El hombre, cuya armadura estaba desgastada y en jirones, tomó una profunda respiración, intentando estabilizar su voz —Nosotros... Estábamos afuera, recolectando recursos —empezó, tomando otra respiración para calmarse—. De repente, el cielo nocturno se envolvió en esta... esta brillante, deslumbrante luz dorada. Nunca he visto algo tan... puro excepto de... él. Solo una persona puede emitir tal aura... el Príncipe Dorado. Lo juro, no nos estamos equivocando.
Los ojos de Raquel se movieron de una persona a otra, absorbiendo sus palabras, su mente acelerada.
Una mujer, su rostro rayado con hollín y tierra, hizo un gesto hacia otro grupo —Eso no es todo —interrumpió, su voz grave—. Ellos fueron quienes lo presenciaron más de cerca.
La cabeza de Víctor se giró hacia el grupo indicado, su mirada penetrante se fijó en ellos. El peso de esa mirada hizo que una mujer se adelantara vacilante.
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