ¿qué haremos en el templo de Nerthys? —preguntó Sylvia con cautela.

Morwen, que caminaba con una gracia serena, apenas giró la cabeza hacia ella. —Todo a su tiempo, Sylvia. Debes aprender a aceptar lo desconocido y confiar en el proceso —respondió, su tono firme pero no cruel.

Sylvia, no del todo satisfecha con la respuesta, continuó caminando, tratando de contener su impaciencia. Sentía que cada paso la acercaba más a un destino incierto, y aunque sabía que debía confiar, no podía evitar la inquietud que crecía en su interior.

El camino hacia el templo de Nerthys estaba iluminado por antorchas que parpadeaban a ambos lados del sendero, proyectando sombras danzantes en el suelo. Los árboles, altos y oscuros, se erguían como guardianes silenciosos de la noche, sus ramas susurrando secretos al viento. Frederick y Tirnel Estel caminaban a ambos lados de Sylvia, ofreciendo una presencia tranquilizadora pero manteniendo un respetuoso silencio.

Al llegar al templo, Sylvia se detuvo para admirar la estructura. Era un edificio imponente, con altas columnas de obsidiana que brillaban bajo la luz de la luna. Intrincados grabados adornaban las paredes, representando escenas de la vida y la muerte, y un par de grandes puertas de hierro se alzaban frente a ellos, custodiadas por dos estatuas de guerreros de piedra.

Morwen se giró hacia Frederick y Tirnel Estel antes de abrir las puertas del templo. —Debéis quedaros aquí fuera —ordenó, su tono no admitía discusión.

Frederick frunció el ceño ligeramente, pero mantuvo un tono respetuoso. —Con todo respeto, preferimos estar junto a Sylvia. Es nuestro deber protegerla.

Morwen lo miró con una expresión imperturbable. —No es una sugerencia, Frederick. Es una orden. —Su voz era suave pero autoritaria, y no dejaba lugar a la objeción.

Frederick y Tirnel Estel intercambiaron una mirada, luego asintieron en silencio, aceptando la orden. —Entendido, Gran Maestre Morwen —respondió Frederick, dando un paso atrás junto a Tirnel Estel.

Morwen asintió con aprobación y empujó las pesadas puertas del templo, que se abrieron con un gemido de hierro y piedra. Sylvia, sintiendo una mezcla de alivio y aprehensión, siguió a Morwen al interior del templo, dejando a sus guardianes detrás.

El interior del templo era aún más impresionante que el exterior. Grandes pilares de obsidiana se elevaban hacia un techo decorado con mosaicos que representaban constelaciones. El aire estaba impregnado con el aroma del incienso, y una calma solemne llenaba el espacio. En el centro de la sala principal había un altar adornado con símbolos de Nerthys, la diosa de la muerte, y una gran estatua de la deidad se erguía detrás del altar, con sus brazos extendidos en un gesto de bienvenida y despedida.

Morwen avanzó hacia el altar, y Sylvia la siguió, sintiendo que cada paso resonaba en las vastas paredes del templo. Se detuvieron frente al altar y Morwen se volvió hacia Sylvia, su mirada intensa y llena de propósito.

Mirando muy seriamente a Sylvia, Morwen le dijo: —Tienes que guardar silencio sobre lo que va a ser revelado a continuación.

Sylvia asintió, aunque Morwen tenía sus dudas sobre si Sylvia cumpliría su promesa.

—Ô magna Nerthys, custodia alterius mundi. Si Sylvia promissum suum non servaverit et aliquid ex his quae nunc usque ad exitum templi acciderint narraverit, eam tecum porta —entonó Morwen, invocando el poder de la diosa de la muerte.

Una energía negra envolvió el cuerpo de Sylvia y se introdujo en ella hasta desaparecer. Sylvia sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.

—Tu promesa está sellada con Nerthys. Si la incumples, morirás —le dijo Morwen con una expresión severa.

—¿Por qué no me impusiste esa plegaria para evitar que volviera a traicionar al templo? —preguntó Sylvia, su voz era un susurro tembloroso.

—Quizás un día debas traicionar al templo, y no quiero sellar tu futuro. Lo que verás ahora es solo información sobre tu implicación en la profecía y la importancia de acelerar tu despertar —respondió Morwen, su tono dejaba claro que no había espacio para más preguntas.

Morwen entonó otra plegaria a su diosa: —Ô magna Nerthys, custodia mortis. Nobis videantur viatores mundi defuncti.

El templo se oscureció de repente y un frío penetrante llenó el aire, como si una presencia helada hubiera invadido el espacio sagrado. Las sombras parecían alargarse y cobrar vida propia, moviéndose con una inquietante lentitud. Sylvia sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral, su respiración se volvió superficial mientras observaba con terror lo que se desplegaba ante ella.

Ante ellas, aparecieron siete espectros, figuras translúcidas y fantasmales que flotaban a unos centímetros del suelo. Sus formas eran vagamente humanas, pero sus rostros eran borrosos y apenas distinguibles. Una neblina grisácea los rodeaba, envolviéndolos en una aura de misterio y tristeza. Los ojos de los espectros eran pozos vacíos de desesperación, reflejando un sufrimiento eterno.

Cada espectro parecía vestir los harapos de sus ropas mortales, desgarrados y descoloridos por el paso del tiempo. Los cuerpos etéreos se movían lentamente, como si estuvieran atrapados en una bruma de pesadilla. A medida que flotaban, dejaban un rastro de frío y sombras que parecía succionar la luz del templo.

Sylvia sintió su corazón detenerse al ver las figuras etéreas frente a ella. Su respiración se hizo errática, y sus piernas temblaron bajo el peso del miedo.

—No tengas miedo, son tus amigos ya fallecidos —dijo Morwen con voz tranquilizadora, aunque el tono sombrío y grave de sus palabras no hizo mucho para calmar la agitación de Sylvia.

Aterrada, Sylvia apenas pudo preguntar: —¿Cuáles son vuestros nombres?

Uno a uno, los espectros pronunciaron sus nombres con voces que parecían susurros llevados por el viento. Las palabras resonaron en el aire helado del templo, llenas de melancolía y añoranza. Sylvia los reconoció como siete de sus compañeros de hermandad en el otro mundo. Los nombres, cada uno una chispa de memoria y dolor, la golpearon con una fuerza abrumadora.

La realidad de su muerte la golpeó con una fuerza abrumadora, haciéndola caer de rodillas. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras lloraba desconsoladamente, el sonido de su llanto resonaba en el templo vacío. Poco a poco, la oscuridad se disipó y el frío comenzó a retroceder. Los espectros se desvanecieron, desapareciendo en la nada, y el templo recobró su aspecto usual, aunque el eco de su presencia aún parecía vibrar en el aire.

—Ayer eran solo seis —comentó Morwen, su voz resonando en el silencio que siguió, cargada de significado y gravedad.

—¿Comprendes ahora la importancia de no perder el tiempo? Quizás para cuando termines tu castigo sean siete más —dijo Morwen, observando a Sylvia con una mirada penetrante.

Sylvia asintió, apesadumbrada. —¿Cómo puedo salvar a estos siete?

Morwen negó con la cabeza. —Nerthys es una diosa muy celosa con sus almas. Si algún día alguien consiguió sacar un alma de sus posesiones y traerla a este mundo, yo lo desconozco. No han venido las almas a nuestro mundo; hemos entrado en el mundo de los muertos para poder verlas.

Con estas palabras, abandonaron el templo. Sylvia salió destrozada, encontrándose con sus guardianes, Frederick y Tirnel Estel, que la esperaban ansiosos.

—¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? —preguntaron preocupados.

—No sé cuánto tardaré en recuperarme de esta experiencia, pero si os cuento la experiencia... —Sylvia no terminó la frase, temiendo las consecuencias. —Lo siento, no os la puedo contar aunque quiera.

Frederick y Tirnel Estel la miraron con preocupación, pero entendieron que Sylvia había pasado por algo profundamente perturbador. Sabían que de todos los dioses de su panteón, probablemente la diosa Nerthys era la más aterradora. La rodearon con su apoyo silencioso mientras se alejaban del templo, sabiendo que el camino hacia la recuperación sería largo y difícil para ella.

A medida que caminaban de regreso a sus aposentos bajo la luz plateada de la luna llena, Sylvia no podía evitar mirar por encima del hombro a cada paso. La noche era clara, pero el brillo lunar solo acentuaba las sombras y aumentaba su sensación de inquietud. La presencia de sus siete amigos fallecidos seguía envolviéndola, y cada sombra en la oscuridad parecía tomar la forma de aquellos que había visto en el templo.

Frederick y Tirnel Estel la acompañaban de cerca, percibiendo el profundo desasosiego de Sylvia. Aunque no entendían completamente lo que había experimentado en el templo, sabían que había sido algo extremadamente perturbador. La protegían con su presencia silenciosa, listos para ofrecer consuelo y apoyo.

Al llegar a su aposento, Sylvia se detuvo en la puerta, mirando una última vez hacia la noche iluminada por la luna antes de entrar. Sus manos temblaban mientras cerraba la puerta detrás de ellos. El refugio de la habitación ofrecía una ligera sensación de seguridad, pero las imágenes de los espectros seguían persiguiéndola.

—¿Podéis quedaros conmigo esta noche? —pidió Sylvia, su voz apenas un susurro cargado de angustia—. Lo que he visto ha sido tan terrible que no creo que pueda conciliar el sueño sola.

Frederick y Tirnel Estel intercambiaron una mirada de comprensión y asintieron sin dudarlo. Se acercaron a Sylvia y la envolvieron en un abrazo protector. Juntos, se acostaron en la cama, Frederick a un lado y Tirnel Estel al otro, creando un capullo de calidez y seguridad alrededor de Sylvia.

Sylvia se acurrucó entre ellos, sintiendo el latido constante de sus corazones y el calor de sus cuerpos. Poco a poco, el peso del día comenzó a desvanecerse, aunque las imágenes de sus amigos espectrales seguían atormentándola. Con cada parpadeo, veía los rostros de aquellos que había perdido, sus nombres resonaban en su mente como un eco lejano.

Finalmente, el agotamiento venció a Sylvia, y cayó en un sueño intranquilo. Las sombras de sus amigos fallecidos seguían apareciendo en sus sueños, flotando a su alrededor con sus rostros marcados por la muerte. Cada vez que cerraba los ojos, veía a más de sus amigos convertidos en espectros, sus miradas vacías llenas de una desesperación eterna.

A lo largo de la noche, Sylvia se movió inquieta entre los brazos protectores de Frederick y Tirnel Estel, susurrando nombres y sollozando en sueños. Aunque estaba rodeada de aquellos que la cuidaban, no podía escapar de las visiones que la acosaban.

Frederick y Tirnel Estel permanecieron despiertos la mayor parte de la noche, vigilando a Sylvia y ofreciendo consuelo cuando lo necesitaba. Sus corazones se rompían al verla sufrir, pero sabían que el tiempo y su apoyo incondicional serían las únicas cosas que podrían ayudarla a superar este horror.

La noche avanzó lentamente, y aunque el sueño de Sylvia estaba lleno de pesadillas, la presencia de sus amigos a su lado le ofreció un pequeño consuelo. Sabían que el camino hacia la redención y la paz interior sería largo y arduo, pero estaban decididos a acompañarla en cada paso, sin importar cuán oscuro se volviera el camino.