—¿Por qué estás así? Deberías regresar a tu cámara y descansar. Estás demasiado borracho —dijo ella, su voz teñida de preocupación pero con una autoridad regia.
—¿Por qué tendría derecho mi mujer a cuestionar por qué su hombre está en su cámara? —respondió él, su figura se imponía en la puerta, su sombra alargándose larga y distorsionada por el suelo de mármol.
—Solo lo dije porque me preocupaba. No te ves bien —respondió ella, su tono firme pero suave, intentando disipar la tensión.
—Jajajá... —El sonido de la risa de Drakar, amarga y alta, resonaba en las paredes.
—¿Cómo se supone que deba verme bien cuando esa perra y sus planes me hicieron perder tantos cristales de vida? ¿Tienes idea de cuántas décadas necesita nuestro reino para acumular unos pocos millones de cristales de vida? Todas esas décadas de esfuerzo se malgastaron en algunos clanes y reinos insignificantes —se tambaleó hacia ella, sus movimientos torpes pero amenazantes.
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